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La libertad no avanza

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Casa Rosada. | shutterstock

Parece un chiste de los actuales tiempos políticos, pero no. Siendo yo no tan joven, disfrutaba de los sonidos rústicos, ya no tan nuevos, del rock argentino. Con repetición agobiadora sonaban en mi mente las preguntas retóricas de un guitarrista y cantante llamado Pappo, que debutaba en la industria discográfica con Pappos Blues vol. 1. Apenas lanzó su long play, fue elogiada la velocidad de su digitación, la coloratura “negra” de su voz. Se lo comparaba con otros guitarristas, lo llamaban el Eric Clapton argentino (no sé si como elogio o en prueba de desdén). En una de sus canciones, Pappo se preguntaba “adónde está/la libertad/no dejo nunca/de pensar/quizá la tengan en algún lugar/que tendremos que alcanzar” y luego de un par de rimas así de toscas seguía: “yo sé que nunca la hemos pasado tan mal” y venían luego esos gorjeos guitarrísticos a repetición que se llamaban riffs.

Flaubert, Verne, Melville

De esa canción, de su golpeteo rítmico, lo que me impresionaba, y me sigue volviendo cada tanto, es lo acucioso de la pregunta ligada a un bien abstracto, pleno de representaciones particulares al gusto de cada sujeto –la libertad–, el carácter obsesivo de la pregunta (“no dejo nunca de pensar”), la idea, ciertamente interesante, de que esa abstracción se puede cosificar o reducir, y materializar, hasta poder ubicarla –¿secuestrada?–, en  “algún lugar” (un espacio imprecisable, quizá abstracto, quizá concreto, mínimo o desmesurado, abarcable o infinito), y luego, en el siguiente verso (el resto de la canción no importa nada), la presencia de lo imperativo, que exige y nos obliga a alcanzarla –a la libertad–, lo que supone que está efectivamente, alojada, o presa. La libertad, sería la conclusión, existe aunque no la veamos, está retenida –no sabemos bien el motivo– en algún sitio que desconocemos, su ausencia o detención obsesionante en manos de no sabemos quiénes, no impide que nuestra misión sea ubicarla, alcanzarla, quizá liberarla (liberar a la libertad), aunque esté confinada en el mismísimo  reino de los cielos.

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Me llaman la atención al menos dos cosas. Una, que lo multirrepresentable del concepto de libertad haya prendido como categoría política general y como deseo particular. Segundo, que nadie haya señalado hasta ahora cuanto debe esa pregnancia, empeñosamente capitalizada por la ultraderecha antiderechos, privatista y endeudadora, a la semilla previamente sembrada por el discurso de la liberación, que estaba en manos de la izquierda, y que ya no impregna a casi nadie. Tiempos raros.