COLUMNISTAS

Hablo en serio

Mi relación con el humor es de admiración por los demás, por los que tienen sentido del humor que, no hace falta aclararlo, no es mi caso.

06-11-2021-logo-perfil
. | Cedoc Perfil

Me gusta pasar por la estación Callao de la línea B por los chistes de Landrú que la decoran con una inteligencia ingenua que no deja siempre de hacerme reír (ahora que por suerte la transformación no para, propongo que pongan chistes en todas las estaciones. Aunque, pensándolo bien, las propagandas de Larreta me hacen llorar de risa, o de miedo tal vez). De entre los varios chistes de Landrú que me gustan, mi favorito es el del escritor que, con un libro en la mano, le dice a una señora “Este es mi último libro”, y ella contesta “¡Menos mal!” 

Mi relación con el humor es de admiración por los demás, por los que tienen sentido del humor que, no hace falta aclararlo, no es mi caso. Soy malísimo contando chistes, no me sé casi ninguno de memoria, no tengo ingenio alguno, la ironía –prima díscola del humor– no me ha sido dada y, en cambio, algo que me ocurre repetidamente es que cuando hablo en serio –es decir, siempre– suelo causar risa. ¿Por qué será? Difícil saberlo, el humor, mucho más el involuntario, juega con el malentendido, como tantas otras cosas, la política incluida. Porque no sería demasiado difícil encontrarle la pata política al humor. 

Recuerdo ahora un chiste que se contaba en la URSS en tiempos de Stalin. Un opositor sabía que estaban a punto de venir a detenerlo. Entonces reúne a su familia –mujer y tres hijos– y les dice: “Me están por llevar a Siberia donde me van a torturar y tal vez matar. Si me dejan escribirles cartas, usemos esta clave: como va a ser leída y censurada, no importa lo que diga. Importa el color de la tinta. Si escribo con rojo, es que está todo mal, fui torturado y estoy a punto de morir. Si escribo con azul, es que estoy bien, a salvo”. Al día siguiente lo llevan a Siberia. Pasan unos meses, y la familia recibe una carta. Al ver el sobre se abrazan y lloran de emoción. “¡Papá está vivo!”, gritan conmovidos. Lo abren y ven que la carta está escrita con tinta azul…” ¡Papá está bien!”, gritan aún más fuerte. Entonces la madre comienza a leer en voz alta: “Mis amores: Siberia no es como dicen. Es hermosa, tranquila y hasta hace calor. La comida es abundante y riquísima. El trato es cordial, me hice amigo de todos los guardias. Yo estoy muy bien, sin ningún problema. El único contratiempo es que no se consigue tinta roja por ninguna parte…”. 

Esto no les gusta a los autoritarios
El ejercicio del periodismo profesional y crítico es un pilar fundamental de la democracia. Por eso molesta a quienes creen ser los dueños de la verdad.
Hoy más que nunca Suscribite

A veces el humor aparece donde no se lo espera. Una vez yo estaba en un café en Barcelona, llamé al mozo y le pregunté: “¿Tiene wifi?”. “Claro”. “¿Cuál es la clave?”, pregunté, y me contestó “Tener dinero, llamar a una operadora y contratarlo, con eso alcanza…” (siguiendo con esa región, recuerdo ahora a B.C., al que un día le preguntaron qué se necesita en España para ser editor, y respondió: “Ser millonario y catalán”). 

Los surrealistas franceses fueron maestros en el arte del humor, de igual modo que los escritores del non sense anglosajón, uno más estruendoso y otro más profundo. Siempre me río con un ready-made de Duchamp: una pala para levantar nieve, a la que tituló In Advance of the Broken Arm (Anticipo del brazo quebrado).

Ya sin espacio para seguir perdiendo el tiempo, me viene a la memoria ahora el comienzo de la rutina de mi amado Verdaguer (Juan, obviamente, no Jacinto): “Todo humorista tiene dos caminos: o cambia de repertorio todas las noches, o cambia de público cada noche. Yo opté por esta segunda opción”.