En Tres versiones de Judas, Borges imaginaba un gnóstico moderno, Nils Runeberg, que brinda una nueva y vital comprensión de Judas, el traidor. Judas es necesario para Jesús: sin él, Jesús no hubiera podido elevarse entre los muertos, no hubiera podido ser la víctima necesaria para la salvación: Judas es instrumental a la decisión del Redentor. Judas refleja de algún modo a Jesús: se rebaja al último infierno, el de los delatores, para que Jesús pueda ser la víctima perfecta.
Pensaba en Basílides, para quien el cosmos es una temeraria o malvada improvisación de ángeles deficientes, cuando me despertó mi teléfono: las hordas digitales se lanzaban contra Moria Casán. Moria había traicionado, nuevamente, al feminismo. El escándalo involucraba un entredicho con una periodista, que declaró haber sido acosada por un alto funcionario del Gobierno. Con su estilo de Gorgona (despiadado monstruo femenino), Moria le espetó: pero vos salías con ese hombre, ¿por qué nos decís ahora que te acosó?
Sin duda ninguna mujer está a salvo cerca de un hombre del Banco Central: se trata (ya lo hemos analizado aquí) de una casta irresistible. El chic miope, descontracturado, del actual presidente de las huestes bancarias bajo Presidente Miau habría seducido, durante un tiempo, a la periodista K; al cabo, todos estamos hartos de la grieta y qué mejor manera de cerrarla que con argentina pasión. Pero Moria se embarcó en ser la Judas del feminismo, sacrificándose para hacernos pensar en la economía imaginaria del asunto. “Soy la primera feminista, a mí nadie me cosificó”, dijo Moria. En su planteo, te puede violar tu abuelo, pero si vos decidís que eso no te hace víctima no lo sos; ser víctima también es una decisión. La cosificación, como el abuso, puede ser una verdad subjetiva: ¿podemos discutirle a Moria lo que sintió? Si basta que una sienta algo para que sea real, ¿cómo negarle a Moria que ella nunca fue cosificada, si así lo siente?.