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Libros desordenados

¿Por qué se publicaban esos libros en esas décadas? Tal vez porque todavía circulaba un cierto imaginario revolucionario.

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| Cedoc

Desordenando mi biblioteca, encuentro varios libros que hacía mucho no veía, compilados de textos de las vanguardias, casi todos con muy buenos prólogos. En general fueron publicados en los 60 y 70. Luego, de a poco, esos temas –surrealismo, expresionismo, dadaísmo, etc.– fueron perdiendo presencia en el mercado editorial. ¿Por qué se publicaban esos libros en esas décadas? Tal vez porque todavía circulaba un cierto imaginario revolucionario, un deseo de que la política conectara con las artes y con la vida cotidiana, para cambiarla para siempre. O tal vez, más simplemente, porque hacía cuarenta o cincuenta años que habían ocurrido las vanguardias, de la misma forma que ahora está lleno de libros sobre lo sucedido hace medio siglo, las neovanguardias de los 60 como Oulipo, el situacionismo, etc. 

De ese estante, obviamente el primero es Antología de la poesía surrealista, a cargo de Aldo Pellegrini (Fabril, Buenos Aires, 1961), libro maravilloso que todavía es reeditado sin cesar. Menos conocidos son otros tres. El primero es Las vanguardias artísticas del siglo veinte, de Mario de Micheli (Editorial Universitaria de Córdoba, 1968, traducción de Giannina Collado). Publicado en la misma colección en la que aparecieron libros de Adorno, Genette y Herbert Read, un año antes del Cordobazo, la introducción de De Micheli es muy ajustada, y la selección de manifiestos de vanguardia, insuperable: además de los más evidentes como los del surrealismo, dadaísmo o futurismo, hay otros igualmente claves pero que circularon menos, como el del suprematismo o el de De Stjl: “La palabra ha muerto/Los clichés naturalistas y los dramáticos films de palabras que los fabricantes de libros nos suministran por yardas y por libras, no contienen ninguno de los nuevos acontecimientos de nuestra vida. La palabra es impotente” (tomado del segundo manifiesto de De Stijl, de 1920, escrito por Theo Van Doesburg, Piet Mondrian y Antony Kok).

De 1971 es Teatro Dada, compilado por Gian Renzo Morteo e Ippolito Simonis, publicado en Barcelona por Barral, traducido por José Escué, de la edición origina italiana en Einaudi, de 1969. Reúne piezas de Artaud, Breton, Aragon, Tzara, Picabia, etc. El texto de introducción es levemente pedagógico, pero mejora hacia el final, cuando entra de lleno en los asuntos técnicos de la técnica teatral bajo la impronta vanguardista: “Abolición de la coordinación entre los diversos componentes del espectáculo y consecuente ruptura de las relaciones convencionales entre ellas, por ejemplo, de la relación actor-escena y del que surge entre palabra y gesto (…) la constante inversión de los signos para lograr expresar de forma antidramática contenidos dramáticos y viceversa”.

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Con una primera edición de 3 mil ejemplares, De la Belle Époque a Dada fue publicado en Caracas en 1977, por Monte Avila, y es una antología de textos de Allais, Apollinaire, Jarry, Satie, Schwob, entre otros, seleccionados e introducidos por Luis Gregorich. Reparo en un pasaje de “El guillotinado por persuasión”, de Eugène Chavette, escritor hoy algo olvidado; ironista notable, novelista mediocre, propietario del mítico Café Vachette: “No quieres hoy… ¡Sea!... pero harán que el ejecutor venga aquí mañana… Respóndeme: ¿acaso es común que te vayan a guillotinar el día posterior a tu ejecución?”.