COLUMNISTAS
Una respuesta sobre el pasado

Ni negacionismo, ni relativismo, ni excesos

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Nunca Más. Raúl Alfonsín y Ernesto Sábato, en la entrega del informe, en septiembre de 1984. | cedoc

Cíclicamente, el pasado reciente en que los actores fueron las víctimas, los victimarios y los indiferentes, vuelve con relatos partidistas e ideológicos, principalmente entre quienes no vivieron un drama sobre el que Ernesto Sabato dijo: “En los años previos a 1976, hubo actos de terrorismo (contra el Estado) que ninguna comunidad civilizada podría tolerar. Invocando esos hechos, representantes de fuerzas demoníacas desataron un terrorismo de Estado infinitamente peor, porque se ejerció con el poderío e impunidad que permite el Estado absoluto, iniciando una caza de brujas, que no solo pagaron los terroristas, sino miles de inocentes” ( Antes del fin, p. 130). En síntesis: Una cosa fueron las organizaciones armadas irregulares que instrumentaron un criminal terrorismo indiscriminado contra la sociedad, y otra cosa fue la dictadura cívico-militar que en su respuesta instrumentó un terrorismo de Estado, que se marginó de toda la fuerza del orden jurídico vigente, y de elementales principios éticos, morales y religiosos, convirtiendo al gobierno en criminal. Para monseñor Carmelo Giaquinta: “La represión ilegal fue posible por la indiferencia y la falta de discernimiento de la sociedad, y comparó incluso esta situación con la actitud del pueblo alemán durante el régimen nazi, que lo llevó al Holocausto”. Lo expresado no puede negarse, ni calificarse de relativo, ni de excesos. Tampoco invocar una situación de guerra, ni el cumplimiento de órdenes que imponían el aniquilamiento del enemigo (Clarín, 17 junio de 2005).

La palabra “guerra” estuvo prohibida en todos los documentos oficiales; pero no olvidemos que aun en los conflictos bélicos rige el Derecho Internacional Humanitario, y quien lo vulnera comete un “crimen de guerra”.

El gobierno constitucional –mediante los decretos 261/75 y 2772/75– ordenaba a las Fuerzas Armadas (FF.AA.): “Ejecutar las operaciones necesarias a fin de neutralizar y/o aniquilar el accionar de los elementos subversivos”. No imponían reducir a la nada al oponente, sino quebrar su capacidad de lucha. Para el español Guillermo Cabanellas Torre, el término aniquilar “no significa el exterminio del adversario, con matanza total y despiadada destrucción de sus pertenencias, sino la reducción a la impotencia bélica” (Diccionario militar, p. 243). Para el militar alemán Colmar von der Goltz: “No se vence al enemigo destruyéndolo totalmente, sino quitándole la esperanza de la victoria”. Nosotros, en Malvinas, fuimos aniquilados, pero ambos bandos respetamos la dignidad del combatiente. Ninguna orden del poder político imponía vulnerar lo expresado, y mucho menos robar bebés, robar propiedades, cometer violaciones sexuales, arrojar al mar a oponentes vivos o muertos, torturar y recurrir a la desaparición forzosa a miles y miles de personas; sobre este aberrante delito, una madre comentó: “Estoy lista para todo. Que me digan si está vivo o si está muerto. Pero que me digan algo, que sepa a qué atenerme”.

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No puedo omitir manifestaciones de quienes concibieron, ordenaron y supervisaron un draconiano plan sistemático –que bien podría calificarse como una acriollada untermenschen– que incluía la eliminación de todos aquellos que los represores consideraban irrecuperables. Veamos:

