En la duermevela del vagón cama que me saca de Milán recuerdo que aún no he escrito estas líneas. No estoy del todo despierto pero tampoco estaré del todo dormido. Recuerdo caprichosamente y en detalle un libro de curiosidades y mitos que supo acompañarme durante mi fugaz adolescencia: La Tierra, esa desconocida. Explicaba algunas cuestiones más o menos planetarias que a los adolescentes –se sabe– nos fascinan. Arrojado de izquierda a derecha en la litera, recuerdo aquel artículo dudoso que afirmaba que la Tierra, en sus orígenes, giraba en sentido opuesto al que conocemos. Tras el Big Bang la Tierra habría salido despedida y puesta a girar de oeste a este, pero podría ser que en algún momento de su historia ese impulso (como toda fuerza) se hubiera perdido. La Tierra, aparentemente, se habría detenido por una milésima de segundo, o de milenio, y luego habría comenzado a girar en sentido opuesto (en nuestro sentido) por la fuerza contradictoria de la inercia, maldición geológica del péndulo.
Inercia. Es la misma palabra que me bambolea en este tren.
Repaso la noche milanesa. Vine a recibir un premio y seguramente hice el ridículo. Soy el único extranjero y como no conozco a casi nadie y como casi nadie me conoce, resulta que haga lo que haga oficiaré involuntariamente de embajador. Es inútil no mencionar Villa Soldati. También es un poco inútil mencionarlo. A la distancia, y en italiano, Villa Soldati es un predio mal traducido: “Quinta de los Soldados”. Cualquier explicación –que no puedo dar– hará las cosas más confusas. Es la misma eterna guerra de pobre contra pobre, pero los argentinos sabemos sazonarla con tantas connotaciones (xenofobia, estratagema, amarillismo, horror) que –al tratar de agradecer el premio– mis actores italianos y yo nos perdemos en una serie de comparaciones remanidas. ¿Hasta cuándo gozará la Argentina teatral del “privilegio” de resultar el oráculo oscuro y exótico de Europa?
También Saviano gana un premio. Pero no se presenta a recibirlo, ya que vive para siempre escondido, mientras la mafia le jura su final. En carta de puño y letra del autor invisible, su directora lee también un mensaje “embajador”: Italia acaba de quitar casi todos los subsidios y Saviano moraliza que “ésta es la nueva forma de censura; consiste en recortar los recursos de un sector para luego declarar su muerte natural. Por ello, hoy, quien hace teatro y quien va al teatro cumple un acto civil, un acto democrático, opuesto a este poder político. En una palabra, quien hace teatro y quien va al teatro es peligroso”. Una cálida verdad de Perogrullo, algo que nosotros sabemos desde hace tiempo.
También sube a recibir su premio un desaforado que “pierde el tiempo haciendo teatro en las cárceles”. Lo acompañan tres presidiarios en beckettiano silencio. Discretamente les asoma bajo el pulóver un cinto de cadenas con una suerte de iPod colgante, que sería algo así como un GPS que garantizará su regreso a la prisión de Volterra. Más tarde, durante la cena, el cómico excepcional que oficia de maestro de ceremonias me confesará que se resistió tanto como su férrea moralina le permitió a hacer alguna broma preguntando por el llamado “teatro de evasión”. Los reos, vestidos con una decencia que nos faltaba a la mayoría, bajaron del escenario en un tintineo de cadenas que me anudó la garganta. Ver presos me despierta siempre una curiosidad enfermiza. ¿Habrán matado? ¿Serán camorra en vías de reinserción? ¿Pobres caídos en desgracia? Nadie lo explica, pero van de vuelta hacia allí donde –encerrados– hacen teatro. Donde pierden el tiempo. Donde son peligrosos.
Mañana habré bajado de este tren donde no concilio el sueño. Y Roma arderá, como Atenas, como Soldati, como Londres. Cincuenta mil personas le harán frente a la represión berlusconiana. Il Cavaliere sonreirá en todas las fotos, validado por un Parlamento donde –vaya sorpresa– tiene mayoría. Una mayoría también producto de la inercia. Habrá muchos detenidos y muchos heridos, por inercia. Los helicópteros sacudirán por la tarde mi barrio de San Lorenzo. Pero a la noche, eso sí, veré la función que se hace de mi obra, y cada estúpida profecía que hube de escribir alguna vez sonará un poco menos estúpida, aquí, tan lejos.
Supongo que lo que quiero decir es así: agradezco a esos actores empeñados y tozudos que me han permitido mirar de nuevo. Que pondrán el cuerpo como obstáculo a la inercia. Cierro los ojos, húmedos, y espero el movimiento pendular que hace que la Tierra se voltee para otra parte.