Hace un tiempo le mostré a un amigo oficialista una columna que escribí para el diario Clarín sobre “cancelación”, tema que a los dos nos interesa. Le gustó, o al menos eso me dio a entender, pero no pudo privarse de activar el discurso “Clarín miente” y reprocharme formar parte de un medio que considera enemigo. Repliqué, sin mucho éxito, que dado que soy freelance formo parte de otros medios distintos, como hacen tantos colegas capaces de alternar Página/12 con La Nación o Infobae con revista Crisis. Otro día compartí una entrevista que mantuve por zoom con Esteban Montenegro, joven y original filosofo peronista, con un amigo liberal, también filósofo, que tuvo la honestidad intelectual de admitir coincidencias con parte de lo visto y oído pese a las diferencias políticas, pero no pudo sobreponerse a lo “chota” que es la “estética Zoom”. Lamentó que esas ideas atractivas no tuvieran un marco un poco “más pro”. Otra vez, el contenido –y la adhesión o el interés que se tenga por él– se difuminaba bajo la totémica figura del soporte, como si el halo del medio en que se publica un material cualquiera tuviera el espesor suficiente y necesario para taparlo todo.
Hay persistencia en distinguir tajantemente entre medios hegemónicos o autogestivos, mainstream o alternativos, pero la irrupción de Internet en el mundo de las noticias jaqueó este esquema reduccionista de poder hasta convertirlas en pequeñas expresiones sin sentido. Un tuitero puede ser más influyente para ciertos sectores que un diario que se vende cada mañana en papel, una red social puede censurar a un presidente electo democráticamente, un trending topic puede condicionar una maniobra política. Quien haya sido parte de una redacción sabe, además, que siempre contiene periodistas serios, truchos, geniales, mediocres, íntegros y obsecuentes, de modo que juzgar a un medio y sus trabajadores como un bloque unidireccional, no sirve de mucho. El mundo de la información se transformó y su presente es lo suficientemente dinámico y transversal como para reconocer que el viejo concepto de Marshall McLuhan languidece. Hoy, el mensaje se capta mejor a la luz de su propia lógica.