Todo el mundo sabe que el espectro del padre, su aparición nocturna, enloqueció a Hamlet. Esa verdad transmitida por el espíritu fue demasiada carga para el príncipe, una personalidad frágil y dubitativa. Confesiones truculentas del fantasma paterno que inducían a la venganza y a un trance más indeseado por el hijo o cualquier mortal: la obligación de vivir en el presente cuestiones tortuosas del pasado. Otra herencia recibida, insoportable. Si bien el padre le regaló un reino a Hamlet, este obsequio implicaba un alto precio: incluía un sino azaroso, desquiciado, y la indicación de que algo estaba podrido en Dinamarca. No sólo en los protagonistas de Shakespeare. Cualquier parecido con la realidad local es imaginación del lector.
Obvia esta referencia literaria que envuelve al legado del Macri padre, Franco –ya frondoso e inconcluso en anomalías (los Panamá Papers, las escuchas telefónicas a mujeres y parientes, entre otros negocios)– con su hijo Presidente, Mauricio, en el último caso del Correo Argentino. Si hasta ahora el vástago había podido eludir ciertos coletazos por otras denuncias que lo involucran con el padre, en esta ocasión no pudo zafar del nuevo entuerto: se embarró por un acuerdo de sospechosa conveniencia entre su familia y el Estado que preside, en el cual nadie lo puede imaginar apartado, prescindente, a pesar de que su equipo de favoritos en patético desfile salió a jurar que ni siquiera conocía la causa judicial. Poco serio: si hasta habían pensado que el episodio carecía de importancia para el electorado, que las redes sociales lo ocultarían como lo disimularon en el inicio algunos amigos agradecidos de la prensa. Pero duró poco ese operativo ficcional: hasta los propios desertaron con amenazas de ruptura. Y la línea expresiva del Gobierno, esas espadas privilegiadas de Cambiemos (Aguad, Peña, Duran Barba, etc.), quedaron expuestos con la calificación soez que Cristina le reservó hace poco a su mayordomo Parrilli. Porque, y perdón por recomendar esa cita, a veces hay categorías peores que la de ingenuo.
Se retractó Mauricio, en público retrocedió cuatro casilleros. Prudente, anuló lo del Correo que lo enchastra y, de paso, borró un ardid técnico que disminuía parte del aumento prometido en la ley de las jubilaciones y que el subjefe de Gabinete, Quintana, consideraba burdamente una nimiedad. Como si una suma de nimiedades (24 pesos) no constituyera una fortuna. Raro error en quien ha sabido fabricar una fortuna. Dos papelones consecutivos que el Presidente no quiso endosárselos a nadie, se hizo cargo en un acto de fe, como si la confesión evitara cualquier condena: un criterio a discutir. En el medio de esa imprevista batahola semanal que lo tuvo descolocado, al mandatario lo sacaron de otra zanja dos auxilios impensados: el banquero menos querido en Olivos, Jorge Brito, le resolvía la huelga de tres días anunciada por el ahora belicoso gremio de Palazzo. Curiosamente, el gastronómico Luis Barrionuevo lo asistió en la gestión negociadora al banquero luego de un opíparo asado ad-hoc. Barrionuevo, de comunicación titilante con Macri, hoy impulsa a Martín Lousteau y participa de su lanzamiento para las elecciones de octubre en la Capital Federal, acompañando como en los viejos tiempos a una fracción movilizadora del radicalismo porteño que hace cuernitos cuando se menciona a Ernesto Sanz. Banquero y sindicalista, ajenos a la administracion, contribuyeron a liberarlo a Macri de un problema al que había sido arrastrado por los mismos bancos estatales. Allí, como se sabe, purgó algún culpable.
Por el Correo, hasta los propios desertaron con amenazas de ruptura
De los otros dos desatinos, en cambio, la responsabilidad política aterriza en personajes naturales, tipo la jefatura de Gabinete, organismo que existe como pararrayos del Presidente en la Constitución. Y ni asoma un reflejo sobre una banda poco identificada que Macri cultiva con unción: los abogados. Quizás por su desinterés en el tema o falta de formación apropiada, se ha guiado por consejos dañinos para su gobierno en algunos temas. Por señalar algunos: la designación de los dos ministros de la Corte por decreto, el aumento de tarifas sin audiencias públicas, el uso indiscriminado de los DNU como elemento de alineación partidaria o el último enjuague del Correo Argentino que le hizo perder una ristra de créditos importante en la población (más allá de que él tampoco está exento de esa historia horripilante de privatización, estatizacion, devaluaciones y pesificaciones, al igual que otras grandes empresas del país que se hicieron más grandes con esa metodología). Nadie, sin embargo, habla de esos infatuados pichones de Cicerón que suelen seducirlo, tanto que suele cederles toda la confianza. No olvidar que tres de ellos (Torello, Rodríguez Simón y Clusellas) fueron sus enviados a la Casa Rosada, la madrugada en que Macri debía asumir y la ex locataria emperatriz se marchó de la vivienda sin dejar las llaves ni saludar al nuevo inquilino. Entonces, el trío representante golpeó la puerta, deambuló entre despachos, policías, militares y embajadores de turno, para organizar la jura cuyo desarrollo ni el propio Macri podía imaginar. Desde entonces, ellos y otros abogados asesores elevaron su cotización. Hasta hoy.
Del mismo modo que, ahora, luego de los errores y las enmiendas, el ingeniero en jefe deberá pagar más por incluir en la provincia de Buenos Aires a intendentes venidos del peronismo, o del cristinismo, dispuestos a colaborar con María Eugenia Vidal. Gente invencible en sus distritos (Granados en Ezeiza, donde suceden menos episodios criminales que en otras vecindades, o Ishii en José C. Paz, ganador de 131 comicios), con pretensiones lugareñas que aspira sólo a conservarse mejor que Disney. Cada uno por su cuenta, negociando, recibiendo más que aportando, pero sin constituir un bloque como le ha vendido Eduardo Duhalde a los abogados de Macri y al propio Macri. Cada uno, si entra o se asocia, lo hace por su cuenta, sin requerir intermediarios; no se inspiran en el odio a la viuda y, menos, para incorporar una candidatura secundaria de Chiche Duhalde (como le manifestó Cariglino al ex caudillo bonaerense). Lo hacen, como corresponde, sólo por conveniencia.