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Defensor de los Lectores

La entrevista es cosa seria, no un juego teatral del entrevistado

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Presidente. Los reportajes complacientes ocupan buena parte de espacios de TV y radios. | cedoc

Debo confesar que ciertas entrevistas radiales y televisivas al Presidente, sus subordinados, legisladores partidarios y dirigentes de su sector político me provocan un malestar que se manifiesta en la boca del estómago y se extiende por todo el cuerpo hasta estallar en el cerebro. No logro entender sus posturas, más allá de la razonable idea de que se trata de excrecencias tan alejadas de la buena práctica periodística como de la ética individual de quien ejerce la función de preguntar, repreguntar y seguir el hilo de las respuestas.

Hecha esta confesión, intentaré llevar al lector de PERFIL –quien acuerde con lo que he dicho y quien no– algunas reflexiones que le aporten a una mejor comprensión de lo que algunos medios y comunicadores vienen haciendo. Aclaro que no es nuevo: también lo hemos visto y sufrido con gobiernos anteriores.

El experto en comunicación David Brewer, en un artículo publicado en 2018 por la Red Internacional de Periodistas (Ijnet, por sus iniciales en inglés), recomendaba a quienes ejercemos este oficio: “Puede parecer obvio, pero nunca acuda a una entrevista con un político bajo ningún tipo de acuerdo, explícito o implícito. No deben existir acuerdos para que ambas partes saquen provecho de la entrevista. Esto es corrupto y va en contra de los fundamentos del periodismo. Los políticos intentarán lograr esto con el fin de asegurarse de que lograrán lo que buscan, de esto se trata la política. Pero usted tiene que evitarlo. Es un problema de integridad. Nunca debe sugerirse que el curso de la entrevista puede ser acordado de antemano”.

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El ejercicio del periodismo profesional y crítico es un pilar fundamental de la democracia. Por eso molesta a quienes creen ser los dueños de la verdad.
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Quien lee este texto puede interpretar, con cierta justicia, que se trata de recomendaciones obvias, que ningún buen entrevistador debiera caer en esas trampas. Sin embargo, con un somero repaso de las entrevistas que ciertos conductores de programas periodísticos en radio y televisión (no tanto en gráfica, porque la edición en el soporte papel extrema el cuidado por las formas y por el fondo de la entrevista) vienen formulando a funcionarios de gobierno (en particular quien ejerce la Presidencia de la Nación) podrán concluir en que lo que parece obvio sólo responde a una premeditada actitud militante que convierte a quien pregunta en tierno (o no tan tierno) cómplice del entrevistado.

Brewer agregaba en su artículo: “Recuerde, usted no está allí para escuchar una lista de declaraciones, como una secretaria tomando nota. Usted no es un escribano ayudándoles (a los entrevistados) con su campaña de relaciones públicas. Usted es un periodista y su trabajo consiste en llegar a la verdad. Todos los partidos políticos tienen colaboradores y oficinas de relaciones públicas cuyo trabajo es asegurar que el mensaje del partido sea emitido, sin importar cuál sea la oportunidad. Y recuerde, su entrevista será vista por ellos como eso: una oportunidad política. Nunca piense que va a estar más preparado que ellos, eso es ingenuo y tonto”.

Quedarse al margen de los recursos espurios con los que se manejan lo amanuenses presidenciales ante micrófonos y pantallas es un compromiso central para los periodistas que creemos en los principios profesionales (incluyendo los éticos) que deben guiar al periodista en su misión de llevar al público la mejor, más certera y precisa información.

Sugiero a los lectores de PERFIL que presten particular atención al clima, el tono y la calidad de las preguntas que se formulan ante cámaras o micrófonos al Presidente y sus adláteres. Si huelen a complicidad, si más parecen meros pies teatrales para dejar al actor lucirse con sus parlamentos, huyan o caerán en una trampa peligrosa.