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verano electoral

Mentime que me gusta

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Adusto. Mauricio Macri, esta semana, con inundados en Chaco. | telam

En su regreso a la Casa Rosada tras sus vacaciones festivas y veraniegas y viajes varios de gestión, que incluyeron ver a su par brasileño, Jair Bolsonaro, y un centro de evacuados chaqueños anegados, el Presidente volvió a tener un rapto de sincericidio al admitir que tendremos que acostumbrarnos a las inundaciones.

Esto obviamente motivó la reacción airada del kirchnerismo, en su versión política o mediática, que acusó de imprevisión al macrismo y de cortar financiamiento para obras. No deja de resultar curioso cómo ese universo K que gobernó más de una década intentó hacernos creer que éramos Alemania y, ahora, Haití.

Perdón la digresión. Sigamos.

Una de las banderas de Cambiemos y de Mauricio Macri era y es la de hablar con la verdad. Durante la campaña tenía un impacto distinto, claro, que luego de tres años de gestión. En tiempos electorales el simple enunciado ya era un argumento simple pero contundente para contrastar con la mitomanía que supimos conseguir. A esta altura, ese compromiso se ha verificado como más que sinuoso, para decirlo con diplomacia.

Está claro que en no pocos casos, por decisión propia o por imposición de la realidad, el Gobierno tomó ciertos caminos alejados u opuestos a lo que prometía. Pero hay que reconocer que avanzó en algunos senderos institucionales donde se habían producido daños mayores (caso Indec, por ejemplo).

¿Cuánta "verdad" tolera la sociedad argentina? Nuestra historia refleja que no mucha

Amén de su administración, Macri como líder dio en su oralidad nutridas muestras de que a veces la verdad puede ser políticamente incorrecta. Es cierto que lo que dice (y hace) parece ser siempre escudriñado desde la simpatía o antipatía que despierta. Pero asumamos la lógica de analizarlo desde otro lugar.

Cuando Macri dice que nos tenemos que acostumbrar a las inundaciones (porque ciertamente la Argentina tiene décadas de retraso en obras públicas de envergadura, no de simple asfalto o cloacas), o justifica los días que se toma vacaciones o les explica a los chicos que visitan la Casa Rosada que hay trabajos mejores que el de ser presidente… ¿qué nos molesta: no acordar con él o que nos choque que sea sincero con lo que piensa?

Vamos más allá todavía con el interrogante central. ¿Cuánta “verdad” toleramos los argentinos? Honestamente, nuestra historia desnuda que poca. O, al menos, hay múltiples muestras de que hemos comprado ficciones y las revalidamos luego en las urnas, en nombre de valores supuestamente superiores.

A las puertas del inicio de una campaña electoral trascendente, no está de más pensar si seguiremos cultivando el gusto por la mentira.