  • Jorge R. Videla: “Deben morir todas las personas necesarias para lograr la paz (…) Los desaparecidos no están ni vivos ni muertos, son desaparecidos, y son un saldo de una guerra que nos fue impuesta por órdenes del gobierno nacional”. En su asunción como presidente, el 30 marzo de 1976, dijo: “Para nosotros, el respeto de los derechos humanos es el resultante de nuestra cristiana y profunda convicción acerca de la dignidad del hombre”.
  • Roberto E. Viola: “No se podía fusilar, ni dar a conocer dónde estaban los desaparecidos. No pidan explicaciones donde no las hay. El delincuente subversivo que empuñe armas debe ser aniquilado sin aceptar rendición”.
  • Emilio Massera: “Todos obramos a partir del amor, tal como corresponde a cristianos. Participé en una guerra y cumplí órdenes”. No vaciló en ordenar torturas, robos y asesinatos, entre otros, del embajador argentino en Venezuela, Héctor H. Solá; la consejera de nuestra embajada en Francia, Elena Holmberg, y el general Omar Actis. Fue uno de los máximos símbolos del terror y la represión.
  • Carlos Suárez Mason: “Pasarán sobre mi cadáver antes de tocar un subordinado mío por lo actuado en la lucha contra la subversión”. Pero en 1984 huyó a Estados Unidos. Fue destituido y echado del Ejército. En 1988 lo detuvo Interpol y fue deportado a la Argentina. Dispuso, entre otros, los asesinatos del general chileno Carlos Prats, del expresidente de Bolivia Juan J. Torres y del senador uruguayo Zelmar Michelini, y avaló –igual que el general Luciano Menéndez– las correrías del gánster Aníbal Gordon.
  • Genaro Díaz Bessone: “Soy católico, apostólico y romano; rezo diariamente el Padre Nuestro. Actuamos con la ley en las manos. Los robos de bebés no existieron y los desaparecidos tampoco, y muchos de ellos viven cómodamente en Europa. El término aniquilar significa reducir a la nada”. Fue el mentor del terrorismo de Estado y, en 2003, le confesó públicamente a la periodista francesa Marie-Monique Robin horrendos crímenes de lesa humanidad (Los escuadrones de la muerte,pp. 440 y 441). Por ello, no recibió ninguna sanción ni de la Justicia civil ni de la Justicia militar.
  • Santiago Riveros: “No hubo desaparecidos, sino terroristas aniquilados en el marco de una guerra revolucionaria. El gobierno la ordenó y luego nos engañó”. En 1979, ante la Junta Interamericana de Defensa, dijo: “Aspiro al aniquilamiento, a quebrar y reducir a la nada al enemigo, hasta su destrucción”.
  • Cristino Nicolaides: En 1976, a instancias de Galtieri, concibió la masacre de Margarita Belén en el Chaco, y dispuso el fusilamiento de 22 detenidos. En 1983, ordenó al Ejército destruir toda la documentación relacionada con la “lucha contra la subversión” (Mensaje 561/1983).
  • Luciano B. Menéndez: “Quemamos libros perniciosos que afectan a nuestra manera de ser cristianos, y así serán destruidos los enemigos del alma argentina (…) Soy el dueño de la vida y de la muerte en Córdoba”. En 1976, monseñor Enrique Angelelli –posteriormente asesinado– le solicitó rezar juntos un Padre Nuestro por los perseguidos por ser los dos creyentes. Menéndez le contestó: “El Padre Nuestro no lo rezo por los subversivos porque no los considero hijos de Dios” (Clarín, 4 de agosto de 2001).
  • Leopoldo Galtieri: “Aquí en el país no hubo ni pudo haber violaciones a los derechos humanos (…) En la guerra todos tiramos (…) Si yo digo que viva, usted vive, y si yo digo que usted muere, usted muere”. Fue indultado en diez causas por delitos de lesa humanidad, y condenado –e indultado– por Malvinas. A su muerte, en enero de 2003, se le rindieron los máximos honores militares y se lo calificó como un “soldado ejemplar”.
  • Reynaldo Bignone: “Hasta donde yo sé, peleamos con la doctrina y con el reglamento en la mano. Lo que tanto se mencionó de dar una lista de muertos hubiera sido un error trágico, pues aceptábamos que disponíamos de las pruebas para afirmarlo. Después vendrían los interrogantes: ¿quién lo mató? ¿Dónde está el cadáver? ¿Por qué lo mataron? (…) Es muy difícil diferenciar por dónde pasa el límite de lo lícito en manos del Estado para poder salvar a la Patria” (Bignone, R, El último de facto, pp. 40, 72 y 108).

Todos los nombrados –y algunos otros– se creyeron tardíos probos paganos templarios, de alto brillo intelectual y profesional, que enderezaron la Patria; y aún hoy, en nuestro país, algunos creen que la Nación es injusta con ellos. Me permito recordar que para un religioso: “Cuando se mata en nombre de Dios, duele muchísimo más. El daño, en cierto modo, es mayor ya que, amén del crimen perverso y la destrucción de la dimensión de la dignidad humana, se destruye la dimensión de la fe” (Sobre el cielo y la tierra, Bergoglio, Jorge, y Skorka, Abraham, p. 77). No obstante, nuestra sociedad ha reconocido que casi la totalidad de los hombres de nuestras FF.AA. de entonces respetaron las leyes de la Nación, el código ético sanmartiniano y los derechos humanos. Desde 1983, todos los militares egresan en democracia, y nadie puede dudar de sus convicciones republicanas.

*Ex jefe del Ejército Argentino. Veterano de la Guerra de Malvinas. Exembajador en Colombia y en Costa Rica.