Ganaste la elección? ¡Jodete!”. Con esta sencilla frase, el gran Juan Carlos de Pablo sintetizó el dilema que Mauricio Macri y su gobierno enfrentan ahora que llegó la hora de tomar medidas claramente impopulares, como sincerar las tarifas de los servicios públicos. Se descontaban la devaluación y la quita de retenciones, que además ayudan a revivir a las economías regionales. El arreglo con los holdouts será pagado por nosotros y nuestros descendientes en el futuro, asumiendo el servicio de la deuda que el Congreso autorizó tomar. Mucho antes, la Nación y las provincias se harán también de recursos para financiar el gasto público y suavizar parcialmente el ajuste: fue el amor (a la plata) o, lo que es casi lo mismo, el espanto a la restricción presupuestaria lo que explica el notable apoyo que obtuvo el oficialismo en el Senado para aprobar las leyes necesarias para salir del default.
“Ingrato”, le dijo Máximo a Pichetto sólo por confesar que ahora tenía libertad para pensar, opinar y votar sin condicionamientos. Modestamente, sugiero que modere esa clase de definiciones: corre el riesgo de quedarse sin conceptos así de concluyentes cuando la cosa se ponga aún más espesa. Que no le pase lo mismo que al resto de los argentinos por llamar “infame” a la década del 30: nos quedamos sin un adjetivo maravilloso para caracterizar a varias de las subsiguientes.
A diferencia de la devaluación y el arreglo con los holdouts, el tarifazo implica asumir solamente costos (y muchos) en el presente, a cambio de promesas intangibles e imprecisas para el atribulado ciudadano común: bajar el déficit fiscal y de ese modo corregir la principal causa de la inflación constituyen objetivos estratégicos e indispensables para volver a crecer. Pero nadie en su sano juicio puede esperar que dichas metas despierten manifestaciones espontáneas de apoyo al Gobierno, ni siquiera una pragmática resignación ante lo inevitable o necesario. Sobre todo, si se carece de la capacidad o la voluntad política para elaborar una explicación un poco más sofisticada y coherente acerca de la pertinencia de los ajustes realizados. ¿Cómo persuadir que es bueno pagar mucho más por servicios públicos igual de mediocres? ¿Cómo, cuando los ingresos reales en general han caído como consecuencia de la inflación y el rezago en la mayoría de las paritarias? Se siente la recesión, se sigue incrementando la presión tributaria, y encima se reducen los subsidios. Todo junto.
No está claro cómo hacerlo, pero si cómo no hacerlo: sin al menos intentar un relato más o menos coherente y convincente en relación a la secuencia y el timing del proceso de estabilización que se está implementando. Es decir, de dónde venimos, cómo estamos y hacia dónde queremos ir. Y, sobre todo, la importancia esencial de pagar muchos costos ahora para apostar por un futuro eventualmente mejor. El valle de los sacrificios recién está comenzando, estamos dando los primeros pasos en un proceso que implica, indudablemente, revertir los valores y prioridades que imperaron durante por lo menos los últimos 13 años, cuando se impuso la satisfacción de demandas o caprichos del presente al margen de las consecuencias de corto, mediano y largo plazo. Justo es reconocerlo, en el plano electoral, Cambiemos elaboró una estrategia comunicacional realmente muy exitosa. Pero como todos sabemos, gobernar es mucho más difícil y desgastante que ganar una elección.
El Gobierno está aprendiendo también a funcionar como equipo, a determinar los márgenes de maniobra que permite un sistema político en transición, con liderazgos residuales que pierden relevancia, otros dominantes que aún se están acomodando a la nueva situación, y unos cuantos emergentes que aspiran a influir mucho más en un horizonte político y electoral que parece cercano y lejano al mismo tiempo. Macri se ocupa de apoyar a los que experimentan mayor exposición pública en esta época de dar malas noticias, para sostener el espíritu de cuerpo y evitar la erosión en la moral de la tropa. Conoce bien la química de los vestuarios y la importancia de motivar a sus funcionarios más importantes.
Lanzados. El inminente anuncio del paquete de medidas de política social para aliviar a los sectores más vulnerables fue originalmente denominado, de forma inadecuada, “relanzamiento”. No es para tanto, pero permitirá mostrar sensibilidad frente al sacrificio que se le propone a una sociedad que parece sorprendida por el abrupto final de la larga siesta (fiesta suena exagerado) populista que desplegó el kirchnerismo.
En efecto, luego de tantos años de aislamiento, estatismo extremo y proteccionismo generalizado, la ciudadanía se enfrenta a la obligación de reaprender cómo funciona una economía de mercado. Cosas elementales, como que los bienes y servicios tienen un precio y alguien tiene que pagar por eso son concebidas sólo por algunos núcleos ideologizados como neoliberalismo salvaje.
Pero muchos se preguntan ahora, como la legendaria canción de Serú Girán, cuánto tiempo más llevará: hasta que podamos respirar un poco más tranquilos; hasta que nos podamos volver a dar un gustito; hasta que podamos finalmente ver el fruto de tanto esfuerzo. Es cierto, Argentina votó en contra del populismo, tanto en 2013 como en 2015. Pero como durante los debates electorales predominaron los eslóganes de campaña y no la discusión madura de los problemas del país y de las eventuales soluciones (como ocurre, lamentablemente, en casi todas las democracias contemporáneas), el humor social está evidenciando un deterioro preocupante. Y esto recién empieza.
Al mismo tiempo, la Argentina también está aprendiendo (de a poco) la responsabilidad de formar parte del sistema internacional: la necesidad de opinar, de arriesgarse, de armar coaliciones que puedan representar un costo, incluyendo la necesidad de abrir la economía y respetar la propiedad intelectual. No se puede ser parte del mundo en desarrollo, aspirando alguna vez a ser un país de ingresos altos, apostando al cortoplacismo populista.
Cuando los niños pequeños dan sus primeros pasos, es recomendable revisar también de manera sistemática los pañales. Con los gobiernos pasa lo mismo: los errores son inevitables en todos los procesos de aprendizaje. Entretanto, algunos interrogantes más sustanciales habrán de develarse sólo con tiempo: ¿tendrá Argentina la paciencia y la voluntad para seguir por esta senda de modernización o, por el contrario, volverá a tentarse, una vez más, con el facilismo populista?