CULTURA
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“Algo muy cruel desde una vida doméstica”: la última novela de Verónica Boix discute mandatos, deseo y maternidad

Con la inquietud de entender cómo las personas evitan desarmarse mientras atraviesan cambios, la escritora, periodista y abogada argentina publicó su segunda ficción, titulada “La estrategia de la rana”.

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La última novela de Verónica Boix discute mandatos, deseo y maternidad | Alejandro Guyot / Tusquets Editores

En su última novela, La estrategia de la rana, la escritora Verónica Boix se dispuso a contar “algo muy cruel desde una vida doméstica”, bajo la visión de una frase y una imagen que la obsesionaron. Con la inquietud de entender cómo las personas evitan desarmarse mientras atraviesan cambios, la autora publicó una novela breve, intimista y simple que abre discusiones inagotables sobre mandatos, deseo y maternidad. 

La estrategia de la rana, publicada este año por Tusquets en su colección Andanzas, es la segunda obra de ficción de Boix, escritora, periodista cultural y abogada. Sobre el origen de la novela, relató: “Estaba en casa una noche lavando los platos y se me cruzó una frase: ‘No quiero dejar lo sucio para mañana, para que no contamine lo que todavía no empezó’. Es una frase que empezó a trabajar, me insistía, no me dejaba tranquila, yo salía a caminar, salía de trabajar y la frase seguía en mí”, recordó. 

“En un momento dado, apareció una imagen. Una mujer caminaba por una calle vacía, todas las puertas y las ventanas estaban cerradas. Ella iba por el medio de la calle y estaba cubierta de plumas y, a medida que el viento pasaba a través de ella, se le salían, hasta que la mujer desaparecía, como si estuviera hecha de plumas”, sumó. El simbolismo aparece materializado en la pasión por el arte: la pintura y la música como estructuras que acompañan a la historia y permiten exhibir una fluctuación entre la voluntad de transmutar y el terror a autodestruirse. 

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En la escena que condensa el leitmotiv del libro, la protagonista —Lena— encuentra en la televisión un canal de gastronomía que muestra a una rana siendo cocinada a fuego lento: su cuerpo va cambiando de color, intentando adaptarse a la temperatura, sin animarse a saltar. Esa desesperación experimenta el lector al atravesar el atisbo de vida de esa mujer atrapada en circunstancias inconciliables. 

Lena goza de un protagonismo imperfecto: no sabe qué quiere, ni por qué lo quiere. Monologa y es atrapante, pero no esconde un hermetismo claustrofóbico. La conexión con sus hijas es, refrescantemente, el vínculo más sincero que conserva; aunque todos los reflectores apuntan al personaje de su mamá. La autora admitió que “ese personaje cobró vida y empezó a hacer cosas que se me escapaban de las manos”, logrando un sujeto misterioso (con profundidad, no hilos sueltos), espontáneo, que impuso sus propios límites. 

La novela es un ejercicio libre de literatura, sin pretensiones de resolver, sólo representar. El lector accede a una intimidad detallada en primera persona, plagada de culpas, de preguntas sin respuesta sobre la monogamia y sus limitaciones, de sexualidad desbordada por el deseo, a una repetición generacional de patrones y silencios que asfixian tanto como una olla a presión. 

Verónica Boix, autora de La estrategia de la rana g_20231208
Verónica Boix: "El deseo es contradictorio, se consume en su misma concreción. Tampoco es permanente"

En entrevista con PERFIL, la autora definió la circunstancia de la protagonista como “un presente atolondrado” y detalló: “Es un presente en donde ella quiere reflexionar, pero no puede, es como un presente a los tumbos, y no una flecha. También es una mujer contradictoria, entonces en la primera persona se vienen todos esos antagonismos permanentes entre las cosas que se debaten de lo que siente, lo que piensa y lo que hace”. 

La estrategia de la rana asume el desafío de discutir con los feminismos contemporáneos los niveles de deconstrucción en las mujeres que maternan. Se atreve a exponer miserias atrapadas en la reiteración de quedar subyugadas bajo el manto del deber ser, como madres, hijas, parejas, amantes. Trae sobre la mesa la insoportable soledad de quienes no lograron cimentar redes de contención y flotan en el agua que va subiendo de temperatura, sin preguntarse cómo salir rápidamente, ni por qué deciden quedarse. 

