“Cristina es de derecha y Macri, de izquierda” (Duran Barba dixit) o “Macri no tiene ideología” son maneras más y menos provocadoras de enunciar que las categorías políticas tradicionales ya no sirven. Pero, aunque pueda requerir otras categorías, ideología siempre habrá. Las adecuadas en Macri habrá que ir develándolas, tratándose de un partido de apenas diez años y que sólo administró una ciudad.
El budismo de Macri como sustituto de una ideología es otro intento por tratar de disimular el vacío de sustancia que pareciera haber, llenándolo con algún conjunto de creencias que permitan comprender cómo se organiza el paradigma PRO.
Pero la obvia existencia de gobiernos de diferentes ideologías en países oficialmente budistas tampoco responde la pregunta de fondo sobre cómo piensa realmente Macri los temas nacionales y desde qué paradigma construye su alternativa al kirchnerismo. El budismo podría ser un apoyo útil al intentar pacificar. Pero la decisión de no retroalimentar la grieta respondiendo agresiones de oponentes no es causa irreductible sino consecuencia de algo más profundo.
Si la polaridad entre Macri y Cristina no se puede articular en fronteras construidas por derecha e izquierda, ¿cuál es el núcleo de diferencias que marca esos límites?
Un posible ordenamiento de estos marcos ideológicos en pugna, y que sirva de base para ir constituyendo los fundamentos de lo que algún día se pueda entender como ideología PRO, podría expresarse en las diferentes visiones sobre cómo se construyó (y evolucionó) el lazo social y cómo se resuelve la tensión entre orden y conflicto.
Conflictistas vs. armonizadores. El kirchnerismo cree en la lucha de clases, siendo ésta –incluso– su diferencia más sustantiva con el peronismo, al que integra como su ala izquierda o “científica”.
La violencia (real en los 70 y simbólica recientemente) es vivida como la herramienta necesaria para acelerar la victoria en esa lucha. Es una consecuencia de asumir la economía como un juego de suma cero donde la pobreza de unos es resultado de la riqueza de otros. En el frente interno los ricos, y en el plano internacional, los colonialistas de antes y los imperialistas de hoy.
Macri y el PRO, por el contrario, no creen en la lucha de clases y creen que la economía inteligentemente practicada puede generarles riqueza simultáneamente a todas las clases sociales. Pero como la economía es resultado de un conjunto de creencias que le dan sustento, las bases de la diferencia ideológica entre el kirchnerismo y el macrismo se podrían asentar en una teoría (radical o no) del conflicto social.
Se le ha reconocido al egoísmo ser uno de los principales factores de la acción humana. Apelando al egoísmo y al miedo, Thomas Hobbes escribió en el siglo XVII su libro Leviatán, considerado el primer tratado de política moderna, donde explica la sociedad como el pacto necesario para poner fin a la guerra de todos contra todos. Un siglo después, Jean-Jacques Rousseau incorporó la simpatía como principio esencial de todas las relaciones humanas y causa de la sociedad, comenzando por la de gozar de la compañía de los otros. El amigo de Rousseau David Hume se quejaba de quienes definían el contrato social sólo en función de negatividades como el miedo, los egoísmos y los intereses, todas limitaciones, en lugar de verlo como un sistema de positividades de empresas comunes, donde la simpatía potenciaba la creatividad, la imaginación y el ánimo inventor. Es la simpatía y no la búsqueda de defensa por miedo lo que acercaría unos a otros construyendo el lazo social.
Otro componente positivista del lazo social se apoya en la necesidad humana de ser aprobados por los otros. Sólo nos aprendemos a nosotros mismos como uno entre otros: “Allí donde no hay amor, ¿de qué serviría la belleza? –escribió Rousseau– ¿De qué sirve el ingenio a gentes que no hablan, y la astucia a quien no tiene negocios? (...) ¿Qué ventaja sacarían de ello los más favorecidos, en perjuicio de los demás, en un estado de cosas que casi no admitiría ninguna clase de relación entre ellos?”
El lazo social basado en los intereses mercantiles tiene la artificialidad de la fugacidad de los negocios. Pero que la lucha de clases se vea reducida por la movilidad social y los cada vez más rápidamente cambiantes intereses comerciales no quiere decir que no haya otra forma de lucha permanente por lo escaso, por ejemplo la lucha por el reconocimiento –desarrollada por Hegel–, que hace del conflicto una constante pero no necesariamente en las categorías de clase económica de la concepción materialista del kirchnerismo.
En Filosofía del derecho, Hegel expuso la necesidad humana de pertenecer a algo mayor que sí mismo, donde realizarse, como factor central de la construcción de comunidad.
No podría haber armonía sin conflicto ni unidad sin diferencia, una armonía y una unidad resultado de la síntesis superadora para volver a comenzar el conflicto y la diferencia, pero ya no como lucha patológica sino como aquello que impele el avance y obliga a llegar a acuerdos y alianzas, aunque siempre transitorios
Cada síntesis lleva implícita una promesa de futura fisura (grieta) que deberá volver a ser reconciliada porque cada plenitud (fusión) será apenas un escalón más. Y la función de la política es crear esa escalera, diferenciando el meramente vivir juntos del sernos mutuamente útiles. Nadie es totalmente autosuficiente ni nadie se siente completo plenamente.
Trump hoy en Estados Unidos se queja de los extranjeros y promueve, solipsísticamente, resolver por la fuerza los problemas, compartiendo con el kirchnerismo una posición agresiva que no se puede caracterizar como de derecha o de izquierda.
Si hubiera un Carta Abierta PRO, debería tener los elementos estructurantes de algo similar a una ideología. Con todo respeto por la increíblemente eficaz tarea de Jaime Duran Barba, a Macri le hará falta mucho más que sus ideas.