La muerte de Osama Bin Laden en un enfrentamiento armado con las fuerzas especiales de los Estados Unidos afectará profundamente las relaciones entre Pakistán y ese país. La muerte del líder de Al Qaeda en lo profundo de Pakistán, en una ciudad con una fuerte presencia militar, pareciera confirmar lo que muchos han clamado: es Pakistán, y no Afganistán, el epicentro del terrorismo internacional.
¿Cómo afectará la muerte de Bin Laden a los grupos terroristas que operan no sólo en Pakistán, sino también en otros países musulmanes alrededor del mundo? ¿Qué impacto tendrá sobre la participación estadounidense en Afganistán? Algunas respuestas tentativas a estas preguntas son ahora posibles.
Estados Unidos entraron en Afganistán en octubre de 2001 para expulsar al régimen talibán, que había provisto a Bin Laden y Al Qaeda de un santuario y base de operaciones. Esa presencia ha permanecido por casi diez años, peleando contra una insurgencia concentrada en la población pashtún de Afganistán. Los pashtún, que constituyen alrededor de la mitad de la población de ese país, creen que la invasión estadounidense significó una pérdida de poder frente a sus rivales étnicos, los tajiks y los uzbecos. La insurgencia liderada por los pashtún tiene como objetivo expulsar a las tropas extranjeras y restaurar su dominación sobre el territorio.
Con la muerte de Bin Laden, los Estados Unidos podrían argumentar que la misión que comenzó hace casi una década ha sido cumplida con éxito. Las tropas podrían ser reenviadas a casa, cumpliendo con lo prometido por el presidente Barack Obama en West Point el 1º de diciembre de 2009. Pero, ¿está la misión realmente cumplida?
Esa pregunta no puede ser respondida sin saber definitivamente cuál es la posición de Pakistán frente al terrorismo islámico. Bin Laden fue asesinado en una operación que no involucró fuerzas paquistaníes, pero que puede –o no– haber involucrado a las fuerzas de Inteligencia de ese país. El hecho de que Bin Laden haya estado escondido en el corazón de Abbottabad –donde fui al colegio cuando niño–, en una mansión construida en seis años, y haya salido y entrado varias veces por año, genera preguntas preocupantes acerca de la posible complicidad de las fuerzas militares paquistaníes.
¿Sabía el ejército –o sus rangos altos– que Bin Laden estaba viviendo entre ellos? Si es así, ¿cuál era el objetivo de dejarlo usar ese lugar de escondite casi vecino a un importante espacio militar? Resulta extraordinario considerar siquiera que el alto mando militar paquistaní podría haber tolerado la presencia del líder terrorista, dado que él y Ayman al-Zawahirí, su segundo, habían declarado la guerra a Pakistán. Es más: los ataques terroristas dirigidos o inspirados por Bin Laden han matado a miles de personas en muchas ciudades de ese país. Algunos de estos ataques incluían instalaciones militares, como el de Rawalpindi, no lejos de Abbottabad.
Para responder a estos interrogantes, sería útil saber si la inteligencia paquistaní aportó algún tipo de ayuda a los esfuerzos estadounidenses de ubicar a Bin Laden. ¿O estaban usando a Bin Laden como peón en sus relaciones con Estados Unidos? ¿Le permitieron al líder de Al Qaeda esconderse en su territorio con el objetivo de usarlo como ficha de cambio en la situación de Afganistán? ¿Había llegado ese momento, que desencadenó en la exposición y muerte de Bin Laden?
No hay respuestas inmediatas a esa pregunta –ni siquiera en el editorial escrito por el presidente Asif Ali Zardari en The Washington Post, a horas de la muerte de Bin Laden. Pero las respuestas saldrán a la luz una vez que más detalles de la operación se hagan públicas.
*Ex ministro de Finanzas de Pakistán y ex vicepresidente del Banco Mundial. www.project-syndicate.org