Si la Wikipedia es hoy la mayor fuente de obi-tuarios de quienes alguna vez fueron famosos, la suerte de Gertrude Stein no es por el momento, la mejor en la ruleta de los epitafios virtuales. Allí se la trata como una coleccionista sin gusto, una escritora menor y una ciudadana despreciable que colaboró con los nazis. Una cita recuadrada de Susan Sontag la hunde definitivamente: “El escritor interesante es aquel en el que uno encuentra un adversario, un problema. Por eso Stein no es una escritora buena ni una escritora útil. No hay problemas en ella, solo hay afirmaciones. Una rosa es una rosa es una rosa.” El célebre verso de Stein que Sontag usa como argumento descalificatorio prueba más bien lo contrario: que Stein podía no ser útil (¿a quién o a qué habría de serlo?), pero era una innovadora del lenguaje, algo que no se puede decir de Sontag, cuyo ingenio en sintonía con su época parece destinado a envejecer mucho más rápido que esa obstinación de Stein contra la dialéctica y su estilo basado en repeticiones, en frases límpidas, parejas y misteriosas.
Por su parte, antes que la Wikipedia, Hemingway y Woody Allen contribuyeron a la demolición de Gertrude al retratarla como una lesbiana que recibía gente en París en compañía de su esposa Alice Tolkas. Es probable que Stein envejezca también mejor que Hemingway y seguro que Allen. De todos modos, las vueltas de la vida hacen que lo que entonces era un motivo de escarnio, hoy lo sea de interés, signo de lo cual es que se acaba de traducir al castellano Q. E. D. Las cosas como son, una novela que Stein escribió en 1903, no publicó en vida y gira en torno a un triángulo lésbico. Una muestra de que la obra atrae por sus connotaciones extraliterarias es que los traductores, Nora Catelli y Eduardo Dobry, se ven obligados a aclarar en una nota al pie que traducen “queer” por “extravagante”, aunque la palabra, según sostienen, era ya una contraseña homosexual. No estoy seguro que Stein use queer en ese sentido en el pasaje que citan, aunque la novela hable sin ningún ocultamiento, apenas con algunas elipsis, de dos mujeres que se disputan encarnizadamente el amor espiritual y físico de una tercera.
La mayor prueba de que el interés por Stein es ajeno a su espléndida escritura es el prólogo a la edición argentina que firma Tamara Tenembaum y empieza diciendo “Cuando empecé a escribir guiones...”, como para poner el burro adelante. Siguen ocho páginas llenas de ideas, algunas más inteligentes que otras, pero mucho más relacionadas con las preocupaciones de Tenembaum y con sus lecturas teóricas que con la novela o su autora. Entre otras afirmaciones dudosas, se lee allí que Q. E. D. es una novela de ideas y que la modalidad del amor lésbico en 1903 es la clave para entender el amor actual en todas sus variantes, que hoy el amor está basado en la desconfianza y es siempre un callejón sin salida (acaso felizmente). También dice que “la perorata sobre la clase media” encubre una discusión sobre la sexualidad y que Stein no cuenta lo detalles de lo que hacen sus personajes. Sin embargo, la novela es muy explícita para 1903 y si algo se oculta en ella no es la sexualidad sino el dinero: el personaje de Adele, álter ego de Stein, no sabe (y no se anima a preguntar) si Helen está con Mabel porque la ama o porque ésta la mantiene.