Hace años, en este mismo espacio, escribí sobre Alberte y Jacob, novela de la gran escritora noruega Cora Sandel. Pero, ¿quién se acuerda de una columna escrita hace años? ¡Ni yo mismo! De hecho, quise copiar y pegar lo escrito entonces, pero no encontré el archivo. Se dirá que lo que intenté hacer es plagio (o autoplagio), pero no lo veo así. Me parece, más bien, que hubiese sido una suerte de reafirmación de lo que pienso. Si las principales firmas de este prestigiosísimo bisemanario (como el teledoctor Castro, etc., etc., etc.) hace 18 años que no dejan de decir, casi a diario, que el kirchnerismo tiene las horas contadas, ¿por qué no podría yo también repetirme un poco?
Cora Sandel nació en Oslo (entonces llamada Kristiania) en 1880 y murió en Upsala, en 1974. Vivió en Noruega, Francia y Suecia, donde residió largamente hasta su muerte. Obviamente no leo noruego, así que me procuré el libro en francés, en la bella editorial Des Femmes. Publicada originalmente en 1926, la novela retrata la desesperanza de una adolescente (Alberte) asfixiada en una familia de la alta burguesía que prefiere a su hermano varón (Jacob). Talentosa para los estudios, su único sueño es huir de su casa, de su familia y de su mundo. Con un tono a veces demasiado lírico, en el límite del novelón sentimental, la mirada femenina crítica de la vida cotidiana de su época salva a la novela de esos desperfectos y le da un interés que perdura hasta hoy en día. Una evaluación similar (la de su interés actual) debe compartir la editorial española Contraseña, que el año pasado decidió publicar la novela en castellano aunque, creo, sin distribución por ahora en la pampa húmeda.
Entre tanto, acabo de leer Alberte et la liberté (Presses Universitaires de Caen, 2020), segundo tomo de la llamada Trilogía de Alberte, que abre con la mencionada Alberte y Jacob y cierra con Bare Alberte (Solo Alberte). Alberte et la liberté transcurre en 1910, en París, en Montparnasse. Alberte, ya instalada en el “mundo de la bohemia” (la novela cae más de una vez en ese tipo de lugares comunes) afirma su condición de feminista avant la lettre. “Atrapada por las sensaciones, Alberte deambula por las calles, con el paso de las mujeres libres”, mientras se rodea de artistas, casi siempre extranjeros, en especial nórdicos. Esos son los mejores momentos del libro, la descripción de la extranjería, de la extrañeza de la lengua, de los pesares económicos y de todo tipo. Si se hiciera (en caso de que no se haya hecho) una historia de la inmigración sueca en la París de principios del siglo XX, Alberte y la libertad ocuparía un lugar central. No menos placer depara la lectura de la entrada de Alberte en la escritura, “hechas de dudas que se materializaban como párrafos”.
Casi por casualidad, al mismo tiempo que leía a Sandel, volví a ver La vie de bohème, la única película en francés de Aki Kaurismäki, maravillosa, como toda su obra. Ambientada en el presente, la película mantiene sin embargo una sutil atemporalidad, marcada, otra vez, por la figura del artista extranjero en la pobreza, en París (entre muchas otras cosas). Aunque no en París: en los suburbios de París, dato no menor. El pasaje de Sandel a Kaurismäki señala el devenir de la ilusión del centro a la fragilidad del margen, tanto de esos personajes como probablemente también de la cultura francesa.