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CAMPAÑA ELECTORAL

Lo que debe entender Milei

El liderazgo mesiánico en la Argentina y las lecciones de Néstor Kirchner.

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Néstor Kirchner. | Pablo Temes

Max Weber asoció el mesianismo a “la presión de desgracias típicas, eternamente recurrentes”. De acuerdo a la evidencia histórica y universal que disponía, el vínculo entre padecimiento y ansias de emancipación es una constante que explica el surgimiento del mito de la redención. Ese drama reúne dos actores: el pueblo sufriente y el salvador, que adviene para librarlo de la desgracia. Para legitimarse, este debe afrontar un desafío: explicarles a los que sufren el motivo de su desdicha y la discrepancia entre el mérito que poseen y el cruel destino que les ha tocado. Es indispensable esclarecer por qué, con tanta frecuencia, les va mal a los mejores y bien a los peores. La masa de los justos padece, sus opresores gozan. Ellos serán el blanco de las invectivas del redentor.

En un país como este, donde las desgracias son típicas y recurrentes, la figura del líder político carismático, que es una secularización del mesías religioso, vuelve a reaparecer cada tanto. Solo en este siglo, dos figuras compartieron ese estatus: Néstor Kirchner, hace veinte años; y Javier Milei, ahora. Las similitudes entre ellos son inequívocas: ambos se postularon como liberadores del sufrimiento de millones de argentinos. Hace dos décadas, debido a una severísima crisis económica y social, que concluyó con la incautación de sus ahorros; hoy, por la inflación, la inseguridad y la pobreza crecientes, al cabo de años de estancamiento. Los dos líderes se legitimaron culpabilizando al poder, de acuerdo con el planteo weberiano. A principios de siglo fueron los bancos, las multinacionales y la dictadura militar; ahora le toca a la clase política cargar con la culpa.

Solo en este siglo dos figuras compartieron ese estatus: Néstor Kirchner, hace veinte años; y Javier Milei, ahora

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Todos los fenómenos sociales poseen razones. Los mitos de redención no se crean de la nada. Responden a precisos motivos, nacen de una insuficiencia profunda del sistema, en este caso de la democracia. El déficit es fácilmente identificable: reside en el deterioro de la calidad de vida de las mayorías, en la frustración de los jóvenes, las mujeres, los trabajadores, los jubilados y los pobres. Las élites, que deberían ejercer el liderazgo y legitimarse generando bienestar, se tornan un estrato privilegiado y necio, que posee ventajas y dispone de recursos para conservarlas y ampliarlas. Basta ver algunas desigualdades extremas e hirientes: cada vez más, unos pocos concentran la propiedad y la riqueza, mientras muchos revuelven la basura buscando restos de comida, sucumben a la inseguridad, no pueden alquilar un cuarto, o deben ganarse la vida con sueldos que no resisten diez días de compras de alimentos.    

Según enseña la politología, los fundamentos del liderazgo mesiánico son variantes del populismo, cuyo rasgo básico es la representación del pueblo encarnada en un líder que reemplaza la mediación de las instituciones por una jefatura personal, decisionista y providencial. Que el populismo sea de izquierda o de derecha no es una diferencia relevante, en tal caso permuta a los responsables de la desgracia, utilizando el mismo mecanismo: exculpación del pueblo, inculpación de los poderosos. Podría agregarse que el voto a los líderes populistas se alimenta más de emociones que de razones, de huellas de sufrimiento y humillación, que residen en el cuerpo antes que en la mente. Y del deseo profundo de reivindicación, algo que Néstor Kirchner había sintonizado y transformado en una meta: voy a devolverles la autoestima a los argentinos.

Ese Kirchner tenía sin embargo algunas diferencias, acaso decisivas, con Milei. Su sustento era el partido más poderoso de la Argentina contemporánea, en sus diversas vertientes: la política, con mayorías legislativas, intendencias y gobernaciones; la corporativa, con grandes sindicatos y organizaciones civiles y empresariales; la que moviliza y ocupa las calles, con los militantes y los movimientos sociales; y la eclesial, con la empatía hacia el pueblo sufriente, que es también el pueblo de Dios. Además, Néstor Kirchner fatigaba el teléfono y las reuniones negociando todo lo que consideraba negociable. Alternaba las consignas emancipadoras con discretos encuentros, donde se acordaba por consenso o bajo la amenaza de represalias. Así se aseguró, no sin audacia, la gobernabilidad, mientras las condiciones externas posibilitaron el crecimiento económico y el ascenso social. Hasta que el cambio de viento y la endeblez de los fundamentos iniciaron la degradación del modelo que se prolonga hasta hoy.

El voto de los estafados

¿Cómo hará el nuevo líder, si llegara a la presidencia, lo que aún está por verse, para devolverle la felicidad al pueblo, si eso requiere descabezar a buena parte de las élites, empezando por la política? ¿Podrá lograrlo sin negociar las condiciones y los modos en que la transformación que promete se realizará? El no peronismo, habiendo poseído poder electoral y legislativo, afrontó dificultades de gobernabilidad aun con módicos programas de reformas, cuando el peronismo fue oposición; ahora, un no peronista extremo, carente de experiencia, promete transformaciones radicales con minoría legislativa, sin gobernadores ni intendentes, con el recelo de muchos empresarios y la oposición de los sindicatos, la derecha moderada, la izquierda y los movimientos sociales. Y sin haber demostrado capacidad de movilización masiva, más allá de convocatorias juveniles similares a festivales de rock.

La historia de las guerras perdidas es también la historia de las subestimaciones en que incurren los iluminados, que creen estar por encima de las circunstancias. Son aquellos que emprenden campañas sin considerar el poder del adversario, las alternativas del clima, el desgaste de las propias fuerzas. Véase lo que sucede hoy en Europa Oriental. En el ajedrez, que es una alegoría de la vida, el jugador mueve las piezas y el adversario responde moviendo la suyas, para doblegarlo o empatar, haciéndole difícil la victoria. Y si ganara esa partida, es probable que pierda la siguiente, en una alternancia interminable, porque, como escribió Borges, ese juego es infinito.

Esto deberá entender Milei si no quiere desatar un conflicto que destruya la gobernabilidad y se lo lleve puesto. Será mejor que aprecie la experiencia de los partidos políticos en lugar de estigmatizarlos. Que aprenda de ellos. La política democrática es el arte de lo posible, donde participan no solo los votantes, sino también poderosas corporaciones. En ese marco, las utopías prevalecen por un tiempo, hasta que la realidad le impone al mesías su implacable rigor.

*Sociólogo.