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Mi villano más querido

16-4-2023-Logo Perfil
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Luis Dziembrowski parece haber decidido que su nombre era algo complicado. A los actores con apellidos así nos recomiendan usar seudónimos breves y con mucho punch. Yo nunca pude alejarme del mío. Pero Luis, en un acto de arrojo, abandonó la D inicial, que se ve era la que más problemas traía, y ahora es Ziembrowski. Un golazo. Igual lo verán escrito en docenas de variantes.

Quizás el acto de llamarse distinto del resto de su familia (sus dos hermanas, sus tres hijos) es en realidad un plan para llamarse distinto de su padre. Israel Dziembrowski era conocido en la familia como Santiago. Luis recuerda poco de ese señor con alias porque cuando tenía apenas dos años su padre cayó tras las rejas, por pungueo consecuente. Las razones de la cárcel no son del todo claras. Luis intenta reconstruir el relato de boca de sus hermanas mayores, Gloria y Claudia; las visita, las convence de que hagan memoria, las pone en escena, las constela. Parece que el padre robaba obligado para la policía. El crimen familiar comienza a enrarecerse; la raíz del mal no es un rasgo del individuo en soledad. La villanía es un camino social. 

Cambiarse el nombre no alcanza para resolver el enigma primigenio, ese que en mayor o menor medida afrontamos todos: ¿de dónde vengo y por qué vengo? Luis se filma durante años en la búsqueda de este relato sin norte. Pero el resultado de este notable ejercicio del alma y de la luz puede verse ahora, por pocas semanas, en el Malba. El villano es la más hermosa, desoladora, honesta, deshonesta, divertida, atroz historia de vida que veré filmada este año.

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Cofundador de la mítica compañía La Pista 4, que en los 90 instaló un teatro novísimo, físico, al borde de las palabras, con un trabajo singular de la metáfora y el delirio, Luis se consagró sobre todo como actor de cine y TV. Siempre hace de malo. De muy malo. Para demostrarlo, al inicio de su documental (si es que esta película lo es), Luis selecciona un puñado de escenas en los roles más viles que la industria del cine tuvo para ofrecerle. En todos es temible. Sus matices van del asesino frío y paciente al cínico exaltado y enfermizo. No hay manera de que defraude: Ziembrowski ha decidido (u otros han decidido por él) que le tocará hacer del villano. Lo acepta. Y avanza. No hay nada de nuevo en esto. En la remota Commedia dell’Arte pasaba algo parecido: según tus energías o tu fisonomía, te podía tocar el galán, la dama, el arlequín o el rol más temido: el médico. Ahora es igual. Te ven temible y peligroso y te ponen a servir desde ahí a los relatos de otros.

Sin embargo, me gustaría conjeturar que esta película escalofriante (firmada junto a Gabriel Reches) es mucho más que un masaje terapéutico: Luis va con su historia privada al hueso de un asunto universal. La naturaleza del villano tiene mucho que ver con el dolor. Detrás de cada personaje que goza encarnando al mal hay un niño que ha sufrido. 

No me sorprende escuchar que el padre de Milei lo fajaba de chico. Hoy es un adulto con rasgos de un cinismo espectacular, enardecido, sobreactuado, capaz de informar a su grey en la explanada del Congreso que traerá dolor y sufrimiento y esperando a cambio –como un actor– la oleada de aplausos.

Luis carga una muy pesada cámara al hombro. Convence a amigos de que aparezcan en su película haciendo cosas extraordinarias y humillantes. Arma una audición para castear a un actor que haga de su padre en la escena del reencuentro, pero los actores que acuden se quiebran antes de rozar siquiera el grueso del asunto. Encarna él mismo al esquivo Santiago y le pide a su hijo, un reticente Antonio, que haga de Luis en un encuentro que afortunadamente no logra filmar porque no le dan las fuerzas. La película es un campo de batalla de un hombre que se cree malo contra un fantasma que se le escapa siempre.

Hasta que en el año 2006 da con su paradero. Es en una Mar del Plata gris y espantosa, durante un viaje de trabajo. Luis y Santiago comparten un asado. Luis pone la cámara. Y acá detengo mi relato porque ese diálogo sin dramaturgo (o con uno que no es de orden humano) no se puede contar en palabras escritas.

Un cine como experiencia. Pero además un salto cualitativo enorme en la pesquisa sobre la génesis del mal, del perdón, de la sanación.

Solo una cosa es universalmente más conmovedora que la gesta del héroe, y es el derrumbe irrevocable del villano.