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Realidades buenas y malas

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Massa-Georgieva. Aquí se proponen lecturas morales sobre temas como el acuerdo con el FMI. | NA

El político mirará a cámara, y después de haber ensayado su mejor rostro en la sesión de entrenamiento de medios, se alistará para producir una erupción de comentarios basados en criterios morales, sobre los que buscará, junto a su equipo de “comunicación”, que lo observará detrás de cámaras, una buena repercusión en redes sociales. Subirá el video y analizará con ellos el impacto en sus seguidores y de otros posibles nuevos bienvenidos para seguir siendo espectadores de sus ensayos simulados de realidad. El periodista, también irritado con la realidad, preguntará a su equipo de producción por el rating del programa para aprender, igual que en las redes sociales, qué mejor mecanismo de bronca colectiva colaborará en tener mayor audiencia. Unos y otros aprenden de esta manera que su especialización no es la realidad, sino el supuesto contacto condimentado y rotativo con ella.

En nuestro tiempo, la idea de realidad sigue siendo en su mayoría tratada con criterios de aproximación de tipo objetuales, en los que reposa una vieja ilusión de que algo estaría allí para ser descubierto en su propia esencia.

En esto, la creación del método científico, o incluso los desarrollos de la lógica como disciplina para eliminar la contradicción en los procesos de pensamiento, han sobrecargado de expectativas un logro que parece ya no tan alcanzable. La ciencia se lleva adelante, en realidad, más como una víctima de los múltiples procedimientos que el mundo moderno produce que como el control cognoscitivo generado sobre un objeto que muta en simultáneo a sus intentos de comprensión.

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Pareciera que lo real no es lo que ocurre, sino el tratamiento de lo que ocurre

La ciencia sabe, y lo aprende cada vez más, que lo que estudia se comporta de una manera flexible y que siempre luego llegará otro descubrimiento para negar al anterior. En primer lugar,  esta condición ofrece ventajas para la búsqueda de nuevos financiamientos, ya que averiguar por novedades es el motivo fundamental para transportar recursos del sistema económico hacia el de la ciencia. Pero al mismo tiempo se comprende, por ejemplo, que la inclusión de nuevos tratamientos médicos o aplicaciones de nuevas tecnologías producirán impactos novedosos sobre un cuerpo social en donde estos mismos antes no existían. Igual que el político que mira a sus seguidores después de enojarse con el estado de las cosas, el científico revisa lo que le pasa a millones de personas con sus vacunas. La ciencia modifica un “objeto”, que luego deberá analizar.

La realidad parece, en consecuencia, más un tema de conversación que un elemento al que se pueda alcanzar en su verdad. Si algo la sociología puede hacer, más que sumarse al proceso de indignación (lo que hace con total comodidad y alegría), es describir qué conversaciones sobre la realidad son desplegadas dependiendo del ámbito en que se encuentre ese mismo tratamiento. El caso Báez Sosa no es el mismo en los juzgados que en los medios de comunicación, como el acuerdo por el canje de deuda lo mismo para el oficialismo, la oposición o para los inversionistas. No es lo que ocurre, sino el tratamiento de aquello que ocurre.

Así, la televisión es sobre el rating mientras se debate allí sobre el estado de la realidad social; las redes sociales sobre seguidores que buscan entretenerse con algo de realidad; la política sobre los votos en relación a una visión en torno a una realidad que podría ser positiva o negativa; la ciencia sobre hipotéticas realidades no antes vistas y los juicios sobre las evidencias de la realidad en torno a acusaciones. Además, a cada uno de ellos siempre se les ofrecerá la apertura en el futuro de nuevas realidades, porque las leyes pueden cambiar, los gustos televisivos mutar, las redes encontrarse con una nueva plataforma de comunicación o las ofertas políticas adaptarse a lo aceptable o no aceptable en un tiempo siempre nuevo.

Macri y Cristina han hecho del discurso moral un culto a su sobrevivencia

Este escenario de múltiples problemas simultáneos permite expandir la pregunta por algo que también ocurre en simultáneo con la ciencia, la economía o el derecho, y que se personifica en sus mecanismos en el momento exacto en que el político indignado mira a cámara y asegura al periodista que efectivamente todo es un desastre. Esto implica la pregunta por los casos en que la moral se hace presente como manera de tratar la realidad, es decir, sobre cada ocasión en que se ofrece una mirada que describe algo como bueno o malo sin que sea acompañado de mecanismos claros para llegar a una conclusión aceptada.

La política argentina, y probablemente la de gran parte del mundo, cuenta actualmente con una sobrecarga importante de procesos de moralización. Si se presta atención, estos mecanismos indignados sobre lo que está bien o mal no suelen producirse alrededor de debates o descripciones profundas sobre los temas, sino sobre generalizaciones poco demostrables. Se incorpora la idea de supuestas intenciones malignas que deben ser denunciadas y se hacen llamados poco precisos alrededor de valores como la libertad, el pueblo o el bien común.

En Argentina se proponen lecturas sobre el juicio a la Corte como de búsquedas intencionadas de impunidad, o del acuerdo con el FMI como un modo intencional de enviar dinero al exterior, y se reclama por la república y por acuerdos morales sin que quede claro cómo lograr alcanzar algo como eso. Lo único que se puede asegurar sobre la moral, lo realmente concreto, es que se lleva adelante siempre con un esquema en el que hay buenos contra malos; pero con el problema de que ambos valores son velozmente intercambiables, porque no se basan más que en puntos de vista sin un ámbito de tratamiento específico.

Si bien la realidad no es un objeto, y puede mejor describirse a través de distinciones creadoras a cada paso, la ciencia tiene un método, el derecho tiene procedimientos y la economía formas de detectar el éxito económico, que hacen que puedan ser tomados, como Niklas Luhmann precisa, como programas que guían la comunicación. No son medios de acceso a la realidad, pero sí son maneras de tratar el diálogo alrededor de ella de una manera aceptada. Quien los respeta puede seguir hablando.

Para publicar en una revista científica debe mostrarse un ajuste preciso con los métodos; para comprar una propiedad se debe contar con el dinero y para ser presidente se deben ganar las elecciones. La moral, en cambio, no tiene nada como esto y por eso, bajo condiciones algo exageradas, puede ser el paso previo al autoritarismo o a la intolerancia.

Macri y Cristina han hecho de esto un culto a su sobrevivencia, combinando medidas de gobierno con llamados a fórmulas mágicas de gestión, que serían justamente los remedios necesarios, pero poco precisos, para desterrar de la tierra argentina al diablo imaginado de su otro lado. Esto se ha sostenido sobre la creencia imaginada de que ese mundo relatado y resumido, cargado de moral, es real. No lo pueden demostrar, solo lo deben creer y vivir para eso, ellos y sus millones de seguidores. Y ese mecanismo es el que reemplaza el funcionamiento del país.

El político mira a cámara y se enoja, y el periodista se enoja con él, y los que miran se enojan para acompañar. Seguidores y rating en beneficio de lo que nunca termina de pasar, ocuparse de una realidad bajo criterios que todos creamos que son reales. Un poco de esa simulación sería un experimento atractivo para la larga batalla moral de este país.

*Sociólogo.