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botas y votos

La política de la fuerza

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Cualquier movimiento político transformador tiene en su origen la fuerza, como enseñan los grandes filósofos políticos del siglo XX, desde Walter Benjamin hasta Carl Schmitt. Pero esto no debería justificar el uso de la fuerza, per se, en el campo de lo político. Cuando la fuerza de la política se reduce a la política de la fuerza, asistimos a un empobrecimiento que diluye la sustancia de todo proyecto y desdibuja su identidad política. Aquí el fin es siempre uno y el mismo: la brutal conquista del poder, que deriva en la brutalidad de su ejercicio. Esta práctica no es novedad en nuestro país, en donde lamentablemente siempre se encuentra la oportunidad para su actualización.

Ese proceso se llevó hasta el paroxismo con la última dictadura militar, cuando la política se ejercía de manera decisiva a través de la fuerza física. En rigor, la “fuerza de las botas” de ese entonces se reproduce, de alguna manera, en la lógica de la “fuerza de los votos”, cuando el proceso de acumulación de poder eleccionario no apunta hacia ningún otro lugar más que hacia sí mismo. Sin la construcción de una identidad política real, ni un debate serio de un proyecto sustentable en el tiempo, sólo resta el poder por el poder mismo.

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Luego, con la acumulación de poder y el capital económico que aquél trae consigo, se ingresa en el círculo vicioso en donde el dinero prescribe la lógica de la política y la sobredetermina. La política de la fuerza es encarnada por la fuerza monetaria que coopta aparatos partidarios, compra segmentos publicitarios y define una elección con el auxilio de encuestas operadas y la repetición de eslóganes vacíos de contenido. Sin un ideal político superador que busque la confluencia de lo mejor de la tradición republicana con las virtudes de la justicia social, la política de la fuerza drena la riqueza potencial de la política.

En la actualidad, existe una imagen virtual que se ha construido periodísticamente a partir del día posterior a las elecciones de 2009, y a la que muchos referentes políticos también han contribuido, que es la de una oposición compacta y vigorosa. De hecho, estos atributos de la oposición han sido más excepcionales que habituales, incluso en el ámbito parlamentario. De cara a las elecciones nacionales de este año, el cuadro se repite, como si se tratara de una operación algebraica en la que se suman los votos de cada parcialidad política del arco opositor. Se incentiva así una alianza generalizada contra el oficialismo actual, alianza que no podría tener metas comunes ni una identidad consolidada, dada la heterogeneidad de los espacios en cuestión. El pasado reciente nos advierte de las consecuencias de tal tipo de alianza. Debemos estar atentos frente a una coalición así montada, ya que la fuerza de los votos, si bien es condición necesaria, por sí misma tampoco construye política en ausencia de un proyecto que la sustente.

Así, la participación política es cada vez más activa pero menos razonable, en el entorno exasperado en el que la falta de argumentos se suplanta con un consignismo vacío de la “oposición”, o con exaltaciones, exhibiciones de fuerza, choques, del lado del “oficialismo”.

De lo que se trata, si es que queremos rehabilitar la fuerza de la política, es de establecer un consenso respecto a aquello que el Gobierno ha hecho bien, y proponer cambios sustanciales en aquellos puntos en los que todavía no ha dado respuestas satisfactorias. Debatir y cuestionar los modos de construcción política es probablemente el primer paso que debería darse, tanto del lado del oficialismo como de los diversos frentes de oposición, ya que, en ambos campos, la figura del partido político, con su organicidad y mecanismos internos, aparece desdibujada. Sin esa inicial discusión, estaremos entregados, como siempre, a la política de la fuerza y, al fin de cuentas, a la debilidad de la política.


*Senador nacional.