No hay mejor herramienta para cerrar la famosa grieta que la realidad. O mejor: es una idea interesante la de reemplazar la grieta ficticia construida por la voracidad de grupos políticos y sus ejecutores para transformarse en únicos, en custodios de una democracia que, con sus actitudes segregacionistas, consideran coto privado.
“Al amigo, todo; al enemigo, ni justicia” es la frase que Juan Domingo Perón hizo célebre y define buena parte de la praxis política de quienes pretenden marginar a quienes no piensan como ellos. La frase cabe no solo para peronistas sino también para quienes habitan la otra vereda, donde la virulencia de los mensajes no es menor: la descalificación de gobiernos y funcionarios, legisladores y militantes peronistas es moneda corriente desde parte de la actual oposición. Hay quienes opinan que hay que unir y no mantener la división. Tienen razón, pero...
El lector Fernando Miranda, un habitué de estas páginas, elogia la mirada sobre el tema que desarrolló con amplitud y claridad Beatriz Sarlo en su columna del domingo 25 de octubre con el título “Hipocresías políticas. De qué unidad nos hablan”, (PERFIL, página 4, https://www.perfil.com/noticias/columnistas/de-que-unidad-nos-hablan-por-beatriz-sarlo.phtml).
Es interesante reproducir aquí (porque en este párrafo se verá lo que intento transmitir a los lectores del diario cuando hablo de la grieta verdadera), un tramo de aquel artículo: “Voy a decir algo elemental y que quizás por eso es silenciado en los discursos que llevan la marca de la unidad: no hay tal encuentro fraternal entre hambrientos, desocupados,
gente sin techo, chicos sin protección, mujeres que padecen la desigualdad en la familia, la pareja, el mundo social, y quienes van al gimnasio, a la escuela media, no son golpeados ni arreados ni atropellados, y tienen la seguridad de controlar sus cuerpos en la medicina y sus mentes en los consultorios ad hoc. No hay unidad posible sin el control de las fuerzas que la rompen todo el tiempo”. Ejemplificando con datos de la realidad actual y reciente: ¿puede haber unidad cuando centenares de pobres de toda pobreza son desalojados
con violencia (avalada y ordenada por la Justicia, argumentada por el poder político, aplaudida por tirios y troyanos, rechazada por dirigentes de la izquierda) de los magros lotecitos ocupados en Guernica? ¿Puede haberla cuando la batalla legal entre miembros de una familia multimillonaria se transforma en una praxis política destinada a medir dimensiones de ovarios o testículos?
El lector Miguel Ángel Bonillo, abogado y también frecuente corresponsal espontáneo, señala en su carta algunos argumentos relacionados con lo que se ha dado en llamar “pobrismo” para condenar políticas públicas de ayuda social y también para señalar datos que hacen de las desigualdades sociales el mayor problema (no uno de ellos: el mayor) que vivimos los habitantes de este país. Recuerda que hace 45 años, el 7% de la población estaba por debajo de la
línea de pobreza, y compara ese porcentaje con el 40% (o más) actual. Unir cuando es tan grande la desigualdad entre los que tienen lo necesario y los que pujan por tener lo imprescindible, es hoy un imposible: en algún cajón del Parlamento duerme el sueño de la tristeza la idea de gravar mínimamente a los poseedores de las mayores fortunas (multimillonarios, opulentos) para paliar en algo la deficitaria economía nacional.
Joan Manuel Serrat dice en un tema: “Disculpe el señor/si le interrumpo, pero en el recibidor /hay un par de pobres que /preguntan insistentemente por usted. No piden limosna, no, /ni venden alfombras de lana; /tampoco elefantes de ébano. /Son pobres que no tienen nada de nada”.