Una noticia me recuerda mis aventuras teatrales en el colegio, mi actuación en Una viuda difícil (1957), de Conrado Nalé Roxlo, donde hice el papel de Mariano Pereyra y Obes, el reo sentenciado a la horca “para que sirva de ejemplo a jóvenes calaveras y gentes de poco seso”, a quien se le conmuta la pena “de horca por la de himeneo”.
El pregón busca una mujer dispuesta a “ser la ejecutora”. Por supuesto, la protagonista de la pieza, no se sabe bien por qué desilusiones o por qué calenturas, se ofrece para salvarme.
Nada de esto estaba en mi memoria, que fue desencadenado (proustianamente) por la noticia que leí en los diarios con incredulidad de que en una ciudad en el extremo oeste de Chetoslovaquia se autorizan las reuniones de hasta diez personas (no once ni doce), familiares directos (no primes, no amigues, no novies, no madrinas supongo), solo durante los fines de semana (no los jueves, que da partuza clavado) y solo hasta las 23.
Las frases que se dispararon en mi recuerdo fueron: “¡Las 11 ya! Vámonos, ¡con lo oscuras que están estas calles!”.
Vuelvo al texto y leo que quienes dicen eso, cuando escuchan al sereno dar la hora, son Misia Jovita y Misia Mariquita, que han estado visitando a la “viuda difícil” recién casada con el reo, por cuya suerte temen. Ya solos Isabel y Mariano, este toma un cuchillo y atraviesa la escena en puntas de pie. Cuando Isabel lo ve, cae de rodillas y suplica: “¡No me mate! ¡No me mate!”.
Vuelvo al asunto que desencadenó mi recuerdo de una pieza (cito a Wikipedia) sobre “un pedazo del Buenos Aires virreinal” que jugó algún papel en mi vida. El suplemento Las 12 reaccionó de inmediato ante la noticia y dijo: “No es un criterio sanitario, es moral. Ningún virus va a quitarnos los sentidos feministas que construimos juntes. Al pacto moral heterosexual no volvemos más, familia es la que inventamos.”
Yo suscribo ese comentario, desde mi recuerdo. Las que se van a las 11 son unas misias virreinales y la “viuda difícil” se queda con quien ha inventado una extraña alianza. La moral chetoslovaca ha retrocedido hasta la mentalidad de las misias lloriconas, ha cancelado la posibilidad del gesto de la “viuda difícil” (no sea cosa que alguien meta un reo en su casa) y ha transfigurado incluso el deseo de Mariano, quien, todavía con el cuchillo en la mano, le había contestado a Isabel: “Quería un poco más de torta”. Qué vida difícil la nuestra.