A grandes rasgos, la literatura infantil es un género, o más bien una práctica, que se suele definir en función del receptor: son aquellas obras que se dirigen a los chicos, se dice, o a las representaciones que cada época elabora sobre ellos. Sin embargo, los buenos libros, sean de la naturaleza que fueran, no suelen tener esas fronteras etarias y pueden prescindir de las etiquetas. En particular la literatura infantil, como recuerda María Teresa Andruetto, única hispanoamericana ganadora del premio Hans Christian Andersen, es –o debería ser–, ante todo, literatura, y en consecuencia, sortear todo tipo de “sobreactuaciones, estereotipos y retóricas que pueblan tantos libros para niños; escrituras serviles disfrazadas con ropajes nuevos”.
Curiosamente ni ella ni muchos escritores cuyos textos son hoy catalogados como “literatura infantil” –Perrault o La Fontaine, por ejemplo–, han tenido como “lector modelo” al niño. En muchos casos, lo que ocurre es que los autores, como dijo alguna vez Michel Tournier, han escrito tan limpidamente que pueden ser comprendidos por todos, incluso por niños –pese a lo cual, por distintos motivos, siempre han proliferado las adaptaciones, o más bien las mutilaciones brutales, cuyo resultado suele ser un texto aséptico, insípido y, por supuesto, con esa dosis de moral prescripta por la gente biempensante, de la que este tipo de literatura todavía no se puede deshacer–, y quizás algo así, o más o menos así, ocurre también con el holandés Wouter van Reek, tal vez uno de los escritores y dibujantes “para chicos” más interesantes de los últimos años, creador de Pinzón: un pájaro antropomórfico que, junto a su perro Tungsteno, acometen todo tipo de aventuras: cavan un túnel para descubrir objetos de otras épocas, diseñan una compleja maquinaria para extraer guindas de un árbol, o construye, Pinzón, una torre de Babel doméstica con la que pretende alcanzar las nubes.
Acaso uno de los puntos más interesantes de este autor es que, a diferencia de lo que sucede en libros similares, en los suyos no se reproduce el sentido común: más bien se lo pone en cuestión, y las imágenes, como debería ocurrir –pero a veces no ocurre– en todo libro-álbum, no están como figuras decorativas: no hay, de hecho, nada que sea meramente ornamental: todo tiene una función semiótica de cierta importancia; cada elemento está diseñado para decir algo relevante, quizás en parte porque Wouter se ha formado en una escuela de arte y proviene del diseño audiovisual (Pinzón, de hecho, nace a través de una animación).
Recientemente, la editorial argentina Adriana Hidalgo ha editado varios de sus libros a través de la colección Pípala, y desde PERFIL tuvimos la oportunidad de dialogar con él sobre su trabajo y sobre el panorama actual de la literatura infantil: un género, o práctica, del que cada autor suele tener una visión muy personal, y cuya existencia algunos ponen en duda.
—¿Qué es para Wouter la literatura infantil?
—Para mí la literatura infantil no tiene tanto que ver con la edad como con otras cuestiones que me atraen. Tiene que ser fácilmente accesible, pero también se pueden introducir significados latentes, siempre y cuando no interfieran con la historia. Además no hay muchas expectativas artísticas o intelectuales, y eso da una oportunidad para sorprender al lector con nuevas ideas.
—¿Por qué escribe literatura infantil?
—Mi objetivo es hacer libros interesantes tanto para chicos como para adultos. Los chicos me gustan como público porque ellos tienen la mente muy abierta y no le temen a las nuevas ideas, y esto es así porque para ellos el mundo es todavía en gran parte desconocido. Más tarde, con los años, es muy fácil pensar que uno lo conoce todo, y desinteresarse por todo lo nuevo. También me gusta el público infantil porque los chicos tienden a re-leer los libros muchas veces; ellos son susceptibles a las pequeñas, sutiles adiciones, que sólo son detectadas cuando se lee el libro por vigésimo tercera vez. Y además los chicos son con frecuencia muy perceptivos visualmente, en parte debido a que no están acostumbrados, o no pueden, leer el texto rápidamente. En pocas palabras, los chicos son perceptivos y son lectores con una mente muy abierta que no tienen muchos pre-conceptos, y esto los hace un muy buen público: un poco como una inteligencia extraterrestre.
—Sin embargo, en muchos libros se los suele subestimar: hay demasiados estereotipos, superficialidad, y si el autor no se adapta a determinados patrones, tal vez tenga que enfrentar algún tipo de censura o reprobación, porque muchos de estos editores usualmente no aprecian la originalidad. Michel Tournier dijo que a veces los editores de literatura infantil obedecen a leyes que excluyen la creación literaria. ¿Está de acuerdo con él?
—Sí, estoy de acuerdo. Hoy en día los editores están muy presionados por hacer nada más que dinero. Y eso va en contra de la originalidad. Pero no siempre es así. Personalmente, yo no he tenido esa experiencia: mi editor siempre me dio libertad para hacer lo que yo quiera. De todos modos, creo que hay un malentendido muy común en relación a los chicos: sólo porque son más jóvenes y han adquirido menos conocimientos, los adultos tienden a pensar que no son inteligentes, o no pueden apreciar cosas de una calidad más alta. Por supuesto ellos no son expertos que van a evaluar la calidad artística, pero ésa no es una razón para darles nada más que libros mediocres.
—¿Hay cosas que intenta evitar cuando dibuja o escribe?
