El nuevo incidente de Felipe Solá, esta vez a través de un tuit oficial de la Cancillería en el que intentó marcarle la cancha a Joe Biden el día de su asunción, colmó la paciencia presidencial. A tal punto, que el propio Alberto Fernández, pocas horas después, descalificó a su ministro haciendo trascender conceptos elogiosos hacia Biden a través de una carta personal con destino a Washington.
Esa fue la manera que encontró un encolerizado Fernández para dar una doble señal. Por un lado, al nuevo jefe de la Casa Blanca, en medio de la renegociación con el FMI donde EE.UU. tiene un peso clave. Por el otro, a Solá, que repite conductas erráticas y hasta ficcionales al frente de la política exterior argentina.
Más allá de que el Presidente salió a desautorizarlo y le aplicó más frío que el que requieren las vacunas anticovid (no es la primera vez que lo hace ni al único o única que se lo hace), fuentes oficiales aseguran que el ciclo de Solá en la Cancillería entró en tiempo de descuento.
El tuit fue la gota que rebasó el vaso. Antes se fue llenando con la falsa versión que dio Solá del diálogo entre Fernández y un Biden electo, que generó un cortocircuito con el FMI que debieron subsanar Martín Guzmán y Sergio Chodos. También con el desprolijo recambio de la embajada en China, las idas y vueltas diplomáticas respecto a Venezuela y la invisibilidad de nuestras relaciones exteriores en los acuerdos de Estado a Estado por la provisión de vacunas contra la pandemia.
Cierto es que algunas de estas patinadas son además producto de decisiones ajenas a Solá o que expresan las contradicciones del Frente de Todos. Pero como dice un funcionario de rango y futbolero, “Felipe nos hizo meter varios goles en contra”.
Sin un sector interno que lo respalde dentro de ese mosaico particular que es el oficialismo, a Solá solo lo sostuvieron hasta ahora el Presidente y la resistencia de cederle ese lugar gravitante al kirchnerismo.
El Instituto Patria incluyó a Solá entre los “funcionarios que no funcionan”, como escribió Cristina Fernández de Kirchner el año pasado. Y, obviamente, tiene in péctore posibles candidaturas para su sucesión: el ex canciller Jorge Taiana y la ex embajadora Cecilia Nahón son de la partida.
El actual representante argentino ante los EE.UU., el albertista Jorge Argüello, sería el favorito del Presidente. Salvo por el detalle temporal, según advierten en la Casa Rosada, de que en esta época de renovación en lo alto del poder norteamericano a Fernández le parecería más importante que se quede en Washington.
Otro de los nombres que se echaron a rodar en el círculo presidencial es el de Daniel Scioli. Lo respaldan su vínculo con Alberto Fernández, su meritoria gestión ante el gobierno con el que peor relación ha tenido nuestro país (el Brasil de Jair Bolsonaro) y su independencia respecto a CFK.
Sin embargo, dicen que en la mente del jefe de Estado aparece otro nombre menos ruidoso y de total confianza para reemplazar a Solá. De hecho, fue el responsable de un dossier reservado en el que se basó Fernández para armar la carta personal dirigida a Biden: Gustavo Beliz, secretario de Asuntos Estratégicos.
Si el elegido fuera Beliz, no sería la primera vez, ni acaso la última, que el Presidente decide mojarle la oreja a la vice.