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Conductas

Solidaridad sin generosidad

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Tendencia. Se dice que la Argentina es solidaria, seguro lo es, aunque no significa que sea generosa. | Red solidaria

Se le atribuye a Hermes Trimegisto (el tres veces grande), personaje misterioso y esotérico del antiguo Egipto, autor del Kybalion y La tabla esmeralda, haber señalado que como es adentro es afuera, como es en pequeño es en grande y como es abajo es arriba. Una de las siete leyes universales formuladas por él, las cuales rigen todo lo existente e imaginable e incluso lo no existente ni imaginable. Esto significaría que las sociedades humanas son como cada uno de sus integrantes, que aquello de ellas que se ve en público se repite en el ámbito privado, y que los dirigentes y los dirigidos, las clases altas y las bajas, comparten mucho más de lo que creen y admiten. Todo esto, por último, sería fácilmente detectable a través de las conductas. Importa menos lo que las personas y las sociedades declaman acerca de sí mismas que sus comportamientos.

Hay una tendencia a decir que la argentina es una sociedad solidaria. Probablemente lo sea, aunque no significa que sea generosa. Se es solidario, especifica el filósofo francés André Comte-Sponville, con aquellos con quienes se comparten intereses, ideas o vínculos. Hay así solidaridades científicas, familiares, deportivas, políticas, de género, religiosas, económicas, gremiales, etcétera. Y generalmente hay en ellas un interés. Como el gesto “solidario” de quien lleva un alimento no perecedero a un recital a cambio del espectáculo. O el de una empresa que auspicia un evento ecológico o de salud a cambio de que su marca se exhiba visiblemente. La generosidad, en cambio, es una virtud silenciosa, que no mide intereses, nada exige a cambio y mira la necesidad que atiende antes que a la persona que la experimenta. Una acción generosa tiene su recompensa en la misma acción. Es por ello un acto moral. Y mientras la solidaridad tiende a fortalecer círculos de personas haciendo visibles sus diferencias respecto de otros círculos o grupos, la generosidad se abre hacia a todos, por encima de barreras.

En 1988 Jorge Bustamante, abogado especializado en derecho económico que fuera viceministro de Economía en 1982, publicó La república corporativa, un libro que demostraba de manera minuciosa y exhaustiva cómo la sociedad argentina se compone de infinidad de feudos (desde los más obvios hasta los menos percibidos), que defienden sus intereses y luchan y transan con los gobiernos aun (o sobre todo) a costa del bien común. El libro mantiene una incuestionable vigencia que lo hace revelador aún hoy, como quedó demostrado con su reedición en 2022. La disparada de precios que sigue a cada subida del dólar, a cada rumor político o económico o, para el caso, la que sigue al reciente cambio de gobierno es una muestra palpable y dolorosa de esa patología social. Las explicaciones que se reciben cuando se pregunta a los responsables son a menudo patéticas. O no explican nada. Se aumentan precios a menudo al tuntún, por si acaso, en previsión de algo que podría ocurrir, aunque no haya pruebas de que ocurrirá, se aumenta en defensa propia. En ese circuito de todos contra todos se cuece una profecía autocumplida. Los círculos de solidaridad perversa hacen que unos se unan para perjudicar a otros y que la mirada miope del cortoplacismo se imponga brutalmente. Ya no hay ley de oferta y demanda, no existe la negociación. El que vende (todos somos vendedores de algo) trata de esquilmar sin misericordia a su comprador más cercano, al primero que pasa, de cubrirse a costa de otro. Parece preferible una sola venta, que una unidad sea la salvadora, en lugar de vender por volumen. No importa ganar clientes y reputación, resignar hoy por una ganancia futura y prolongada. No importa, en definitiva, crear una cadena de generosidad en función de una marcha colectiva hacia la salida de un largo camino de oscuridad. La solidaridad de grupo (acaso podría llamársela también de feudo o de grieta) se impone. Y, quizás, así como es afuera (en los mercados) sea adentro (en las personas). Decía el poeta libanés Gibran Khalil Gibran que generoso no es el que da algo que el otro necesita, sino algo que él mismo necesita.

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*Escritor y periodista.