La novela también traza líneas hacia la literatura erótica, con un registro diseñado meticulosamente, sin eufemismos ni abstracciones. La primera persona impone una honestidad brutal, pero el encuentro con esas texturas de la otredad tampoco culminan en éxtasis concreto, sino todo lo contrario. Son combustible para nuevos desamparos, porque el deseo es fugaz y esquivo en Lena. La ingeniería narrativa, cargada de tensión, drama e intriga, alcanza una compleción total al ver la tapa del libro. Una mujer, a lo lejos, dolorosamente aislada. 

Extracto de la entrevista a Verónica Boix, autora de La estrategia de la rana

¿Cómo analizaste la temática del libro? Este concepto del deseo contenido por el miedo, los mandatos y la culpa...
La verdad es que es un tema que a mí me gusta en particular, casi te diría que es una obsesión. Siempre que escribo aparece de una u otra manera y también todo lo que tiene que ver con el deseo más pasional. En este caso es el deseo de pintar y el deseo del cuerpo, el deseo sexual, que son dos deseos que en la novela predominan y me interesaba porque, muchas veces, lo tratamos como si fuera una cosa: “bueno, este es el deseo, yo quiero esto y voy hacia allá”. Como si fuera tan fácil discriminarlo del miedo, o como si fuera una cosa tan plana. 

Para mí el deseo es inasible, es contradictorio. Se pueden desear dos cosas que son muy diferentes y hasta opuestas y quererlas al mismo tiempo. Me fascina además que el deseo tenga este elemento de fugacidad. El psicoanálisis dice que, en cuanto alcanzamos algo que deseamos, el deseo desaparece. El deseo se consume en su misma concreción

Tampoco es permanente. En la vida se nos van jugando distintos deseos y a eso hay que sumar la capa de cuánto de lo que deseo es realmente propio y cuánto en realidad es una cosa aspiracional de mi época, algo por lo hoy estamos tan atravesados. En realidad siempre, pero quizás hoy somos más conscientes de cuántas de las cosas que queremos son una imposición de una época. Todo eso se me jugaba al momento de pensar este personaje. 

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Releyendo la novela me encontré con una pasividad muy curiosa para una protagonista. Da ganas de que se muestre vulnerable con una amiga o su mamá y la sacudan del mambo interno. Me pregunté si era una reivindicación a los feminismos, que nos despiertan preguntas sobre cómo realmente vivimos en nuestros vínculos. ¿Cómo fue para vos abordar un personaje que está tan confundido y se niega a abordarlo? 
Me gusta lo que decís porque fue algo que hice adrede. Para mí también, mis amigas son esenciales, no concibo la vida sin ellas, no puedo. Y digo: ¿Qué pasa con las personas que realmente están solas? A mí me han salvado tantas veces mis amigas, salvado literalmente y desde lo emocional. ¿Qué pasa con las mujeres que no consiguen hacer esto? 

Me parecía que quedaban en un estado de vulnerabilidad y tan encerradas en todos estos dilemas, que me gustaba jugar. Esto que yo no soy en la vida, me gustaba que el personaje sí se moviera en ese lugar, era un desafío. Además nombraste los feminismos y también ahí yo siento que todavía tenemos mucho por avanzar, porque desde el discurso tenemos clarísima nuestra autonomía, tenemos clarísimo que tenemos que ir hacia nuestro deseo. Tenemos un montón de cosas mucho más claras, pareciera ser, que antes. 

Sin embargo, cuando vamos a los hechos, yo sigo viendo que hay actitudes que se reiteran, que repetimos de lo que hicieron nuestras abuelas, nuestras mamás. Hay algo en la configuración del deseo, de la sumisión a lo que quieren los otros, en donde en la acción no terminamos de corrernos de ese lugar de adaptación, de estar en función de otros. 

Entonces pensé que la mejor manera de tratar de verlo era en escena, poniendo a alguien en una situación así, a ver qué es lo que pasa. Ahí está Lena, debatiéndose entre lo que quiere, entre lo que quieren los demás, y en medio de eso se paraliza por momentos, porque justamente es un personaje que no es consciente, pero de repente sí sabe qué es lo que pasa. Va y viene todo el tiempo, está ahí, en la olla a presión. 

