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Hace rato

06-11-2021-logo-perfil
. | Cedoc Perfil

Con aquel hit ricotero, Patricio Rey y sus Redonditos hicieron mucho más que inyectarnos la frase de prepo en el ADN: eso de que el futuro llegó hace rato es no sólo un temor ancestral sino también un deseo perenne (a veces son lo mismo). El futuro –en el imaginario– es todo un palo; eso del palazo lo define como futuro. De allí que cada derrota del presente, cada minusvalía social, cada hecatombe colectiva nos conmine a decir: ¿esto tan malo será el futuro? Pero ¿cuánto tiempo podemos seguir definendi al futuro como un plano inclinado hacia el final? 

En el futuro tendrán que vivir los hijos nuestros.

En eso pienso mientras vuelo por trabajo al Uruguay. Escasea el agua potable. La noticia es atroz y está en boca de todos; no hace más que tatuarse bajo la piel general de una sociedad algo absorta ya por la carestía de la vida y la falta de soluciones a la desproporción cambiaria. O sea: no hay agua. No se trata de que no haya agua para las plantas o la soja ajena: no hay agua para tomar en Montevideo. Por la sequía, las napas tiran poco y el abastecimiento es insuficiente para la población. El gobierno ha empezado a usar agua del río para mezclarla con la más o menos potabilizada. Esto es lo que sale de las canillas. El resultado es un agua medio salada que no es potable pero sí bebible, en el sentido en que también es bebible el detergente, aunque conviene poco y nada.

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Mientras el peso argentino aquí sigue siendo una moneda no aceptable (te la compran por chirolas), el dólar baja y los precios en pesos uruguayos siguen aumentando. Una flautita de pan cuesta alrededor de dos dólares en el supermercado (unos mil pesos nuestros), superando así no sólo a los Estados Unidos que emiten esos dólares, sino también a Suiza, Noruega y otras naciones escandalosamente caras. Los turistas huyen espantados de lo inaccesible de estos precios, en un país que supo diseñarse precisamente para acoger ese turismo. Sólo persisten, impertérritos, los enclaves de argentinos en Punta del Este, haciendo uso de un dinero milagroso que obviamente no proviene del otro lado del río sino de allende los mares. La calma uruguaya de la siesta, la falta de queja mezclada con nobleza, la sumisión zen al destino aciago está siendo puesta a prueba sin clemencia. Todos prevén un estallido, pero la vida sigue, con o sin agua, como si fuera posible seguir así, sin hacer cambios.

El futuro ya está pasando. Al menos en Uruguay. Pero quizá no sea realmente el futuro, sino una torva desviación, un mundo paralelo clavado en este, resultado de algunas malas previsiones, una suerte de perros y una papelera tras otra en el río Uruguay, pese a que todo el mundo advirtió lo que sucedería. Mientras se esperan unas lluvias que no llegan, la gente con recursos y con ganas de vivir puede comprar agua mineral embotellada. Los demás prueban como conejillos de Indias la burda solución al paso.

El futuro seguramente no llegará igual para todas las clases. De eso también nos quiere alertar el Uruguay, en su grito siempre quieto, en su voz bajita y santa, como un susurro.