Han pasado algunas horas y la noticia sigue conmoviendo. Todos hemos meditado en nuestro corazón lo que significa el papa Francisco.
Jorge Mario es su nombre de pila bautismal, Bergoglio su apellido, que recuerda un origen inmigrante y una fe transmitida en familia. Si hoy le llamamos romano pontífice debemos reconocer que Dios ha pasado por su corazón y su respuesta ha sido generosa.
Si reflexionamos todo lo que esto significa podemos arriesgarnos también a que nos enfoquemos en la nacionalidad del papa, en su edad, o bien en su sacerdocio jesuita, en su ministerio en Buenos Aires, en la Conferencia Episcopal Argentina, y en múltiples aspectos que van desde su ritmo diario hasta sus gustos musicales y deportivos.
Prefiero aprovechar este espacio para compartir un pensamiento que exprese cómo veo el acontecimiento. Quiero ser fiel a las propias palabras que escuchamos miles de fieles en sus dos primeros mensajes y así interpretarlas en clave católica, es decir universal.
El papa Francisco eligió un nombre que dice mucho: paz, acción de gracias, pequeñez, humildad, servicio y conciencia de que somos creaturas, administradores (no dueños) de toda la creación. Francisco también es un nombre que recuerda a Francisco Javier, uno de los santos jesuitas, misionero por excelencia y testigo de Jesús más allá de las fronteras. Algunos afirman que la palabra Francisco significa “un hombre libre”, más aún, se le agregan cualidades de intuitivo, honesto, de carácter fuerte, independiente y directo para dirigirse a los demás. Esto no le impide que respete la forma de pensar de los otros y que sea un buen amigo.
Con esto me alcanza para comprender que el nombre que eligió no es premio por su vida, sino compromiso para su futuro. Este hombre no se considera realizado, sino que está pidiendo a Dios y a su pueblo que lo ayuden a encarnar todo el significado de la palabra elegida. A vivir el nombre de cristiano.
En el balcón de San Pedro, cuando Francisco salió a saludar no se olvidó de Benedicto, pero lo más importante: pidió oración. Esta actitud se sostiene en el mismo fundador de la Iglesia que pidió que rezaran por El y con El, una muy cristiana costumbre que los mismos Pedro y Pablo pedían al pueblo. Sus palabras recordaban que “es el obispo y el pueblo, es el pueblo y el obispo quienes comienzan un camino de íntima comunión”. No sólo con la Iglesia romana sino con todo el pueblo de Dios. El romano pontífice tendrá una íntima relación, un especial afecto y una caridad pastoral donde la autoridad suprema de la Iglesia será al servicio de Cristo. Muchas serán las veces que deba expresar esta misión, y no me quiero olvidar cuando le llegue el momento del lavatorio de los pies en la misa del Jueves Santo. ¿Cómo no pedir que recen por él?
Las siguientes palabras del papa Francisco fueron en una misa. Una vez más se notó que de letras entiende, y mucho. No sólo de idiomas, y de literatura, sino de la conjunción entre claridad y profundidad para que en ocho minutos nos recordara que todos debemos caminar, edificar y confesar a Jesús. ¿Hacia quién iban dirigidas esas palabras? ¿Para los cardenales y demás fieles de esa Eucaristía, para los que la seguíamos por los medios de comunicación, para todos los católicos del mundo, para la clase dirigente de los países de mayoría católica, para los líderes mundiales, o sólo los de las superpotencias, para los jóvenes, para los marginados del mundo actual? Francisco invitaba a mirar y a escuchar distinto de lo que estamos acostumbrados. Habla para los fieles, pero también para todo hombre de buena voluntad. No habló sólo para los argentinos o para algunos de nosotros, sino con un corazón que ahora debe ser pastor de toda la Iglesia.
Los católicos rezábamos por un papa que agrade a Dios por su santidad, que nos guíe y acompañe con paternal solicitud. Los que conocemos a este hombre sabemos que tiene cualidades y defectos, tiene una historia y un camino recorrido. La santidad no es perfección y la paternidad en el hombre es compromiso de seguir siendo hijo.
La invitación a caminar, edificar y confesar a Jesús que nos hace nuestro compatriota es novedad y continuidad. Novedad porque ahora su ministerio es universal, continuidad porque, en otras palabras dichas por obispos criollos, nos pide construir una patria de hermanos. Para la Argentina, tener un papa nacido y criado en el fin del mundo nos debe ayudar a ser más buenos y más felices.
*Profesor de la Facultad de Derecho Canónico de la Universidad Católica Argentina.