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Libros capicúas

No solo el libro, sino esa factura o remito había viajado en el tiempo, para llegar intacta a nosotros, como un resto de que otra vida es posible. O no, quién sabe.

1-11-2020-Logo Perfil
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No suelo ir por el barrio de Belgrano, pero el otro día una obligación impostergable me llevó por allí, así que aproveché para pasar por El Banquete, donde me hice de El ensayo y la crítica (Centro Editor de América Latina, Buenos Aires, 1972), el tomo de la Historia de la literatura mundial que, dedicado a la Literatura del siglo XIX, se ocupa de esos temas. Es una hermosa edición encuadernada en tapa dura, en un formato bien generoso, que incluye textos que están un poco más arriba que la mera divulgación y un poco más abajo que el saber específico. Cuatro de ellos están escritos por Beatriz Sarlo (firmados como Beatriz Sarlo Sabajanes) y uno por Jaime Rest (Las corrientes de la crítica anglosajona), quien también realizó la supervisión técnica del tomo. El pie de imprenta no informa la tirada, pero sabemos que las del CEAL eran tiradas de a miles; libros dirigidos a una clase media que se imaginaba en ascenso social, con inquietudes culturales y con la convicción de que los libros y las ideas que circulan por los libros son parte central de la vida cotidiana. Hoy eso sería imposible, y de hecho lo es: es imposible. No existe algo así, y libros como estos parecen, por momentos, restos de meteoritos llegados de otra galaxia, de una civilización que ya no existe. Son como objetos que viajan en el tiempo. Pensaba en todo esto cuando, al llegar a casa y abrir el libro, me encontré con un papel en su interior. No termino de darme cuenta si es un remito o una factura (lo que hace bueno y eficiente a un editor no es el gusto para elegir los autores y libros que publica, sino que sepa de esas cosas. Yo nunca pude, situación que, por otra parte, no tiene importancia porque nunca fui editor). En todo caso, es un papel oficial de Centro Editor de América Latina SA (Cangallo 1228. Piso 2° D. Ventas y exp.: Rincón 79/87), fechado el 22/8/73, por un ejemplar (escrito a mano figura: Cant. 1. Título: Universal TLS) por un importe neto de 1.300 (supongo que serán pesos, habría que averiguar a cuánto equivaldría hoy). No solo el libro, sino también esa factura o remito, había viajado en el tiempo, para llegar intacta a nosotros, como un resto de que otra vida es posible. O no, quién sabe.

Al día siguiente fui a seguir vaciando el departamento de mis padres, y encontré una cajita con los boletos capicúa que coleccionaba mi mamá. Para los eventuales lectores jóvenes que tal vez no lo sepan, en ese entonces había que sacar boleto en cada viaje en colectivo: eran unos papelitos que estaban numerados, y cuando la numeración coincidía de adelante para atrás y de atrás para adelante (por ejemplo 87678), mucha gente, entre ellos mi mamá, los guardaba. Encontré uno de la línea 24 que me salió a mí en 1981, en un viaje de Villa del Parque a La Boca, y que al volver de la cancha se lo regalé a mi mamá (es el único de la línea 24 que hay en la caja, así que supongo que debe ser el mío). Durante años, probablemente hasta que los boletos fueron reemplazados, cada vez que subía a un colectivo lo primero que hacía era mirar si era capicúa. 

Sin embargo, la diferencia entre el recuerdo de los boletos y el del libro (que en verdad no es un recuerdo: fue publicado cuando yo tenía 5 años) es inconmensurable. Uno es apenas una anécdota sin más. El otro –por muchas, muchas razones– nos informa de nuestra desdicha en el presente.

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