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Un Putnam argentino

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| Cedoc

1922. George P. Putnam, intelectual y editor norteamericano, publica Nonsenseorship, una antología de textos y poemas firmados por las plumas más picantes que encuentra en diarios y revistas de la época. Escribe un prólogo en el que define a Dorothy Parker, Helen Bullitt Lowry, Heywood Broun, Ben Hecht y Ruth Hale, entre otros, como “pensadores poco serios”, “cínicos”, “satíricos” e “irresponsablemente jocosos”. Agrega que la censura es un “flagelo espiritual” del que todos ellos reniegan y/o han sido víctimas. A través de estas “gemas de protesta literarias”, dice Putnam, en las que los censuradores no “tienen representación”, se apunta contra quienes gestan “prohibiciones, inhibiciones e ilegalidades”. 

Ilustrado por Ralph Barton (quien pocos años después se luciría en el New Yorker), el libro se burla del empeño de muchos personajes olvidados de la “era del jazz” por expurgar al cine de pecado, a las relaciones sociales de espontaneidad y a la expresión artística de imaginación. La Ley Seca, los preparativos del código Hays y otras formas de vigilancia que, según Hecht (posterior guionista de Scarface y Luna nueva, dos de las mejores películas de Howard Hawks) alcanzaban desde “emisiones de radio hasta comida, política, béisbol, vida recreativa y vestimenta”, son diseccionados por quienes no necesitaron subordinarse a pautas de comportamiento y expresión unívocas para hacer lo suyo. 

La lógica del progreso dice que las diatribas de este grupo de inconformistas deberían ser obsoletas 98 años después, pero están cada vez más vigentes. “Cree que puede detener el tráfico poderoso de la vida con un silbato de hojalata y una mano derecha levantada”, describe Broun al paladín de la corrección política de los albores del siglo XX, tan similar a nuestros afligidos activistas de “lo que está bien”, por su obstinación exhibicionista en la proscripción. “Si la película muestra una fiesta de clubmans tomando Ginger Ale/ O a una joven novia soñando con usar ropa provocativa/ O a Douglas Fairbanks besando la mano de Mary Pickford/ Ellos cortarán la escena y la quemarán en la plaza pública”, dice “Reformistas: un himno al odio”, de Dorothy Parker, evocando desde el pasado a la nueva normativa de la Academia para las películas que compitan en los Premios Oscar a partir de 2024, obligadas a historias sobre unos pocos temas y a elencos armados con cupos. Y va también contra los moralizadores que, ayer como hoy, pretenden regular la vida cotidiana mediante conceptos inflexibles y sectarios: “Firmarán peticiones para que se deporte a los fumadores/ Y para que los lugares para divertirnos cierren los domingos/ Se toman todo como una ofensa personal/ Van por el mundo moviendo la cabeza de lado a lado mientras suspiran: ‘Todo mal, todo mal’”.

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Otra belleza de Nonsenseorship, leído en un presente en el que el redescubrimiento del vocablo “patriarcado” sirve a una militancia que en buena parte oscila entre el oportunismo rentable y la vocación de rebaño ad honorem, pasa por la honestidad intelectual de sus escritoras. Lejos de la lectura sesgada del feminismo que hacen varias de las voceras actuales menos sagaces, Hale se anima a la ambigüedad y plantea que las mujeres tienen mucho que enseñar a los hombres sobre cómo vivir bajo prohibiciones y tabúes: “Si el mundo fuera del hogar ha de volverse tan circunscrito y paternalizado como el mundo dentro de él, obviamente toda la ventaja está en aquellos que han estado viviendo bajo la tutela del sinsentido el tiempo suficiente para haber aprendido a manejarlo”. 

“El vicio moriría por desuso si sus vigiladores no le hicieran tanta propaganda”, advierte, jocosa, en su homenaje a la “Flapper desinhibida”, Bullitt Lowry, proporcionando, a través del humor, una clave para sacar partido de la avidez controladora de hoy: la oportunidad de rebelarse a sus estatutos e intimar con lo que se considera polémico, disruptivo, cancelable, atrasado e incorrecto y entender en qué consiste su subversión. 

¿Hay, en la Argentina, voces capaces de marcar una diferencia con los discursos cada vez más uniformes que circulan en redes y medios? Sí, hay. Sólo falta que aparezca un Putnam capaz de transformarlas en libro.