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Nihilismo político

Cesto urna Temes
Nuevo domingo de votación en medio de un cada vez más fuerte rechazo a la dirigencia política. | Pablo Temes

Tras la última dictadura militar, la sociedad argentina experimentó un resurgir democrático a medida que los valores cívicos se hilvanaban con el horror generado por la constatación de las terribles violaciones a los derechos humanos cometidas por las Fuerzas Armadas. Eran años en los que la promesa anunciaba que “con la democracia, se come, se educa y se cura”. Han pasado casi cuatro décadas de aquel augurio alfonsinista y hoy, hay que decirlo, el anhelo está en abierta discusión.

No se observa, es bueno aclararlo, un regreso al autoritarismo. Argentina fue el primer país que juzgó a los genocidas y la denuncia del Juicio a las Juntas sepultó definitivamente cualquier atisbo de pesadilla golpista. La inquietud sobre la eficacia de las reglas de juego democráticas tampoco refleja un nuevo fenómeno antisistémico, como el que se gestó en 2001. No se multiplican por estos días asambleas en las calles exigiendo “que se vayan todos”.

El reclamo ahora es mucho más silencioso, casi imperceptible. Pero se revela en un cada vez más evidente aumento de la desidia social. Si antes había protestas contra la dirigencia, ha llegado el momento de la indiferencia. Y esto es, quizá, mucho más peligroso.

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Es un complejo escenario que unifica emociones, en apariencia, contradictorias. Como bien señala José Natanson en su último editorial de Le Monde Diplomatique, Argentina se ha convertido en El extraño país de la apatía y la polarización, un curioso caso de estudio para la ciencia política moderna en el que conviven un sector altamente radicalizado, que aborda el debate público en clave de grieta, y otra esfera de la población que se muestra desapasionada, descreída y desinteresada por las recetas que ofrece el arco político en su totalidad.

El resultado produjo un combo explosivo de elevado desgano y profundo nivel de desaliento que se vio reflejado este año en las últimas elecciones realizadas en la Argentina de la pandemia. Sin reparar en el resultado obtenido por el Frente de Todos y por Juntos por el Cambio en cada uno de estos distritos, los escrutinios coincidieron en un dato que sorprende y preocupa: hubo un fuerte aumento de la abstención en relación a la votación anterior. Ocurre que Misiones pasó del 79% al 60%; Río Cuarto, del 62% al 50%; Jujuy, del 80% al 70%; Salta, del 73% al 64%; y Corrientes, del 80% al 65%.

Que no queden dudas: la baja participación y la poca afluencia ante las urnas ponen en jaque al modelo electoral. Parecería ser que ha quedado muy atrás aquel sentimiento de algarabía que se evidenciaba en la festiva primavera de los ochenta. Se inicia así un paradigma que dispara varios interrogantes: estas primarias abiertas, simultáneas y obligatorias (PASO) que se celebran hoy, y las generales que se realizarán en noviembre, proyectan algo mucho más importante que la conformación de un nuevo Congreso. Están desafiando la solidez de la democracia.

La abstención creció en las elecciones que se realizaron este año en Argentina.

La inquietud no se detiene solo en el plano local. Se trata de una amenaza que viene escalando en los últimos años en toda la región. En 2018 se realizó el último informe de Latinobarómetro para medir el nivel de aceptación de los regímenes constitucionales en América Latina y el resultado obtenido reflejó el peor desempeño desde que se inició la investigación en 1995. El porcentaje promedio de los latinoamericanos que consideran que la democracia es el mejor sistema pasó del 58% al 48%, mientras que un 15% considera que en algunas circunstancias puede ser preferible un modelo autoritario y un 9% es indiferente.

Con respecto a la Argentina, el apoyo pasó del 76% al 58% por lo que se convirtió en uno de los países de la región donde la caída de la aprobación se produjo con mayor velocidad. La economista Marta Lagos, directora de Latinobarómetro, acompañó el informe con un análisis que sintetiza en su rótulo el flagelo observado: El fin de la tercera ola democrática.