—Sí, muchas cosas. Por ejemplo, trato de evitar que el protagonista sea un “héroe”. Creo que el personaje debería ser un poco estúpido, o egoísta, como cualquier persona real. También trato no hacer una mera ilustración del texto, sino un dibujo que cuente por sí mismo una parte de la historia.
En sus libros, en efecto, la acción en ocasiones avanza más a través de la imagen que a través del texto, e incluso hay dibujos, sin texto, parecidos a ideogramas chinos, a partir de los cuales se desarrollan pequeñas historias dentro de la historia, y que permiten esa lectura no lineal que se sabe que los chicos harían de todos modos, aunque no hubiera demasiados elementos para ello. O sea: en cada ocasión es posible advertir algo distinto, y esto también ocurre porque, como en la “literatura para adultos” –cuando es buena, al menos–, abundan los espacios en blanco, lo no dicho. De algún modo, el sentido lo debe “construir” el pequeño lector: es él quien completa el texto. Wouter, en otras palabras, no les mastica la comida a los chicos, no les piensa todo: los acostumbra a pensar más que a ser pensados, y por eso, entre otras cosas, sus personajes son –tienen que ser– imperfectos: deben equivocarse.
—¿Cómo nació Pinzón?
—A partir de intentar todo tipo de cosas. Creo que es imposible inventar algo sin que alguna cosa te haga “click” de una forma inconsciente. Con Pinzón ocurrió así. Luego hubo mucho trabajo para hacerlo realmente vivo.
—¿Y en qué consistió ese trabajo?
—Al hacer una producción audiovisual o un libro hay un proceso que tiene tres etapas. En la primera, se hacen los bocetos o fragmentos que algunas veces resultan muy lindos, porque tienen la frescura y calidad de las cosas nuevas. Luego, en la segunda etapa, para hacer de los bocetos un proyecto real, uno tiene que intentar combinar ideas, hacer un esquema, lograr que una cosa encaje con la otra. En esta instancia ya no hay frescura y las mejores ideas nunca parecen encajar en la historia. Hay que hacer muchos trabajos sin ningún progreso. Y a veces uno tiene que tirar cosas muy buenas. Por supuesto, esto lleva mucho tiempo, y a veces todo termina aquí. Pero en la tercera etapa, y luego de muchos meses de lucha, las cosas empiezan a mejorar. Los dibujos se vuelven naturales y recobran su frescura. De repente las nuevas ideas brotan y, de algún modo, encajan de diferentes maneras, y se combinan simultáneamente de una forma ingeniosa que uno nunca podría haber hecho por sí mismo. Es lo contrario de la segunda etapa: ahora es como si todo funcionara libremente. Esto, por supuesto, es una simplificación, pero las cosas parecen funcionar así. Mi sospecha es que la segunda fase te cambia el cerebro: habilita nuevos módulos favorables a tu proyecto, por lo que en la tercera etapa uno puede alcanzar un muy alto nivel en el proceso subconsciente.
—¿Y de dónde vienen esas ideas que surgen en las primeras etapas?
—En última instancia, mis ideas vienen de la ciencia. La ciencia es una invención muy extraña: engañando a la naturaleza para que dé respuestas a nuestras preguntas, logramos descubrir cómo funciona el mundo. Y las respuestas son con frecuencia muy extrañas y totalmente diferentes a lo que dicta la intuición, como sucede con la relatividad, la mecánica cuántica, o las supernovas. Aprender sobre todo esto me ayuda a retroceder y ver una pequeña parte de la rareza del universo. Desde ese lugar es posible observar los acontecimientos cotidianos desde una nueva óptica.
—Pero pensar desde la ciencia, ¿no pone límites a la imaginación?
—Creo que no, porque en la ciencia no hay pre-conceptos que nos limiten; por el contrario, se trabaja para deshacerse de ellos. Así que yo siento como si mi libertad se incrementara y el mundo se hiciera más grande. A través de la ciencia se puede entrever, literalmente, un poco de la inimaginable vastedad del espacio, o partes invisibles del mundo, como los átomos o los rayos gamma, y estas son cosas que le dan al mundo una riqueza inesperada que alimenta mucho la imaginación.
—Yo me refería a lo que ocurre, por ejemplo, con los escritores de ciencia ficción hard, que tienen que adaptarse a las leyes científicas, o potenciales leyes científicas... Algunos, de hecho, se han referido al género como “imaginación razonada”.
—Sí, está bien, eso es cierto, algunas veces yo tengo ese problema también, pero por supuesto en los libros sólo uso la ciencia como inspiración; de hecho hay muchos disparates no científicos...
—Y por otro lado también se pueden advertir mensajes cifrados, que parecen dirigirse a los chicos, pero también a los adultos. ¿En qué lector piensa cuando escribe?
—En ambos, o una mezcla de ambos. En un lector desconocido pero inteligente, que no tiene muchos conocimientos previos, pero que puede ver las cosas de una manera muy intensa. Digamos que tengo en mente algo parecido a una inteligencia alienígena.
—¿Qué cosas le parecen positivas y negativas de la literatura infantil actual?
—Yo no sé mucho sobre literatura infantil, en realidad. Como te dije, mi puerto de entrada es la ciencia. Pero creo que lo negativo es algo que ocurre con todo lo demás también: en nuestros días todo se suele reducir a hacer dinero. Y lo positivo es que hoy hay muchas más posibilidades que las que había antes.