Llegamos hasta las avenidas Almirante Brown y Pedro de Mendoza, en el barrio de La Boca, en la ciudad de Buenos Aires. Avanzamos unos pasos, frente al Riachuelo y el Puente Avellaneda, descubrimos un relieve escultórico en cemento, de escasa conservación, de 10 metros por 2 metros, de 1980, en lo que fue la Ex Proveeduría del Sur, y la Cantina “La Barca de Bachicha”. Vemos una serie de personajes abocados al trabajo entre cestos, barriles, frutas, velas replegadas, botes, redes de pesca, en la proximidad del río o el mar, en un movimiento que, de izquierda a derecha, va desde un amarre de cuerdas hasta, a la derecha, la venta del producto del trabajo pesquero a los vecinos, que incluye a una madre con su hijo. Treinta y tres personajes, entre los que se encuentra también una mujer y un perro en un bote con la firma Vicente Walter.
Algunos artistas son muy valorados, otros son olvidados; para algunos otros, la justa valoración de su talento llega tras la lenta justicia del tiempo. Esto le cabe a Vicente Walter, un artista del barrio de La Boca, autor de numerosos alto relieves en cemento, en la vía pública o interiores. Un genio de barrio, que en los últimos años ha despertado el interés de los vecinos por rescatar y proteger su legado, pero, aun así, su biografía no supera unas escuetas líneas.
Un buen día, Walter llegó desde Mataderos, otro ambiente barrial proverbial de la ciudad de Buenos Aires. Sus huellas se fundieron con La Boca mítica ya existente que Quinquela Martín imaginó en sus cuadros, y por el desborde de vivaces tonos que pintan las casas de chapa de los inmigrantes genoveses. Una invención por el arte al punto que Quinquela llegó a expresar “La Boca es un invento mío”.
Walter se enamoró de esas calles boquenses, las que amalgaman la presencia pictórica de Quinquela, la modestia, carencias, chapas y art nouveau, bares, murales, talleres de arte, la silueta del Puente Avellaneda y el Riachuelo, las cantinas, y la calle Caminito, de atractivo internacional, de artistas callejeros, estatuas, bustos, tango y un alma de muchos colores.
Un artista albañil
El artista albañil, pintor, escultor Vicente Walter, creaba con una cuchara y un balde. Las texturas de sus altos relieves las conseguía con un tenedor. Trabajaba en el cemento directo, con trazos que permanecen firmes, sin desmoronarse en el tiempo. Tal vez tuvo algún maestro, que nunca trascendió, que le relevó algún secreto. Y según él “un día dibujé una cara sobre revoque fresco y me di cuenta de que podía crear”. En el mundo paralelo de la representación artística, su don genial modela figuras de expresión realista, que reaviva escenas y personajes barriales, en el volumen de un cemento vivo.
Walter falleció en 2004, en un cuarto de lo que antes fue “La barca de Bachicha”. Trabajaba por comida para él y sus gatos. Quizá, además de la subsistencia, lo que lo motivó fue saber que su obra quedaría como legado de relieves de personajes y escenas agregados al paisaje urbano boquense.
Walter conoció La Boca de las legendarias cantinas de la calle Necochea. Fue habitué de la cantina Los amigos, en Olavarría y Necochea; vivió en un conventillo, en Magallanes y Pedro Mendoza. Solitario, de pocas palabras, educado, autodidacta. No le atraía la fama o el dinero. No se veía como un artista sino quizá solo, a la manera medieval, como un artesano, un artífice de imágenes embriagadas de barrio. Nunca lamentó, seguramente, no recibir ningún homenaje, ningún reconocimiento, o la ausencia de libros atesorando sus obras en ediciones de lujo.
