Qué triste es el final de la década ganada –ahora desperdiciada, por cierto que desprestigiada–. Luego de tanta celebración ombliguista o clásicamente cortoplacista y la vituperación y rechazo de toda voz contraria, el retrato que prevalece es de una serie de calles vacías en todo el país.
El paro, por lo contundente, por el triunfalismo desplegado por los tres grupos sindicales unidos para hacer el vacío –luego de años de comer de la mano del Gobierno–, tenía el aspecto de la mayor regresión en mucho tiempo. La conferencia informativa del trío alegría, en el rol estelar de los Tres Mosquitos, en la tarde del jueves en la CGT, tenía la apariencia de un teatro ya visto y vivido hace muchos años. Era el escenario, la escenografía, los actores herederos de figuras ya enterradas, hasta la Marcha Peronista para cerrar el jolgorio impactó como si hubieran resucitado a Hugo del Carril (vuelto a un país donde, sinceramente, no hallaría peronistas más allá de los facilistas). Parecía de otra época, quizás remontable a los años sesenta y la dictadura del general Juan Carlos Onganía, caracterizado sólo por su hipocresía y fracaso. Eso fue hace casi medio siglo. La presentación del triunfo ya no tiene ni valor histórico, era nada más que un reciclaje de vidriera.
A la vista había un cambio claro que puede ser tomado de formas diversas. En partes, el discurso sindical se nota más informado y hasta estilizado. En gran parte, el demorado cambio de estilo se percibía en el hablar del diputado nacional Facundo, hijo de Hugo, de Moyano y de Pablo Micheli, de la CTA. No son alemanes todavía, pero buenos. Los dichos en torno a la protesta mostraban definición en cifras y argumentos, en la preocupación por lo concreto, en las reiteradas precisiones que iban desde la reincidencia carcelaria (65%) en el drama sentido de la inseguridad hasta la desvalorización total del aumento del 11,3% para los jubilados en marzo. Se resaltaba en proyecciones sofisticadas producidas por economistas de sólida experiencia que trabajan para el sindicalismo y que, hasta ahora, parecían ser ignorados, desplazados por el cliché.
Algo interesante es que en todo el día la información, los comentarios, sucedían en la convicción de que el Gobierno va a demorar en toda forma posible una reacción que parezca resultar de la presión de la huelga. A fin de mayo, quizás antes, y como generoso aporte oficial, se anunciarán el aumento en la base no imponible del impuesto a las ganancias, aumentos en algunos subsidios familiares y, quizás, algunas migas para los jubilados, pero que por ley sólo pueden pagarse en septiembre.
Por ahora, hay una ausencia de futuro muy nuestra que no deja de alarmar. Seguiremos hablando sin entendernos, exacerbados por el intercambio entre rivales que alguna vez fueron compinches. Otra vez sabemos que no sabemos mucho en torno a una planificación para los próximos veinte meses, salvo en las enormes deudas que serán la herencia del próximo gobierno. Tampoco sabemos cómo se comportarán los sindicatos cuando ya esté superada la resaca del triunfo que lograron el jueves. Sabemos que, aunque el sindicalismo no se sentía seguro en predecir el nivel de acatamiento (un paro como éste requiere mucha organización y negociación interna), también fue obvio en la celebración que el ausentismo sorprendió hasta a los organizadores. Esto puede llevar a la cautela insinuada en el seguimiento, o a un desborde de triunfalismo prepotente. En ausencia de planes claros, todo es posible.
El problema en torno al futuro mediato es más problema de gobernantes –aunque estén al término de su mandato– que para el movimiento sindical. No es aceptable que la jefa de Estado, en uso de la cadena nacional, invierta su habilidad discursiva e intelectual en una informalidad payasesca que, más que información o entretenimiento, causa vergüenza ajena.
*Periodista y escritor.