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Crisis y optimismo

La deuda nos impide ver el bosque

Ministro Guzmán.
Ministro Guzmán. | NA

Dice un refrán que mirando los detalles, el árbol que tengo delante, no veo lo principal, que es el monte, el conjunto, la selva que está detrás.

En la Argentina estamos mirando la famosa deuda, y eso nos impide ver lo grande, que es el país.

No interesa la deuda, podemos decir, lo principal es el país, que sin duda tiene una deuda grande (juego de palabras ingenioso). Pero lo principal sigue siendo el país que no vemos, tapado porque una deuda lo tapa, lo oculta, le niega sus valores y su entidad, para transformarlo solo en un gigantesco deudor. Y la gran palabra es default, dicha en inglés, aunque nadie la entienda. Es una palabra francesa que pasó al inglés y vía Estados Unidos a todo el mundo. Default no quiere decir deuda, significa defecto, o falta, o imperfección.

Pero la Argentina no es imperfecta ni defectuosa aunque pueda caer –hay grandes posibilidades de que eso ocurra, digamos que 50 por ciento de chances– en default.

Y bueno, sí, el mundo seguirá andando. Estamos en las garras del gran capital financiero internacional que dispondrá de nosotros como mejor le convenga. No es cuestión de ser amigo o no de Trump, el presidente de los Estados Unidos, o cosa por el estilo. El Fondo Monetario Internacional y los fondos de inversión harán con nosotros lo que estimen más conveniente desde su punto de vista económico, político e ideológico.

Nos metimos en la boca del lobo y ahora pagamos las consecuencias, y podemos acordarnos de que en tiempos de Néstor Kirchner le pagamos al Fondo todo lo que debíamos, pero ahora le debemos mucho y así estamos.    

Quiero rescatar la idea patriótica de que nuestra existencia es consistente estemos o no en default, aunque admitamos que es mucho mejor no estarlo.

La situación del país es pésima, como sabemos, y lo seguirá siendo caigamos o no en default. El tema es otro: cómo hacemos, cómo aportamos algo para que el país pueda comenzar a remontar vuelo y salir de la crisis social en que estamos, en que la mayoría de la gente de las ciudades no puede pagar la electricidad y el gas. Ese es el extremo.

El nuestro no es un país rico: lo fue y puede volver a serlo, pero ahora no lo es. Los años de política neoliberal de Macri paralizaron la industria, afectando fuertemente las fuentes de trabajo, y estos son datos centrales de nuestra pobreza actual.

Pero la Argentina tiene un gran potencial agrario e industrial, cultural y de armonía social que le abre posibilidades reales de avance. Rescatemos el espíritu heroico necesario en las épocas de crisis, y aunque no esté consolidada la conducción fuerte y clara que necesitamos, valoremos lo ya logrado con la unidad del peronismo y con la derrota de los traficantes de capital que, como Dujovne y Macri, tuvieron plenos poderes. Estamos golpeados pero no derrotados, hay una cuestión cultural en reconquistar la esperanza, que una sana prudencia nos aconseja rescatar. La experiencia de la salida de la dictadura y de la derrota de Malvinas nos muestran un camino seguro. Hay buena disposición en el país para abrir un paréntesis de reclamos extremos y para hacer una apuesta a la recomposición del tejido social de la comunidad, del trabajo y, en suma, del optimismo. Hasta  coinciden casi todos los sectores políticos.

Este es el bosque que debemos mirar todos, el Gobierno y los ciudadanos, esta posibilidad real de crecer, de afianzarnos, de pagar las deudas –como hicimos antes– y de buscar entre todos la felicidad del pueblo. No es un sueño absurdo, sino una posibilidad real, que ya tuvimos, que la mala política arruinó y que podemos recuperar con el empeño de todos.

Este optimismo debe iluminarnos: no dejemos que los tejemanejes de la deuda y los engaña pichanga del capitalismo internacional nos obnubilen.

 

*Poeta y crítico literario. Autor de Empujando la Historia, Imprenta Ideal.