En enero de 2021, la entonces flamante portavoz de la Casa Blanca, Jen Psaki, se comprometió en su primera rueda de prensa a compartir información “precisa” al público estadounidense y manifestó “su respeto profundo” hacia una prensa libre e independiente. Por cierto, para los estadounidenses era una gratificante novedad: en la administración anterior, comandada por Donald Trump, fueron cuatro los portavoces de la presidencia norteamericana, todos ellos anti-prensa.
La función de vocero presidencial o portavoz de la presidencia, en cualquier país, es una tarea compleja, que demanda una mezcla sabia entre conocimiento del medio periodístico, capacidad de análisis en políticas de comunicación, respeto a sus interlocutores –profesionales de este oficio– y a la verdad. La huida por vía del silencio o la negación no aparecen como políticas razonables en el manejo de las relaciones entre los gobiernos y los periodistas. Lo hemos visto en el cine, en series y en reproducciones de diálogos públicos y privados entre voceros-portavoces y miembros de la prensa.
Psaki fue portavoz del Departamento de Estado en el gobierno de Barack Obama (2009-2017), cuando definió “el poder de Estados Unidos y, por supuesto, el poder de este atril y el poder de la verdad, y la importancia de dar ejemplo de compromiso y transparencia”. Que haya cumplido con ese objetivo ideal de compromiso y transparencia es cuestión opinable partir de los hechos históricos. En la conferencia de prensa citada al comienzo de esta columna, Psaki (43 años) dijo: “Tengo un profundo respeto por el papel de una prensa libre e independiente en nuestra democracia y por el papel que todos ustedes desempeñan. Habrá momentos que estaremos en desacuerdo, y habrá ciertamente días en los que estaremos en desacuerdo en gran parte de las ruedas de prensa, pero tenemos un objetivo común, que es compartir información precisa con el pueblo estadounidense”.
Hay dos maneras de establecer una relación dialógica entre quien ejerce el poder por delegación y los destinatarios de su trabajo, los periodistas: una es plantearla de manera horizontal, sin excederse en el ejercicio de ese poder y respetando lo que se dice y pregunta desde la prensa, procurando dar respuestas adecuadas y lo más cercanas a la verdad; la otra es aprovechar esa posición de poder para que quede claro quién manda.
Cuando en algún sector del gobierno al que representa e interpreta se produce un hecho noticiable, la función de la vocería o portavoz presidencial es agotar todas las respuestas, sobre todo si hasta ese momento no han quedado claras algunas cuestiones vinculadas a ese hecho. Por ejemplo: no está claro, aún, qué opina el Gobierno sobre las circunstancias que rodearon el viaje conjunto, de vacaciones, que la directora del PAMI y su segundo (coincidentemente, pareja) realizaron a México días atrás. En verdad, lo que los periodistas quisieron saber de boca de la portavoz gubernamental (el PAMI es un organismo oficial) no era ya la decisión de viajar en plan descanso, sino el porqué de hacerlo ambos, dejando el PAMI sin conducción por ausencia de ambos funcionarios.
La respuesta de la portavoz Gabriela Cerruti fue una muestra de la elección que hizo la funcionaria: aprovechó “su posición de poder para que quede claro quién manda”, como se indica más arriba. Fue simple, contundente: “Para nosotros el tema ‘crónica de viajes’ está superado. Pasemos de género periodístico a otro porque el tema ya no da para más”. El “nosotros” no aclara si se refiere a ella y a otro miembro de su equipo, a ella y el Presidente o a ella y algún colega. Y peor: su abrupto cierre está lejos del ideal de transparencia que proclamó su colega Psaki.
Cerruti fue periodista y sabe que los temas no se cierran porque lo desee el poder. Se cierran cuando quedan claros, sin tapujos ni decisiones autoritarias y unilaterales.