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extremos

Un sueño loco

Happy Happy Joy Joy! 20231006
Happy Happy Joy Joy! | The Ren & Stimpy Show | Youtube (Captura de pantalla)

Happy Happy Joy Joy: The Ren and Stimpy Story, del año pasado, es una de las producciones (en este caso documental, pero hay ficciones que van en una dirección parecida) que forma parte del giro que viene dándose en el derrotero de la mediática cultura de la cancelación. Dedicada a la obra más popular del canadiense John Kricfalusi, repasa su historia, incluyendo imágenes de archivo capaces de hacer alucinar otra vez a quienes la vimos de chicos en los 90, y de propiciar su descubrimiento en nuevas generaciones. Antes que South Park o Beavis and Butt-Head, Ren y Stimpy había llegado más lejos en las críticas a la sociedad norteamericana, resultando más bien subversiva, incómoda y, por lo tanto, no apta para todos los paladares. Con un estilo gráfico que condensa lo mejor de la tradición que la precede, se apoya en aspectos técnicos extraordinarios, derivados del talento y de la obsesión de su autor con la calidad y el pasado, pero explorando recursos narrativos vanguardistas, todo a contramano de los estándares productivos de Nickelodeon –señal que la puso al aire– y del aparato hollywoodense, casi invariablemente más atento a la rentabilidad que a la excelencia.

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Además de contar cómo fueron el ascenso inesperado y la caída estrepitosa del dúo de perros, el documental se mete con la cancelación impartida contra su creador, luego de haber recibido la denuncia retrospectiva de una fan con la que tuvo una relación epistolar cuando ella tenía catorce años, y, posteriormente, una convivencia que, para ella, fue sórdida y abusiva. Retirado “por la fuerza”, según sus palabras, John Kricfalusi da su versión de lo ocurrido – y se extiende pidiendo disculpas–, en tanto su denunciante, junto a otras personas que trabajaron con él y que soportaron otro tipo de abusos, vinculados a la presión laboral que les imponía, también se explayan en memorias y argumentos. Tanto la ex como aquellos empleados de su productora que llegaron a destetarlo por sus niveles de exigencia, insisten en que Ren y Stimpy fueron, son y seguirán siendo dignos de ser vistos, en un gesto que opera como alegato contra la confusión entre vida y obra promovida por los mandatos woke.

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No sé si Kricfalusi volvió a trabajar (está grande, más parecido a su héroe Kirk Douglas tras los liftings que a sí mismo en su época de oro), pero es posible que esta vindicación no tenga tanto que ver con él o sus posibilidades de reintegrarse al mundo de los dibujos animados, como con la autopreservación de un negocio que parece ir revelando que hacer realidad los sueños woke, tirando por la ventana algo valioso, es un contrasentido, una movida sin la nafta necesaria para el consenso general. En favor de estos sueños de control y depuración, sin embargo, se puede decir que son, también, lo suficientemente extremos y locos como para que, ni el propio Ren, con su personalidad maníaca, grotesca e híper emocional, se haya animado a soñarlos.