El barrio en relieve
Pero el artista siempre sobrevive en lo que crea; su piel se extiende en sus relieves en cemento, como aquel en que Quinquela Martín blande una cuchara de albañil que usaba como espátula al momento de pintar rápidamente, en el bar La perla, en Don Pedro de Mendoza 1899: el Quinquela pintor, huérfano, filántropo, autodidacta, que aprendió a ser artista entre las visitas al puerto y la carbonería de su padre adoptivo. Walter copió una de sus obras, “A pleno sol”, en Aristóbulo del Valle 103; y al Quinquela evocador de la vida portuaria boquense, creador de la Orden del Tornillo, Walter le dedicó otro retrato, vestido de traje y moño en su cuello, y barcazas y el Puente Avellaneda de fondo, en Brandsen 277. Y también en Pedro de Mendoza 1859, les dio vida a otros trabajadores del mar en el frente de un ex Negocio naval. En Magallanes al 800, se suceden unos relieves ovalados de su autoría, con un joven con la camiseta de Boca Juniors que vende diarios; un bandoneonista que, sentado en una silla de mimbre, extrae sonidos a su flexible instrumento; y una pareja que baila tango con destreza felina. Y al doblar, en Enrique del Valle Iberlucea, un trabajador naval de cuerpo entero tuerce sogas, entre poleas y engranajes
A un lado, en el Salón comedor del Club Zárate, se muestra un cemento policromado de Walter con La Boca de calles empedradas, conventillos y vecinos. Y, a continuación, el legendario local del Samovar de Rasputín, lugar de vinos, pizzas, música, en el que alguna vez estuvieron Luciano Pavarotti y Pappo. Allí, relucen en su fachada otros relieves de Walter: la estampa de una iglesia ortodoxa rusa de la Santísima Trinidad de tres cúpulas; un personaje barbado con un grueso abrigo de pieles y sombrero cilíndrico, cerca de una mesa con un jarrón de dos asas; y también, enfrente, un alto relieve de Walter con la imagen del propio Caminito.
En Hernandarias 845, otra obra: un mural con una escena portuaria en la que coexisten listones de madera, un padre con su niño, camiones cisternas, barcos, el Puente transbordador Nicolás Avellaneda, trabajadores y un artista sentado sobre un cajón que reproduce lo que muestra el relieve en un lienzo apoyado sobre un caballete. En Aristóbulo del Valle 315, en la Asociación Profesional de Capitanes y Baqueanos Fluviales, Walter recrea embarcaciones que se mueven hacia el puerto.
Y en Pinzón 567, otro alto relieve de Walter, “Caminito”: la esquina de Caminito y Magallanes, entre muchos caminantes, dos faroles en la entrada de la calle, una estatua, un bandoneonista, y muchos vecinos que transitan el barrio. O en Pedro de Mendoza 2103, en el Salón Comedor del Bar Puerto Viejo, la huella de Walter reaparece como un ambiente portuario entre barcos, carros y el Puente Transbordador presidiendo la escena.
En la esquina de Gral. Gregorio de La Madrid e Irala, en el ex Bar Filicudi, frente a la Plaza Matheu, los relieves de Walter continúan con una figura ovalada con un bombero junto a dos mujeres con paraguas, y vestidas a la usanza de fines del siglo XIX; y a la vuelta otro ovalo con los bailarines de otra briosa pareja de tango. Y en la Casa de Sepelio Cicero, en la avenida Almirante Brown 1176, un llamativo mural escultórico con una escena de carga y descarga de bolsas de carbón, junto a carruajes tirados por caballos y pilas de listones de madera. Y dentro, en una sala de la funeraria, en la que fue el sepelio de Quinquela Martin en 1977, Walter también perdura en una escena de carros fúnebres que avanzan por las calles de La Boca.
La justicia del recuerdo
La serena emoción que sus relieves aún irradian despertó la pasión de un grupo de vecinos, agrupados en el Colectivo Vicente Walter para proteger y difundir su legado. La iniciativa vecinal consiguió elevar a proyecto de ley el pedido de protección de la obra de Vicente Walter bajo las pautas de la ley 1227 de preservación del Patrimonio Cultural. Y en 2017, con la idea de la artista pintora Alejandra Fenochio y la dirección de Roly Rauwolf, se estrenó el muy valioso documental Cemento Vivo (que puede verse en Youtube), testimonio visual de su obra junto con entrevistas a otros artistas y vecinos que lo vieron ensayando su magia del alto relieve y la mística del trabajo silencioso.
