Pablo Casado es el líder del Partido Popular de España, el principal grupo de la oposición. Probablemente ustedes no sepan quién es. Eso no es malo. Aquí lo vamos descubriendo día a día. Ganó la secretaría general del partido hace dos años y su brújula política viró de la extrema derecha, en un intento de canibalizar a los electores de Vox, la franquicia local de Marine Le Pen y Jair Bolsonaro, pero con un toque autóctono (pliegues sentimentales de la dictadura franquista), Casado, entonces, pasó de buscar votos allí para expresar después cierta moderación conservadora y volver, ahora, a un mix de ambas fórmulas. Su máxima parece tomada del manual que nos legó Marcos Mundstock: si no puedes convencerlos, confúndelos.
Casado tiene frases memorables. En 2018, refiriéndose al aniversario del mayo francés, dijo: "A ese 68 nosotros lo queremos cambiar por un 89, porque en ese año los jóvenes tiramos con nuestras propias manos el Muro de Berlín". También propuso incorporar a las conversaciones de los españoles la expresión "¡Viva el Rey!" y, por supuesto, acumula una retahíla de lapsus entre los cuales, destaca uno ya legendario que dijo en una rueda de prensa: "La corrupción es la seña de identidad del Partido Popular". Entonces, el eslogan de su partido era: "España en serio". Después lo cambió.
Casado saturo las redes en España este jueves 23 de abril con todo tipo de bromas por una foto que colgó en su cuenta de Instagram. La imagen, que parece un fotograma con un atribulado personaje de una película de Sydney Pollack, muestra a Casado frente al espejo, en el lavabo de un baño de oficina, con la camisa arremangada y los puños cerrados, apoyados en el mármol, la cabeza caída y la vista entornada, expresando dolor, intentando componer su mejor imagen de compasión: "Esto es una catástrofe en vidas y un drama en empleo (…) Más de 20.000 compatriotas fallecidos merecen nuestro respeto", se lee en el epígrafe. Casado convierte la tragedia en farsa.
Esto es una muestra del peligro al que nos exponemos, además del coronavirus y la caída económica, en caso de cumplirse la ley de Murphy que asegura que lo que va mal irá peor, como parecía recordar Macron al solicitar una y otra vez la alta exposición a una deriva política absoluta si no contamos en Francia, España e Italia con una financiación amplia y de coste mínimo ya que el beneficio es volver a emerger, con suerte –aseguran los analistas– en 2021 y regresar a los niveles anteriores a la pandemia recién en 2023. Una eternidad si pensamos que acabábamos de salir, después de doce años, de la crisis de Lehman Brothers. Se trata de llegar vivos y no reducir el plazo que pronosticó Keynes, cuando afrimaba que en cincuenta años estaríamos todos muertos.
Afortunadamente, anoche nos fuimos a dormir con la decisión, a última hora, de la Unión Europea de aprobar un fondo de recuperación de ayuda a los países miembros. Queda por ver el monto definitivo, pero al menos hay un piso de un billón y medio y podría subir hasta dos. El tema en discusión ahora es si va a fondo perdido, como quiere España, o tendrá un diseño crediticio como pretende Holanda ("No puedo gastarme el dinero en alcohol y mujeres y después pedir ayuda", Jeroen Dijsselbloem, ministro de Finanzas). Lo importante es que salió y que no solo allana las vías productivas, sino que permite seguir financiando la sanidad en términos de confinamiento, ergo, economía parcialmente cerrada, y dotando el flujo imparable de insumos al sistema de salud.
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Una cosa es como interpreta el primer ministro holandés, Mark Rutte la compasión o Pablo Casado en España (véase la foto) y otra muy distinta asumir su significado real. Sus políticas, tanto la que aplica uno como la que pregona el otro, utilizan el aún vigente programa del expresidente George Busch que pregonaba el conservadurismo compasivo (compassionate conservative) como un programa de tolerancia, inclusión y multiculturalidad. La filósofa Michela Marzano lo desmonta de manera muy clara (La muerte como espectáculo, Tusquets, Barcelona, 2010). Compasional para Marzano es una emoción que va hacia uno mismo e intenta embellecer, por medio de otro, la bonita imagen que uno mismo se fabrica. La compasión, en cambio, tiende a eliminar la distancia entre el que la siente y el que es objeto de ella. Compasional, por ejemplo, es el rictus doloroso de Casado frente al espejo o Donald Trump, ayer, demostrando su preocupación por los infectados al sugerir que se inyecte "desinfectante" a los pacientes para "limpiar los pulmones" (vale la pena mirar el informe de la corresponsal en Washington del diario español La Vanguardia).
Tampoco es menor el matiz compasivo de Trump cuando proclama la defensa de los puestos de trabajo alentando a la gente a manifestarse en las calles para reclamar que no se interrumpa la actividad laboral al considerar exagerada las medidas que recomiendan los científicos. Sin duda, Trump también lee el manual de Mundstock: lo importante es el dinero, la salud va y viene.
MR/FF