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Apuntes en viaje

Minas, proyectiles

La presencia de minas vivas continúa preocupando a los lugareños. Para los gringos que vamos de paseo, no deja de ser una atracción espeluznante.

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| Marta Toledo

Hace unos días me estiré hasta Fundación Proa para devorar a gotas dos muestras excepcionales –por motivos diferentes–, que lamentablemente fueron ya desmontadas: Paisajes políticos, sobre la obra de Carlos Trilnick, y Colecciones de artistas, que reúne las colecciones privadas de un conjunto de artistas contemporáneos de la escena local. Durante el almuerzo que clausuró la visita conocí a Robert Chatfield, director del British Council Argentina, un sujeto simpático, dotado con un finísimo sentido del humor trenzado mediante normas Iram con el exquisito sentido de observación sobre el acontecer vernáculo. Como sea, de la contemplación y reflexión sobre una pieza de Trilnick, brotó el comentario. Muchos años antes de desembarcar en Buenos Aires, Robert pasó unas temporadas trabajando para una organización de ayuda humanitaria encargada de confeccionar distintos tipos de prótesis para asistir a quienes fueron alcanzados por las minas terrestres que quedaron esparcidas en la región del Golfo Pérsico luego de los sucesivos conflictos que desplumaron la región. Mi interés fue total, de manera que busqué interiorizarme en el proceso de armado y ensamblaje de los elementos. Robert, generoso y didáctico, se explayó.

En noviembre me dispuse a recorrer una porción considerable de ese rasti elástico titulado Península Balcánica, un disparate maravilloso. El periplo abrió en Liubliana, capital de Eslovenia; prosiguió montado sobre algunas ciudades de Croacia, Montenegro, Albania, Kosovo y Bosnia y Herzegovina. Fue en estos últimos donde pude conocer de manera más profunda el conflicto ocurrido entre 1991 y 2000, básicamente porque engordé la autonomía al alquilar auto y así perforar zonas inaccesibles de otro modo. Si bien los últimos cordones minados entre la frontera de Kosovo y Albania se limpiaron en su mayoría, la presencia de minas vivas continúa preocupando a los lugareños. Para los gringos que vamos de paseo, no deja de ser una atracción espeluznante. En el Parque Nacional de Germije, cerca de Pristina (capital de Kosovo), los carteles advierten la presencia de minas antipersonales y proyectiles de artillería sin explotar, que sumados a las municiones de racimo que dejó caer la OTAN cuando atacó al ejército yugoslavo componen un guiso tóxico latente, una trampa criminal. Vale decir que por disposición de la Convención de Ginebra el cuerpo especializado que siembra los artefactos durante las guerras tiene la obligación de elaborar un sofisticado mapa señalando los sitios donde fueron enterradas; esto no suele ocurrir. Solo se cumple con la señalética plantada para advertir el peligro en la zona. Punto.

En el centro de interpretación me nutro, y comparto: básicamente la mina terrestre es un artefacto explosivo diseñado para permanecer oculto enterrándolo a poca profundidad o camuflándolo sobre la tierra de tal forma que el explosivo que contiene detone al ser activada por una persona o vehículo. Las minas antivehículos están proyectadas para inmovilizar blindados o tanques, suelen ser más grandes y requerir más presión (unos 200 kilogramos) para ser activadas. El peligro estriba en los dispositivos antipersonales no metálicos fabricados con resinas plásticas, de vidrio, de agua o de madera, considerados inhallables. Para eliminar estas trampas lo único que sirve es la exploración personal con pala, o la utilización de un vehículo preparado para barrer el terreno, dotado con torpedos Bangalore. Otra forma, poco recomendable, es bombardear los terrenos con artillería o mediante fuerza aérea para hacer explotar aquellos artefactos no hallados, pero de cuya existencia se tiene certeza. Además de la presión, una mina puede ser activada por movimiento, sonido o vibración. Están diseñadas para provocar daño, lógico, pero no tanto para que maten, sino que hieran gravemente o mutilen, por dos razones: un herido causa más problemas que un muerto y la imagen provoca desmoralización en las tropas. En Bosnia todavía hay unas 110 mil minas sin detonar.

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