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Radio Duncan Jazz

Con una ayudita de mis amigos canta desde hace mucho Ringo Starr en uno de los más grandes discos del pop, La banda del Sargento Peppers, de los Beatles.

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Con una ayudita de mis amigos canta desde hace mucho Ringo Starr en uno de los más grandes discos del pop, La banda del Sargento Peppers, de los Beatles. Starkey tiene razón, los amigos son como esos conectores de las grandes usinas que hacen que la electricidad hostil de la vida funcione, circule, sin que estalle todo. Podés tener plata, posesiones, sex appeal, pero si no tenés amigos estás liquidado. Los amigos no se guardan en el banco, no se poseen. Los amigos te sostienen entre la multitud por si se te ocurre saltar desde el escenario y te llevan de un lado a otro mientras mirás el cielo estrellado. Tranquilo, debajo tuyo están las manos de tus amigos. El año pasado sufrí uno de los reveses más grandes de mi vida. Y tuve la suerte de conocer a Gastón, alguien que jugó temporalmente al tenis y que, se dice, porque yo nunca lo vi jugar cuando estaba activo, tenía uno de los más hermosos reveses del circuito. Qué mejor suerte que soportar un revés vital con un maestro de ese golpe. El revés es un golpe antinatural, pero aplicado a la perfección es una forma de superar el dolor.

Hegel lo dijo en la Fenomenología del espíritu: si uno no atraviesa el dolor, no es completamente un ser íntegro. Gastón me dio su casa, su ropa y su comida. Yo me ponía un pijama que me habían regalado para el Día del Padre y caminaba sobre brasas con algún tranquilizante en el buche. Los tranquilizantes tienen mala prensa, pero ellos también son grandes amigos cuando se fuerza la máquina.

Conocí a Gastón por otro gran amigo, Duncan. Un tipo que me impresionó desde el principio porque tiene la capacidad encantatoria de hablar sin parar, como si fuera un trompetista de jazz que pudiese improvisar hasta la eternidad. Si el lenguaje es lo que nos hace humanos, Duncan es humano, demasiado humano, al decir de Nietzsche. Suele mandarme audios mientras maneja por la ciudad, con temas de jazz –su música predilecta– y mientras de fondo escucho algún gran maestro por encima él habla y me levanta el ánimo o me hace reír o me hace llorar. Anibal Cannibal Lecter –¿recuerdan?– podía hacer que el vecino de celda se suicidara con sólo hablarle por el costado. Duncan también. Pero utiliza toda su potencia narrativa para ayudarte, para acompañarte. Radio Duncan Jazz, como él llama a sus envíos, es un formato original: un tipo enloquecido va recorriendo la ciudad en su auto mientras graba mensajes y pasa música. ¿Hay algo así ya?

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El otro día pensé qué hubiese dicho Philip Larkin (1922-1985), el poeta británico, crítico de jazz, de esta costumbre de Duncan. Larkin tiene un libro donde recupera todas las reseñas que escribió defendiendo el jazz antiguo, el jazz que le daba felicidad y que, según sus palabras, se terminó degenerando en el free jazz. La introducción al libro que reúne estos artículos es maravillosa, aunque uno no comparta sus opiniones reaccionarias sobre el arte moderno. Larkin escribía como los dioses –si los dioses fueran tipos comunes y corrientes que lavan los platos después de cenar y sacan a pasear al perro a la hora de la ciencia micción. El párrafo final de su introducción, cuando se imagina quiénes serán sus lectores, es digno de su gran poesía. Ojalá te guste, Duncan: “Mis lectores, en ocasiones me pregunto si de veras existen. A veces me los imagino como hombres inarticulados y sombríos, agentes de bolsa o tenderos, gente que vive en casas adosadas de treinta años de antigüedad junto a los campos de golf de las afueras de Londres, maridos de esposas envejecidas, padres de hijas lascivas de mirada fría que empiezan a tomar la píldora. Hombres a los que su primer infarto les llega con la certeza con la que lo hace la Navidad, que van a la deriva, llevando a cuestas, impotentes, compromisos y obligaciones y preceptos religiosos de obligado cumplimiento, por las cada vez más oscuras avenidas de la edad o la impotencia, despojadas de todo aquello que hizo la vida en tiempos agradables. Para todos ellos he tratado de recordar la emoción del jazz y decirles dónde pueden encontrarla aún”.