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La devaluación del capitalismo en Argentina

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La devaluación del peso argentino, lejos de un problema cambiario, implica el sinceramiento de la contracción de la economía argentina en un contexto de agudización de la crisis mundial. A pesar de casi diez años de crecimiento, la industria radicada en el país sigue siendo poco productiva. Dada su pequeña escala, tiene mayores costos que sus competidores y casi no puede exportar. Para sobrevivir, debe obtener transferencias de riqueza que compensen su ineficiencia. Cuando esas transferencias crecen, su actividad se desarrolla y la moneda se fortalece, cuando bajan, todo se derrumba. La renta de la tierra, la deuda externa y los bajos salarios han sido las tres fuentes de riqueza para esas transferencias.

Con el dólar barato, el sector agrario pierde parte de sus ganancias extraordinarias (renta de la tierra) al recibir menos pesos por cada dólar que liquida. Esta riqueza fluye a manos de la industria local sin capacidad de generar por su cuenta las necesarias divisas de las cuales depende para importar máquinas e insumos y remitir ganancias al extranjero.

El Gobierno hizo de todo para sostener el dólar barato. Desató una escalada inflacionaria manteniendo una tasa de devaluación menor a la de la suba de precios. Un mecanismo muy inestable. Al subir los precios todo el tiempo, la tasa de interés bancaria se volvió poco atractiva y se aceleró la demanda de dólares para ahorrar. La consecuente caída de reservas puso en evidencia que la renta de la tierra no alcanzaba para sostener la sobrevaluación del peso.

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El Gobierno necesitaba, además, otra fuente. El endeudamiento, al igual que en los 90, aparecía como la salvación. La búsqueda infructuosa de créditos obligaba a su vez a sostener la moneda sobrevaluada para aparentar capacidad de pago. El cepo fue un mecanismo de contraer la transferencia de una riqueza que ya no alcanzaba, sin devaluar en forma oficial. Pero el plan de pagar para endeudarse no dio sus frutos y la devaluación se empieza a llevar puestas las reservas y, por supuesto, la apariencia de que había capacidad de pago. A eso se sumó el freno en el crecimiento de China y la devaluación de otros países emergentes que amenazan las exportaciones.

Sostener el dólar barato se hizo imposible. El mal manejo del Gobierno y el ataque especulativo pueden haber existido, pero no son las causas de la caída. Por eso, la devaluación no les alcanzará para relanzar la acumulación. Una contracción de la actividad económica es lo que se avizora y la baja salarial aparece como la opción más inmediata para esta burguesía ineficiente. Si la inflación con la que se sostenía el tipo de cambio sobrevaluado motorizaba la baja del salario real, la devaluación de los últimos días genera además una caída del costo laboral medido en dólares. A su vez, la nueva escalada inflacionaria seguramente irá por delante de los aumentos que se consigan en paritarias y mucho peor será la realidad de los obreros en negro. De esta forma, los capitales conseguirán un poco de alivio. Pero, sin aumento de renta y sin conseguir deuda, el ajuste es la primera opción.

Aunque dura e indeseable, la crisis abre la opción a la clase obrera a una lucha de conjunto frente a una burguesía debilitada y con sus representantes deslegitimados. A la lucha para enfrentar el ajuste a sus condiciones de vida que implica la devaluación debe plantearse una salida que ponga en cuestión las causas de la actual crisis. Frente al despilfarro de que el producto de nuestro trabajo (bajo la forma de renta, deuda o ganancias) vaya a parar a un montón de empresas ineficientes causantes de esta nueva hecatombe, concentrar el capital y la tierra en nuestras manos es una salida mucho más realista para no repetir los desastres sociales a los cuales nos lleva en forma cíclica un sistema inviable y devaluado.

*Doctor en Historia, Investigador del Conicet y militante de Razón y Revolución.