COLUMNISTAS

Todos a La Plaza

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Había logrado dar vuelta las elecciones en un mes, con esa capacidad para conocer el valor de lo simbólico en una sociedad que las más de las veces privilegia lo que parece a lo que es.

Daba la sensación de un nuevo Gobierno. Un presidente ( reaparición de Cristina) y un nuevo ministro de Economía ( Kicillof) asumiendo juntos se da sólo cuando los votos ponen a un elegido en el poder. Si a eso se suma la ceremonia en Casa Rosada y el discurso con “lo que vamos a hacer”, más el desplazamiento de los “malos” del Gobierno anterior (Moreno), se completa la instalación de nuevo ciclo.

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El aterrizaje de Capitanich, con máximo empowerment, le puso moñó al elenco nuevo y, al mismo tiempo, había consumado el “despido encubierto” de Boudou: ¿ O acaso el segundo de Cristina, el compañero de fórmula no pasó a ser Capitanich en vez del vicepresidente? En el Gobierno preocupaba ( y preocupa) el “riesgo Boudou”, y con la entronación del chaqueño se trató también de reducir al vice flojito de papeles a su mínima expresión, por si la Justicia avanza.

Con esos movimientos calculados, el oficialismo había asomado renovado. Cristina estaba pero paso a ser nueva, otra: hasta dejó el luto. Kicillof estaba pero parecía otro: hasta habló de pagarle a los españoles de Repsol. Capitanich estaba pero se “nacionalizó”.

Y todos aparecieron hiperactivos. Y contestaban preguntas. Hasta salían en la foto con Macri. Parecía un nuevo gobierno.
La posología política de una toma diaria, un anuncio por día antes o después de las comidas, impecable. Por si faltaba algo, el Gobierno puso a cotizar al Coqui, un “Scioli paralelo” y propio en el mercado de los presidenciables. Chapeaux.

Sólo quienes no quieren o no pueden ver méritos en el oficialismo no son capaces de admitir que, para un gobierno que perdió las elecciones, fue toda una demostración de muñeca política no exenta de talento. Que ahí había más que relato.
El punto es como esa pericia para reconocer y gestionar males propios es usada para las realidades de los demás. Si fue sólo un “veranito”, una luna de miel como la que disfrutan los gobiernos recien asumidos.

Esa duda se instaló a partir de algunas primeras señales de política económica y se hizo desconfianza con la forma en que el Gobierno gestionó la crisis de seguridad.

No faltó quien recordara lo que pasó en 2007, cuando se había instalado que con Cristina vendría la etapa más institucionalista del kirchnerismo, con el extrapartidario Cobos en la fórmula incluído, y en un par de meses llegó el choque con el Campo. Comparan el mismo lenguaje de símbolos: el arribo del joven Lousteau en Economía, la renovación que presumía la presencia de Massa y Randazzo, el fin de los muchos males que encarnaba la salida de Alberto Fernández. Recuerdan que tras cada elección se produjeron similares augurios, ya sea por imaginar la actitud que tomaría un gobierno necesitado tras la derota del 2009, o por ser magnanimo en el triunfo con 54% de votos en la reelección de 2011.

Se decepcionan quienes creen que esa historia de falsas creencias se repite y este nuevo esquema se agujereó al chocar contra la primera cubetera antes que contra el iceberg.
Se decepcionan porque creen, no sin motivos, que el sapo fue el plato del día en la jefatura de Gabinete y que por decisión de la mesa chica se especuló con un posible daño político a De la Sota y se dejó que el conflicto policial-social escalará en Córdoba. Y que luego se insisitiera en reducir a “problemas locales” los reclamos policiales y los robos que se extendían por un racimo de ciudades y causaban los primeros muertos. Temen que ese día Capitanich haya empezado a convertirse en vocero VIP mas que en primer ministro.

El Gobierno se equivoca cuando se limita a denunciar la realidad como si fuera observador y no protagonista, cuando hace sólo el diagnóstico. Debe ser cirujano, además de clínico. Se equivocan también los gobiernos provinciales que por ser fieles a sus ‘económías dibujadas’ fueron mejorando salarios policiales de bolsillo sin tocar los básicos, inventando montos no remunerativos, plus y extras que combaten los síntomas pero no el mal. Contribuyeron en la creación de esta suerte de “clientelismo policial”: esos extras pueden desaparecer del bolsillo de un mes al otro por decisión de algún comisario malhumorado o un jefe arbitrario.

No hay saqueos buenos y saqueos malos. ¿Importaba si se trataba de algo organizado o de un contagio a la hora de evitar la pérdida de más vidas?

Hubiera convenido no abrazarse a la idea de que esos saqueos de 2001 fueron producto de la espontaneidad y que los de ahora son de la antidemocracia. Menos aún en medio de un festejo que trasciendía a la coyuntura, es cierto, pero estaba atravesado por lo que ocurría en el país en esos mismos momentos.
Faltó reflejo. Con el número de muertes que se habían registrado hasta ese día es imposible que no incomode, entristezca, duela o irrite ( o todo junto) la imagen de la Presidenta de un Gobierno que hizo profesión de fe con la solidaridad bailando en Plaza de Mayo. ¿Cómo explicar la suspensión de un partido de fútbol por la muerte de un hincha y no postergar una fiesta oficial cuando hay duelo multiplicado?

Se podría haber celebrado este fin de semana. El que viene, como cuando se trasladan los feriados.
Hubiera merecido ( y merece) está forma de vida lograda con años de luchas y muertes, que los argentinos todos tengan la posibilidad de celebrar. Que decidieran bajar las persianas de los comercios de Chaco, Tucumán, Córdoba o donde sea para ir a festejar en las calles de cada pueblo y no para protegerse de los saqueos.

Así la fiesta hubiera sido para todos. Y esa Plaza, en la que en los peores años guapearon su resistencia las Madres y que reventó de ilusiones el 10 de diciembre del 83, no se parezca al SUM de la Casa Rosada o al club house de un barrio cerrado