María Moreno encuentra en Oración el cruce de todos los caminos que su escritura ha venido transitando. El libro la obliga a sostener el tono justo, justo el tono que corresponde a un libro que incluye en su título la especificación “elegías políticas”. El fin último de la palabra es la celebración, cuya forma poética específica es el himno. El término griego hymnos deriva de la aclamación ritual que se gritaba durante el matrimonio: himen. Pero desde los más antiguos registros, en los así llamados himnos homéricos, se refiere sobre todo al canto en honor a los dioses.
Después, una vez que se constató o se decidió la muerte de los dioses, el himno se confundió y se contaminó con la elegía: en la esfera de la celebración puede darse el lamento pero, sobre todo en este caso, en este libro, en el caso que este libro se pone a mirar y a escuchar, la esfera del planto y la endecha admite la celebración de lo que, por milagro, vive apenas pero vive todavía. “Epinicios en prosa” llama María a la Carta a Vicky y la Carta a mis amigos de Rodolfo Walsh reconociendo ese borramiento de los límites, ese umbral que nos permite sostener la comunidad de los ausentes.
Las operaciones que María realiza en este libro son muy desusadas y, al mismo tiempo, muy oportunas. Ella comienza leyendo un juego de cartas y, luego de una intervención de archivo de una rigurosidad poco frecuente entre nosotros (sobre todo porque los archivos, en Argentina, no son un dato previo, sino un espacio operatorio todavía dominado por la falta, el robo, el secuestro, la destrucción o el egoísmo), pasa a leer un juego de experiencias.
En el camino, como los personajes de los cuentos de hadas (cuyo modelo morfológico María recupera de la mano de Bruno Bettelheim), se encuentra con aliados, con adversarios, con escollos, con intercesores, con “figuras delirantes” y con figuras reales.
María intenta, con la misma amorosa solicitud de una curadora (de una sanadora o de una bruja), reponer “el punto ciego de la experiencia” porque le interesa salvar esa chispa de vida que nos toca, nos alcanza, y que sobrevive a la perversa insolencia de quienes creyeron que podían manejar a su antojo la vida y la muerte.
Hay muchos puntos ciegos y visibles en los materiales con los que María trabaja: el punto que sigue a “Querida Vicky”, el punto inmóvil de Albertina Carri, que traza una constelación de mujeres para afirmar mejor la humanissima trinitas que se opone a la divina, los puntos de las siglas (los HIJOS o las HIJAS con puntitos), los puntos del tejido que se lleva al juicio de lesa humanidad, los puntos suspensivos que implican la cifra justa (que, por ese mismo deseo de justicia, debe redondearse hacia el más) y una política del número que se enfrenta radicalmente a la política del actual “Estado forajido”, que redondea para abajo, en su negacionismo, “la contabilidad del terror”.
La sección del libro que se llama “H.I.J.A.S.” es, tal vez, el núcleo más doctrinario del libro, donde se analizan las fantasías de exterminio (la guerra y la pandemia, el virus) en sistema con el régimen patriarcal que, María lo sabe porque ha leído a Rita Segato y muy probablemente también a Otto Gross, equivale al pecado original: la “caída” (y la cantidad de “caídos” que Oración enumera e incorpora al número justo es enorme) es el ingreso en la civilización patriarcal y la destrucción de la sociedad matriarcal-comunista de los tiempos primitivos.
Llego al punto más brillante del libro de María: la política del número justo que retoma de Walsh es un cálculo que supone una economía política; la política de la mirada (ella miró con sus ojos, pero él, a su vez, miró con los ojos de ella, Vicky) es una cadena de afinidades electivas o de simetrías asimétricas y la política de la Oración mezcla cantidades inconmensurables de lamento por lo que murió y de himno (de himen) por lo que vive todavía.
¿Sabíamos que María Moreno era capaz de escribir un libro tan grave y tan justo como Oración? ¿Esperábamos un libro como este? Son preguntas ya sin demasiado sentido. Lo que ahora sabemos es que lo necesitábamos.