La incertidumbre alimentada por la crisis global envuelve el ambiente preelectoral en la Argentina. No se registra mayor debate sobre enfoques alternativos para paliar el impacto de la crisis sobre la sociedad; tan sólo se observan acciones de gobierno, cuyos efectos parecen hoy tan inciertos como la crisis misma, y movimientos de las piezas políticas con miras a definir un tablero electoral. Hay escasa realimentación entre las decisiones de política pública, las movidas de los actores políticos y la gente común. Esta está asustada y hace lo que puede; escasamente a algún ciudadano se le pasa por la cabeza que lo que vaya a hacer para protegerse del terremoto puede tener algo que ver con la decisión de voto en 2009. En consecuencia, todo lo relativo a la elección está por ahora confinado al espacio del espectáculo, no de la representación ciudadana. El gobierno hace y deshace de acuerdo con su parecer; algunos dirigentes opositores empiezan a mover las piezas; los legisladores y los dirigentes deambulan por su mundo (los pragmáticos deambulan pragmáticamente, lo que a menudo suena a oportunismo, los principistas deambulan siguiendo principios que a la mayoría de la gente le cuesta interpretar); los ciudadanos, si se interesan, lo miran por televisión o lo leen en el diario; ni siquiera encuentran motivos para salir a la calle a protestar –la forma de participación a la que están más habituados–.
¿Qué será entonces de la Argentina en el horizonte de un año? ¿Cómo anticiparlo?
El máximo nivel de daño que la situación económica pueda sufrir es realmente incierto. Depende más del mundo que de lo que se pueda hacer en el país. Una hoja internacional de análisis económico a la que la comunidad de negocios le presta oídos dice, hablando de la situación en Brasil, que el gobierno podrá hacer algunas cosas para atenuar los efectos, pero que para retomar una senda de crecimiento no hay nada que pueda hacer. “La respuesta de política pública de Brasil a la crisis podrá en el mejor de los casos aliviar el impacto, pero no es probable que frene la desaceleración”. Cuánto menos el Gobierno argentino podrá reactivar una economía golpeada por la situación del mundo y cuyas defensas, para peor, estaban ya seriamente disminuidas por efecto de las políticas domésticas.
La desaceleración es y será inevitable; algunas industrias y algunos sectores sufrirán un impacto mayor que otros; los sectores productivos más dinámicos, la agroindustria, la automotriz, la construcción y el turismo, ya van en pendiente hacia abajo. Las reservas competitivas de la Argentina son escasas, escasísimas. En ese contexto, cada uno hará lo que pueda y, a lo sumo, las decisiones de gobierno marcarán en alguna medida la cancha incentivando algunas acciones y desincentivando otras.
En el plano político, la pregunta es: ¿cuál será el precio político que pagará el Gobierno con vistas a la elección legislativa de octubre próximo, y quién y en qué medida podrá capitalizar el desgaste del Gobierno? Cualquier conjetura en respuesta a esa pregunta es hoy tan plausible como las otras.
Por lo pronto, hay un dato muy básico: en los últimos meses el Gobierno perdió apoyo en la opinión pública –en una medida importante, descenso del orden de magnitud del 50 por ciento de la tasa de aprobación desde diciembre pasado hasta hoy–. Esa caída no se vio acompañada del ascenso de nadie, de ningún dirigente ni sector opositor. Cuando el Gobierno baja, nadie sube; del mismo modo que cuando el Gobierno sube, nadie baja. El sistema político no está funcionando en términos de un balance representativo entre demandas políticas, ofertas políticas y grados de satisfacción de los demandantes, que son los ciudadanos. ¿A dónde van las expectativas antes depositadas en el Gobierno y que se alejan de éste? A ninguna parte, a una suerte de bolsón de escepticismo y pesimismo que los argentinos conocemos demasiado bien.
Por lo tanto, la pregunta debe ser desdoblada. Una cosa es qué precio pagará el Gobierno, otra quién podrá posicionarse como una alternativa creíble.
El gobierno Kirchner pagará un precio, ¿cómo podría ser de otra manera? Su sostén se generó en una economía creciendo a altas tasas, el desempleo cayendo velozmente, la inflación relativamente contenida –al menos, creciendo menos que los ingresos de gran parte de la población–. Su desgaste comenzó cuando la inflación se salió de cauce, y se agravó por la desatinada manera de administrar los indicadores y la comunicación al respecto. Ahora, el enfriamiento de la economía desacelera el crecimiento de los precios, pero es obvio que no puede sino desacelerar al mismo tiempo la creación de empleos. Es posible arriesgar esta fórmula para acercarse a un pronóstico: el desgaste que sufrirá el Gobierno al aproximarse el día de la elección legislativa dentro de diez meses será el resultado del nivel en que se encuentren en ese momento la tasa de inflación y la tasa de desempleo. La fórmula tenderá a ser multiplicativa: si la inflación es alta pero el desempleo muy bajo, o a la inversa, el resultado dará un valor moderado; si los dos están en niveles medios, el resultado tenderá a ser un valor más alto. Juzgando a partir de hoy, esto último es lo más probable: el Gobierno pagará un precio político alto que se reflejará en las urnas.
Conclusión: va a ser difícil que en 2009 el oficialismo se aproxime al caudal que obtuvo en octubre de 2007. Aun más, tal vez podría darse por contento si repite el resultado de 2005, en el orden del 40 por ciento de los votos. ¿Y el restante 60 por ciento? Imposible saber adónde irá. En la elección presidencial pasada se trataba de un 55 por ciento que no votó al Gobierno y que se dispersó tanto que ningún candidato pudo alcanzar el umbral del 25 por ciento: más de la mitad de los votos totalmente dispersos. En la elección que viene, legislativa, votándose provincia por provincia, la posibilidad es que la dispersión sea aun mayor.
Crisis, escenario social difícil, el país sin opciones políticas. Caben todas las conjeturas. ¿Alguien llorará por la Argentina?
*Sociólogo.