El sociólogo Ignacio Ramírez viene comprobando este proceso de declinación desde hace algunos años. Es director del posgrado en Opinión Pública y Comunicación Política en la Facultad Latinoamericana de Ciencias Sociales (Flacso), se especializa en el estudio del comportamiento cívico para medir la calidad democrática y junto a otros colegas ha desarrollado el concepto de “nihilismo político”, que define como la actitud por la cual los ciudadanos perciben de manera homogénea y negativa al conjunto de la clase dirigente.

“Se trata de una variable con dos caras, ya que incorpora tanto un aspecto individual, el cinismo político y el escepticismo, como un aspecto contextual vinculado con escenarios políticos de mayor o menor polarización. Bajos niveles de nihilismo político significan que la mayoría de los ciudadanos percibe que los políticos no son todos iguales, es decir, que los ciudadanos reconocen contrastes en la oferta electoral. Por el contrario, un escenario fuertemente teñido de nihilismo político alude a un contexto de desafección ciudadana aguda que suele distinguirse por una mirada homogénea a la clase dirigente, en la que no se identifican contrastes”, explicó Ramírez, en coautoría con Guido Moscoso, en el paper titulado “La predisposición actitudinal hacia el voto en Argentina”.

En las últimas dos décadas, el apoyo a la democracia cayó veinte puntos.

Ramírez también ha cuantificado este indicador de “nihilismo político” y ha comprobado que el rechazo a la dirigencia se está consolidando en la Argentina. Si en 2013 el 36% consideraba que “todos los políticos son iguales”, el sentimiento de descrédito ahora trepó al 45%. “Un fantasma recorre la Argentina, el fantasma de la antipolítica”, sintetizó junto al sociólogo Luis Alberto Quevedo, director de Flacso, en Los usos de la desconfianza, un muy interesante artículo publicado en el DiarioAr, en el que dan cuenta de la incertidumbre que genera este nocivo fenómeno.

Una de las causas de tan cruda realidad podría rastrearse en la continuidad de apuestas fallidas que se amontonaron en la última década. Ni el kirchnerismo ni el macrismo han logrado en sus últimos gobiernos aportar respuestas superadoras para tan descomunal crisis política, económica y social que se repite desde hace años en la Argentina.

Está visto, para un sector cada vez más amplio de la población, la democracia ha fallado a su promesa fundacional: como demostró el economista Jorge Remes Lenicov en El desencuentro entre la política y la economía, desde el fin de la dictadura y hasta la actualidad, Argentina creció tan solo el 1,6% anual; la inflación acumulada es la más alta del mundo, excluyendo a Venezuela; la pobreza creció 27 puntos, alcanzando este año el récord de 43%; y la devaluación fue del 48% anual en casi cuatro décadas.

A este sombrío panorama hay que sumar el feroz embate del Covid y sus consecuencias para una ya diezmada economía. De acuerdo al informe presentado este año por el Banco Mundial, el coronavirus produjo su peor legado en América Latina y Argentina fue particularmente afectada: el PBI se redujo en 2020 un poco más del 10%, el segundo peor registro de la región, solo superado por Perú y sin tomar en cuenta a Venezuela; y se espera que la recuperación pueda llegar recién para 2023, cuando se alcance lo perdido en pandemia.

Giovanni Sartori ha sido uno de los más brillantes cientistas sociales del siglo veinte. Formado en la Universidad de Florencia, docente de la Universidad de Columbia y premio Príncipe de Asturias en Ciencias Sociales, en ¿Qué es la democracia? estableció que representa un principio de legitimidad y un elemento de continuidad que amarra su definición de la Grecia antigua (gobierno del pueblo) a la actualidad. Pero el genial politólogo italiano también reconoció que se trata de un modelo imperfecto: “Es, antes que nada y por sobre todo, un ideal”.

Un ideal que hoy se pondrá a prueba, cuando sea la hora de ejercer el derecho cívico más poderoso.