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Un dios para este tiempo

Mundo virtual 20230929
Mundo virtual | unsplash | Kelvin Han

“No puedo escuchar un audio de un minuto”, protesto frente a mi novio y reímos al darnos cuenta, inmediatamente, de que un minuto, dos o cinco no son nada en relación con el día, o incluso con una unidad de tiempo mucho menor, como la hora. Pero la vida digital estableció una manera distinta de percibir y valorar el tiempo. La sensación de estar perdiéndolo con un audio de unos cuantos segundos se impone para casi todos los que nos comunicamos con un celular, mientras que, en contrapartida, es posible que nunca hayamos malgastado en ninguna cosa tanto tiempo como el que malgastamos mirando neuróticamente muros, feeds, timelimes o fake news.

Si bien la percepción de lo temporal fue variando gracias a los cambios que trajo la tecnología, en este presente en el que más que una herramienta a nuestro servicio es una especie de reina omnipresente, aparecen nuevos grados de distorsión o de algo que bien podríamos llamar, a tono con las jergas de moda, “disforia de tiempo”.

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En la época preislámica era frecuente que, ante alguna desgracia, los árabes insultaran al tiempo (en su relación con el acontecer, no con el clima), costumbre que, junto a otras muchísimo más salvajes, como enterrar vivas a las hijas, cayó en desuso con el advenimiento del Corán, ese libro religioso ponderado por Borges que vio la luz de la mano de Mahoma, conocido también como Muhammad o, paradójicamente, como el “profeta iletrado”. Cuando escuché un dicho adjudicado a los musulmanes que dice más o menos algo como “No insultéis al tiempo, porque el tiempo es Dios”, no entendí el sentido, hasta caer en la cuenta de que el tiempo es una de las pocas cosas que no podemos modificar, excepto en nuestras ilusiones. En todo el espectro abrahámico se afirma que Dios dispuso la sucesión de la noche y el día, las horas, los minutos etc., por lo que la censura sobre la maledicencia en torno al tiempo de los seguidores del Corán se debe a esa relación primigenia con la Divinidad.

Ahora, las enseñanzas de Abraham, Moisés, Jesús o Mahoma no son lo que eran, el mundo va eligiendo nuevos dioses y profetas, y reaparecen expectativas de vivir más que un vampiro, en este caso gracias al transhumanismo y otras yerbas propias de las élites. Pero al tiempo no hay con qué darle, porque pasa igual que antes, acercándonos segundo a segundo a la muerte, esa realidad que se combate desde Egipto, sin más éxito que aletargar la vejez. No sé si me gustaría vivir cientos de años, pero cada vez hay más noticias sobre los esfuerzos de la ciencia a fin de que sea posible (para unos pocos). ¿Podrán?