COLUMNISTAS

La política del abucheo

Otra vez el cierre de esta columna me sorprende lejos y desconcertado. Anoche (es decir, el domingo pasado), en el avión que nos trajo a Nueva York, leía Like a Rolling Stone. Bob Dylan at the Crossroads, un libro del supremo dylanólogo Greil Marcus, donde se cuenta todo lo que usted quiso saber y algo más sobre la canción homónima (“la más importante de la historia del rock and roll”).

Quintin150
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Otra vez el cierre de esta columna me sorprende lejos y desconcertado. Anoche (es decir, el domingo pasado), en el avión que nos trajo a Nueva York, leía Like a Rolling Stone. Bob Dylan at the Crossroads, un libro del supremo dylanólogo Greil Marcus, donde se cuenta todo lo que usted quiso saber y algo más sobre la canción homónima (“la más importante de la historia del rock and roll”). Allí, en la página 179, aparece una explicación del sistemático abucheo del que fue objeto el músico durante su gira por Inglaterra en 1966. Entonces, Dylan venía de abandonar la ortodoxia del folk en beneficio de la extraordinaria fusión eléctrica y rockera que marcaría sus años más creativos. Dice Marcus: “En Gran Bretaña, las protestas que acompañaron a Dylan estuvieron organizadas por el Partido Comunista, que operaba una red de clubes de folk estalinistas, en los que se controlaba estrictamente qué canciones debían cantarse y quién podía cantar qué”.
Cuarenta años más tarde, suena bastante absurdo que algunos creyeran entonces que el rock era el símbolo de los males del capitalismo y que apartaba al pueblo de la pureza de la canción folclórica. Pero no pude dejar de relacionar esa vieja historia con una mucho más reciente. Hace un par de meses, un joven cineasta argentino me contó que dudaba de presentar su próxima película en el Bafici, ya que ése “iba a ser un festival de Macri”. Me sorprendí al escucharlo, porque el director no es el más politizado de sus colegas. Todo esto ocurría antes del abortado nombramiento del editor-titiritero Rodríguez Felder. Antes también de la inteligente carta abierta que Fernando Martín Peña, el director del festival, enviara al aún desconocido ministro de Cultura porteño, en la que ponía de manifiesto el peligro que corría la próxima edición del Bafici ante la desidia de las futuras autoridades municipales (de la que, como se desprendía de la carta, tampoco eran inocentes los funcionarios de la administración anterior).
Puedo dar fe de esa pasada desidia y hasta declarar bajo juramento que al menos uno de los ex ministros de Cultura de la Ciudad, Gustavo López (hoy flamante responsable de los medios oficiales), tenía por las vanguardias artísticas un desprecio parecido al que manifestó Rodríguez Felder (similar, incluso, al de Tito Capobianco, tristemente célebre director del Colón en la era López) y no se caracterizaba por su atención, comprensión ni preocupación ante las cuestiones culturales más allá de sus intereses políticos inmediatos. Tampoco podemos decir que Jorge Telerman entendiera cabalmente de qué se trataba el Bafici ni que su visión de las cuestiones cinematográficas fuera avanzada o preclara. Pero lo que se escucha en estos días es que el inminente gobierno de Mauricio Macri está descalificado de antemano para emprender cualquier gestión cultural aceptable. La elección inicial de Rodríguez Felder parecería demostrarlo, pero también es cierto que el funcionario nunca llegó a asumir.
No intento decir que Macri cante o componga como Dylan ni que la desconfianza ante su política cultural sea injustificada. Pero me pregunto, por ejemplo, cómo hará el director del Bafici para sostener su gestión si lo que flota en el viento es la ausación de colaboracionista a todo aquel que realice una tarea bajo el gobierno de Macri, como ya se puede leer en algunos blogs. Se daría así la paradoja de que los únicos funcionarios culturales posibles para el próximo intendente serían los que son completamente ajenos a la cultura (Teorema de Rodríguez Felder). En los días que siguen, veremos no sólo en qué medida la administración porteña se muestra a la altura de las circunstancias sino también hasta qué punto el endogámico mundillo cultural es también un caldo de cultivo favorable para la persecución, la delación y la denuncia. Tal vez sea la distancia, pero tengo la impresión de que se vienen días difíciles para la convivencia democrática.