Un ícono de La Boca es el Puente Nicolás Avellaneda, que cruza el Río Matanza-Riachuelo, y une los barrios de La Boca con la Isla Maciel en el Municipio de Avellaneda. Inaugurado en 1940, es una de las primeras obras del mundo en acero y cemento, y se alza junto al antiguo Puente transbordador, al que Walter le dedicó varios de sus relieves como en Palacios 751, Aristóbulo del Valle 132, o Iberlucea 1250.
En Necochea al 1100, Walter evoca a una figura fundacional del tango. Su relieve de Juan de Dios Filiberto, quien nació en La Boca en 1885 en medio del gran flujo inmigratorio. Hijo de genoveses, Filiberto abandonó la escuela a los nueve años, y luego desempeñó oficios como albañil, estibador, herrero, mecánico ajustador. Trabajó en el Teatro Colón. Allí conoció la música de Beethoven que, desde entonces, fue su “Dios musical”. En 1926, escribió la música del tango Caminito, que le da nombre a la calle emblemática de La Boca. Y una foto de Walter lo muestra complacido junto al retrato del músico.
Las cantinas de La Boca fueron el arquetipo de su exuberante vida nocturna. En la cantina Il piccolo vapore en Necochea y Suárez, sobreviven varios relieves policromados y pinturas de Walter, cuya obra también se extendió al interior de viviendas, como en Rocha 982. Allí, en un hall de entrada, unos relieves de cemento, nuevamente policromados, se complacen en escenas portuarias, con trabajadores de torso desnudo que aferran unas sogas, y con el Puente transbordador Avellaneda como fondo, mientras otros trabajadores portuarios sudan en otra vivienda de la calle Magallanes al 800. Aquí, el artista albañil, y también pintor, se demoró en un poético retrato de un payaso.
La identidad de un lugar
En la intersección de la avenida Almirante Brown y Paseo Colón, cerca de unos muñecos de yeso que anuncian la llegada a la República de La Boca, se encuentra la Plazoleta de la Fantasía y el Trabajo boquense. En una pared se acomodan unos relieves de Quinquela Martín y Juan de Dios Filiberto. Detrás, en un cartel, una lista de artistas y vecinos ilustres boquenses. Allí es recordado Francisco Cafferata (el autor de la magnífica escultura La esclavitud, en los bosques de Palermo), o Fortunato Lacamera, entre muchos otros. No encontramos a Vicente Walter. Otra posible señal de su condición de artista marginal, dueño de sus hechicerías entre los atardeceres y lunas del barrio que amó.
Ese modesto albañil, escultor y pintor, que nunca pretendió ser recordado en una línea de bronce. Prefirió intimar con las calles, evocar personajes populares y escenas de esperanza y trabajo de su barrio, en torno a un puerto, entre las aguas y los barcos.
Lo mismo que otros artistas de la Boca, Walter se mimetizó con su entorno vital. Como Tolousse-Lautrec respecto a la vida nocturna parisina; Hopper respecto a la soledad urbana de la posguerra; o Pamuk que se funde con su amada Estambul. En ese punto, las ciudades se refundan por la expresión artística. La realidad urbana no es ya solo lo que directamente se ve, vive o recorre, sino la otra ciudad que, en una existencia paralela y extendida, se enriquece a través de pinturas, esculturas, novelas. Enriquecimiento por la belleza. El simbolismo. O la expresión costumbrista que profundiza la identidad de un lugar.
Con sus relieves, Walter traduce en humilde poesía visual la identidad y significado de su ambiente propio, el testimonio de sus oficios y personas, los momentos de la vida cotidiana barrial.
Y entre la lluvia, el sol, las nubes y las lunas radiantes, el artista Walter aún quizá camina entre las calles, el adoquín y el cielo para, con cemento, óleo y portland, cuchara y balde, darle relieve a su lugar en el mundo.
(*) Esteban Ierardo es filósofo, docente, escritor, su último libro La sociedad de la excitación. Del hiperconsumo al arte y la serenidad, Ediciones Continente; creador de canal cultural “Esteban Ierardo Linceo YouTube”.