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Nuestros últimos fracasos

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Después de treinta años de democracia, nuestro país sigue enfermo de pobreza, exclusión, jóvenes que no trabajan ni estudian, trabajo en negro, crisis energética e inflación, a lo que ahora se agrega una inseguridad alarmante. Durante estos años hubo predominio de gobiernos que se identificaron como fuerzas de centroizquierda. Por otra parte, el panorama electoral para 2015 indica que estas mismas fuerzas son las que tienen las mayores chances de llegar al poder, sea en la versión de radicales, socialistas o algún candidato proveniente del peronismo.

Lo anterior lleva a preguntarnos: ¿Qué le ocurre a la centroizquierda argentina que fracasa cuando le toca gobernar? ¿Qué debería hacer para cambiar su performance? Buena parte de las respuestas están dadas por una indefinición ideológica que las condena a no pensar más que en propuestas económicas cortoplacistas, centradas en la distribución de lo que no dicen cómo se va a producir.

A diferencia de las identidades de izquierda y derecha que dividían aguas entre los que impugnaban al capitalismo y los que lo defendían, la centroizquierda argentina lo rechaza, aunque mantiene su vigencia en los hechos, como un mal necesario, entorpeciendo así su capacidad de crear empleos genuinos y riquezas. Su no definición del modo o estrategia de producción con el que se manejará al momento de gobernar se suple con una velada descalificación del capitalismo, al que piensa como un régimen político, unívoco y perverso, y no como una forma de desarrollo en la cual el capital privado cumple una función necesaria. No desconoce la experiencia histórica que muestra a la socialización de los medios de producción asociada a la ineficiencia productiva y a la pérdida de las garantías republicanas; pero insiste en una prédica anticapitalista que sólo registra sus defectos, que sin duda existen, pero que pueden ser controlados, como lo muestra su vigencia casi universal.

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La centroizquierda peronista se ha mostrado, en los hechos, más permisiva que la radical y la socialista respecto del capitalismo, pero todas ellas han coincidido en su incapacidad de elaborar una propuesta económica de más largo alcance, lo que no ha hecho otra cosa que condenarlas al fracaso. Todas ellas necesitan aggiornarse para dar contenido concreto a propuestas económicas de mediano y largo plazo, siguiendo el modelo de la socialdemocracia europea, que ni en sus prácticas de gobierno ni en sus discursos ha vacilado en crear y garantizar las condiciones necesarias para que la empresa privada aporte su capacidad productiva. Hace poco tiempo volvió a explicitarlo el primer ministro socialista francés al afirmar ante el Parlamento que “la riqueza la crean las empresas, y el empleo también”. Opción no exenta de problemas, como lo estamos viendo actualmente, pero sin duda en otra etapa del desarrollo y con otro tipo de dificultades.

Estas declaraciones del socialismo francés son vistas por la mayoría de los partidarios de las centroizquierdas argentinas como una receta neoliberal, pese a que hacen parte de un discurso que incluye una fuerte presencia del Estado para garantizar una distribución equitativa de los ingresos y el respeto a los derechos laborales. En nuestra región, líderes innovadores como Fernando Henrique Cardoso, Ricardo Lagos o Tabaré Vázquez, entre otros, han seguido ese camino al otorgar a la actividad privada las debidas garantías para la creación de riquezas y empleos.

En el caso de la centroizquierda argentina más comprometida con los valores republicanos, existe otra manifestación de su confusión ideológica al establecer alianzas electorales con fuerzas que, junto a sus cuestionamientos al capital privado, defienden posiciones políticas con poco apego a esos principios republicanos, como surge de su negativa a condenar los excesos represivos del chavismo venezolano. Fuerzas que por otra parte se convertirán en un serio contrapeso cuando deban tomarse decisiones económicas maduras para el mediano y largo plazo.

*Sociólogo.