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¿Cómo es tu proceso creativo? ¿Cuánto trabajaste la escena de la rana, una vez que ya la habías visto? 
Yo ya estaba escribiendo y dije ‘ahí está toda la novela’. Te juro que lo miré y dije ‘esa rana contiene todo lo que yo quiero decir’. Por eso después hice entrar esa escena, me parecía justamente que, de alguna manera, era casi una apuesta al abismo, era contar algo muy cruel desde una vida doméstica, en donde la crueldad quizás es un poco más invisible. 

Pero se fusionó inmediatamente. Tengo un vicio del oficio: vivo, planto cosas en mi jardín, hablo con mis amigas, y hay objetos, determinados gestos, en donde yo digo, “ah, mirá, acá está concentrado todo lo que está diciendo tal”. Busco los detalles significativos, me pasa todo el tiempo. Por eso no me cuesta después escribirlo, porque lo vivo de esa manera. Incluso, al contrario de lo que le pasa a un montón de escritores, el proceso que me parece más automático es el manuscrito del principio.

En el borrador dejo que salga lo que venga sin censura, sin coartarme, aunque piense que es una pavada. Una vez que tengo el material, una vez que conozco la historia completa, sí entro a trabajar en esa parte que más me gusta. Empiezo a ver resonancia, a evaluar que realmente el lenguaje tenga sentido, pienso en lo grande en las imágenes, pero también busco esas cositas chiquititas que hacen fricción. Me encanta y la verdad es que en esta segunda parte demoro un montón. 

No puedo evitar consultarte por el personaje de la mamá, ¿cómo encontraste su voz? 
Mi mamá falleció cuando yo era muy chica, tenía 15, y ella estuvo enferma 10 años. Mi vínculo verdadero fue algo que me hubiera gustado disfrutar más, que me hubiera gustado tener más que una mirada allá lejos y hace tiempo. En ese vínculo me interesaba vivir en la escritura lo que no pude vivir en la vida. Así que me puse a leer bastantes libros sobre madres e hijas. Apegos Feroces de Vivian Gornick es un librazo. Me parece extraordinario por el modo en el que expone a su madre en ese diálogo, dejándola actuar. 

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Salieron muchas novelas sobre maternidad en el último tiempo. Me interesaba porque hay algo que va pasando de unas a otras, modelos que nos fundan en quiénes somos. Hay algo muy original —en el sentido de origen— en la madre que, queramos o no, actuamos un poco en contraposición a ella, actuamos en espejo o actuamos en ausencia. 

A ese personaje me encantó trabajarlo además porque cobró vida de una manera... En un momento yo estaba escribiendo el viaje a Madryn y de golpe la madre llega, abre la puerta, sale corriendo y se va. Y yo dije, “¿adónde se fue? ¿Qué pasó?”. Empezó a hacer cosas que se me escapaban de las manos, sobre las que yo no tenía control y eso fue una experiencia re linda. Suelo dejar un poquito a los personajes para que jueguen, pero enseguida agarro el control. Es la primera vez que me pasa algo así

¿Cuáles fueron tus referencias en la literatura erótica? 

Me gusta mucho el género porque todos tenemos registros distintos para hablar de la sexualidad y del mundo erótico. Hay personas que son más explícitas, personas a las que les gusta la cosa más sugerente. Es difícil construir un lenguaje alrededor de eso. Leí a Anaïs Nin y sus diarios, que me encantan, y a la misma Inés Garland, que trabaja esto desde un lugar mucho más sutil. Julián López, con La ilusión de los mamíferos, que es extraordinario en cómo trabaja la sexualidad. 

Hice todo un recorrido de este tipo de literatura que me gusta en particular porque me parece que hay algo del cuerpo que nos habla. Hay algo del cuerpo que no solamente nos marca qué es lo que nos pasa respecto a un otro, sino que es también la última frontera que tenemos con el mundo. La piel nos divide de lo que nosotros entendemos como quiénes somos y lo otro. Es a través de la piel, del tacto, que accedemos a las emociones más íntimas, a partir del exterior. 

CP