En Alemania, los neonazis salieron con pancartas en Frankfurt, en el cartón se leía “dictadura del coronavirus”. En Argentina, un grupo de intelectuales sacó una carta impugnando, casi al mismo tiempo, la gestión de la cuarentena, afirmando que se trata de una “infectadura”, esto es, una “dictadura” de los infectólogos que asesoran al Gobierno.
La Sociedad Argentina de Infectología repudió estas acusaciones injustas, alegando que además se estigmatiza a quienes más se exponen: los médicos y enfermeros, con quienes todos tenemos un gran deber de gratitud.
Debe celebrarse que las decisiones de un gobierno, a diferencia de lo que sucede en Brasil o Estados Unidos, donde los cuerpos se apilan en camiones frigoríficos que no dan abasto, se sostengan en un criterio de salud pública y no sobre un vago criterio de eficiencia privada de mano de obra descartable (significado que algunos le otorgan a la “libertad“), como primó en otras latitudes. El Gobierno tomó la difícil decisión de cuidar la vida de todos, y esto, como dijo el obispo Poli en el tedéum del 25 de Mayo, tiene un costo. Los economistas siempre ponderan “costos“, no vidas. Pero la política y el derecho defienden no la eficiencia del libre mercado, sino la dignidad humana, esto es: la vida.
No es la ganancia del que sale a ganarse el pan, la presión real por reabrir cuanto antes no nace de ellos, que nunca ganan nada, salvo el pan en la mesa. Duramente y con esfuerzo. A nadie le importa que estos sectores empobrecidos sean “libres“. No es sobre la libertad de ellos que estamos hablando. Entonces, al hablar de “libertad“, tenemos que definir bien de qué libertades estamos hablando. Esa libertad no es la libertad civil de los que juntan cartones, que no son libres ni ahora ni antes. La “libertad“ de la que se habla es la libertad de hacer negocios y de ejercer ciertos derechos en determinados sectores (lo cual también es válido, pero debe diferenciarse). No la libertad civil en sentido pleno, amplio, republicano, que la cuarentena, precisamente, vino a defender, preservando la vida de los que menos tienen, vidas que otros ven como mera mano de obra barata, “costo laboral“. “Recursos humanos“ sin derechos. Es importante transparentar el debate sobre las libertades civiles. Mucha población empobrecida, que vive en la miseria, no es libre. Ni antes ni después de la pandemia conoce lo que es la libertad. Apelar a la libertad de estos sectores oprimidos para justificar desde allí un ataque a las medidas de la cuarentena es un recurso bajo de quienes solo privilegian no seguir perdiendo ganancias (o privilegios) ante la magnitud colosal de una crisis mundial, producto de una emergencia de salud pública, que el Estado argentino viene conteniendo con pocos recursos, pero con coraje. Los médicos los primeros. Es casi una falta de respeto a los miles de muertos y enfermos (y médicos) que el debate sobre la libertad civil se reduzca a permisos para salir a correr o a comer un asado. Los derechos subjetivos importan, sin dudas. Pero la vida de los médicos expuestos a picos de contagios por flexibilizaciones imprudentes, también.
Isaiah Berlin inició en la teoría política una división fundamental: la libertad negativa y la positiva. La primera es la mera no interferencia en la propia vida. La segunda, que Berlin denuesta, es la libertad como participación en una comunidad. La libertad republicana cree en el civismo social. Tenemos que elegir y definir bien qué tipo de libertad queremos defender. Una libertad individual, y egoísta (para pocos), o una libertad para todos: el bien común. La tradición republicana defiende la segunda. No la primera.
Sería importante abandonar la mezquindad informativa, que hace pocas semanas elogiaba el modelo chileno y no el argentino, que hasta aquí viene siendo bastante exitoso. Que lo siga siendo depende de todos.
*Director Nacional de la Escuela del Cuerpo de Abogados del Estado (ECAE).