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Putsch, maskirovka y después

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Rostov. Un ruso con una bandera y vehículo de la Wagner. | AFP

A una semana del amotinamiento de las tropas de Wagner encabezadas por Prigozhin –un magnate cuyos negocios tienen muchas facetas– y del avance subsiguiente de estas sobre Moscú, la neblina de motivaciones, reacciones y consecuencias frente a este hecho sigue sin disiparse completamente y genera múltiples incógnitas e interrogantes.

Por un lado, todo parece indicar que el putsch respondió al enfrentamiento entre Prigozhin y los altos mandos militares rusos luego de una serie de reclamos por parte del primero –particularmente a raíz de la batalla de Bajmut– y ante la próxima renovación del contrato del grupo Wagner que lo subordinaba al Ministerio de Defensa, eliminando una estructura de mando paralela. Pero el avance del grupo Wagner sobre Moscú mostró también una faceta política, en tanto cuestionó no solo a los responsables del mando militar en Rusia sino también, sin mencionarlo explícitamente, el poder y la imagen del presidente Putin. La sublevación finalizó por la mediación del presidente Lukashenko con la oferta de que Prigozhin y parte de los combatientes de su grupo –una fuerza estimada en 25 mil efectivos– se trasladara a Bielorrusia. Llamativamente no hubo adhesiones abiertas de otras unidades u oficiales de las fuerzas armadas al amotinamiento, Moscú fue rápidamente blindada por tropas regulares ante el avance, y Putin –si bien denunció la traición de Wagner en dos discursos llamando a la unidad nacional– no tomó represalias inmediatas contra Prigozhin. De hecho, el proceso por terrorismo iniciado contra el dueño del grupo se ha frenado y el mensaje a la sociedad rusa fue claro y explícito –se evitó una guerra civil y nuevos “tiempos de desorden y confusión” como los que han asolado anteriormente la historia del país–. 

Pese a que, aparentemente, los preparativos del amotinamiento ya habían sido registrados por los servicios de inteligencia de EE.UU. y de Gran Bretaña dos días antes, la reacción de Occidente y del gobierno de Ucrania se centró en subrayar las fracturas dentro de la elite gobernante en Rusia y el eventual debilitamiento del poder de Putin –largamente esperadas por la alianza euroatlántica a la expectativa de un cambio de régimen en Moscú–. Por contraste, la reacción de Beijing fue más prudente, apelando, en la misma línea de los discursos de Putin, a la estabilidad y a la unidad de los rusos.

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En todo caso, el saldo negociado del amotinamiento dio pie a lecturas diversas sobre sus consecuencias. Una de ellas apuntó a la fragilidad y al debilitamiento consecuente del gobierno y de la imagen de Putin ante el hecho de ceder y no castigar a los culpables del putsch. Otra consideró que Putin salió con éxito de la situación, evitando la inestabilidad y una guerra civil y a la vez aprovechando la oportunidad para eliminar desafectos y potenciales confabulados y para incrementar la represión de los opositores. De hecho, el motín dio pie a una purga entre altos mandos y funcionarios que actualmente sigue en curso y afecta tanto al general Surovikin como al entorno del ministro de Defensa Shoigú.

Sin embargo, existe una tercera lectura vinculada a la guerra en Ucrania. Mientras que la contraofensiva ucraniana lleva más de dos semanas sin mayores avances y la oportunidad ofrecida por el amotinamiento de Prigozhin podría haber sido aprovechada para intensificar los ataques contra las líneas rusas, el acuerdo promovido por Lukashenko ha introducido una modificación interesante en la ecuación militar –parte de las tropas de Wagner, de estar a 200 km de Moscú se ha desplazado a la frontera entre Bielorrusia y Ucrania, a noventa kilómetros de Kiev–. Un movimiento que ya ha llamado la atención de los miembros de la OTAN pero que anticiparon varios analistas en las redes sociales y frente al cual han reaccionado, entre otros, el secretario general Jen Stoltenberg y el presidente polaco Duda, con extrema preocupación y alarma.

Si bien el amotinamiento ha sido sofocado, la situación sigue evolucionando y los próximos días mostrarán si esta tercera lectura de lo sucedido se enmarca efectivamente en una elaborada estrategia de distracción por parte de los mandos rusos –una “maskirovka” u operación de encubrimiento que apuntó al desplazamiento de un grupo de comprobada capacidad ofensiva como Wagner a una posición más ventajosa para avanzar sobre Ucrania, o si este despliegue obedeció estrictamente a la posibilidad de ofrecer una salida a los rebeldes, consolidar el poder de Putin y desatar una purga de militares y funcionarios que pudieran estar vinculados con el motín.

En todo caso, cualquiera de las lecturas posibles sobre el putsch y su objetivo final solo implica desentrañar una parte de los alcances de una compleja madeja cuyos hilos se irán descifrando en los próximos días, tanto en relación con su impacto en la contraofensiva ucraniana y las posibilidades de un diálogo que conduzca a la paz como sobre la imagen y el control de Putin a pocos meses de las próximas elecciones presidenciales en Rusia.

*Analista internacional y presidente de Cries.