En el “lenguaje común” de la política, cargado de “sensibles tonalidades emotivas” según Sartori, suele afirmarse que los problemas de pobreza y desigualdad son una consecuencia inevitable del capitalismo. De donde debiera desprenderse, sin que se lo asuma explícitamente, que la solución de ambos problemas requeriría terminar con ese modo de producción.
Sin embargo, ni los datos de la realidad ni los teóricos que en algún momento pudieron alimentar esa interpretación, favorecen esa simplificación. Empecemos por aclarar que no se puede “meter en la misma bolsa” los problemas de pobreza y los de desigualdad, ya que si bien ambos comparten un origen relacionado con fallas en la distribución de la riqueza, sus diferencias son importantes.
Empecemos por destacar que mientras la pobreza se refiere a una situación definida en sí misma (una persona es pobre por lo que le pasa a ella, sin necesidad de relacionarla con otras) la desigualdad surge de comparaciones; lo que lleva a que las medidas para atender un problema u otro sean diferentes. Pero la diferencia de fondo aparece al observar ambos fenómenos desde el marco de valores y principios que fundamentan la existencia de una democracia republicana. Desde esta óptica valorativa existe suficiente consenso para que la pobreza sea vista como un flagelo que desnuda el fracaso organizacional de la sociedad que la produce; mientras que para juzgar la desigualdad y su relación con el capitalismo, se requieren aclaraciones previas.
En su Teoría de la democracia Sartori plantea que “una comprensión analítica del concepto de igualdad presupone la pregunta ¿igual en qué”?, para agregar que la desigualdad es “natural”, y que “la igualdad es atractiva y fácil de entender como ideal de protesta, pero como ideal constructivo, que contenga propuestas, resulta indudablemente complicado”. Este autor distingue cinco tipos de igualdades: la jurídico-política; la social; la de oportunidades entendidas como acceso igual; la de oportunidades como comienzo igual; y la económica, a la que define como “la misma riqueza para todos y cada uno, o propiedad estatal de toda la riqueza”.
La igualdad jurídico-política y la social se vieron fortalecidas cuando el capitalismo termina con el modo de producción feudal; y el pensamiento liberal que acompaña a la dominación burguesa ayudó mucho en esta dirección. Hasta Marx saludó la aparición del “obrero libre” como una característica de ese proceso. En cuanto a la igualdad económica, sólo logra imponerse a través de acciones que “son en gran medida políticas de expropiación” según Sartori, propias de regímenes autoritarios y ajenos a los valores que mencionamos.
Quedan en pie entonces como problemas a resolver, la pobreza y la falta de igualdad de oportunidades. En cuanto a la primera, datos recientes publicados por Orlando Ferreres muestran que “la pobreza bajó de 94% de la población mundial en la segunda década del siglo XIX al 9,6% en la actualidad” (con una población mucho mayor). La voluntad política acompañada de capacidad de gestión en muchos países logró esta reducción (lejos de la inevitable depauperación pronosticada por el joven Marx y abandonada por completo en Los Grundrisse).
En cambio la desigualdad, lejos de disminuir, viene aumentando desde Los treinta gloriosos (décadas de 1950 a 1970 según Rosanvallon). Pero el mismo Piketty que denunciara el aumento de la desigualdad, ahora en Ciudadanos, a las urnas (siglo XXI) pone la responsabilidad central de lo que ocurre, y la posibilidad de cambios, en la política.
Si desde la política se puede “combatir al capital” y hasta expropiar los medios de producción, mucho más posible es aplicar medidas que garanticen la igualdad de oportunidades, con capacitación adecuada y discriminación positiva si fuera necesario; las que acompañadas de reformas estructurales harán posible una inserción económica que lleve a una movilidad social ascendente.
*Sociólogo