Comenzando la década del 80 edité por primera vez un libro de Eduardo. Se trataba de Días y noches de amor y de guerra. Federico Vogelius, editor de la revista Crisis, nos visitó a mi socio Norberto Pérez y a mí para ofrecernos, por pedido del autor, lanzarlo en Argentina. Norberto, como gerente de Siglo XXI, había participado en la edición de Las venas abiertas de América Latina y tenía una relación afectuosa con Eduardo. Yo lo conocía por haberlo leído.
Diseñó la tapa Roberto Páez y el libro salió a la calle. Yo estaba muy conforme con el diseño. Unos meses después, Eduardo vino a Buenos Aires y compartimos una cena. Nos contó que volvía a Uruguay y quería editar sus libros en la Argentina porque tenía un especial cariño por el país, aceptamos y por algo más de 25 años fuimos sus editores.
La tarea era divertida porque, aunque estaba encima de los mínimos detalles, la caja, el tipo de letra, el diseño de tapa, el papel, supervisaba personalmente la última versión porque no quería erratas, lo hacía con humor y un trato muy afable.
Me pidió cambiar la tapa de Días y noches. Como a mí me gustaba, intenté que cambiara de idea, pero me fue convenciendo argumentando que la tapa tenía un tono melancólico que él consideraba que no era el del libro.
Más adelante, le propuse cambiar las tapas de todos sus libros por un diseño más moderno; aceptó la propuesta, pero trabajó codo a codo con los diseñadores para consensuar la versión final.
Al principio fue difícil instalar los libros en las librerías por el temor que aún tenía mucha gente en ese entonces, fruto de haber vivido bajo el yugo del gobierno militar. La primera vez que salió a la venta Las venas abiertas de América Latina sólo pudimos ubicar 500 ejemplares, porque en muchos casos preferían no tener el libro, o si lo tenían no lo exhibían.
Cuando le contábamos esto, se lo tomaba con humor y nos decía que ahora él circulaba libremente y que los libros lo seguirían. Evidentemente, tenía razón. Unos años después estaban en las mesas de todas las librerías y sus lectores crecían año a año.
Opinar sobre el valor de sus libros resulta redundante, miles de lectores fieles, críticas elogiosas y de las otras lo dimensionan de manera superlativa.
Prefiero recordarlo como esa persona apasionada por sus ideas, que tenía una charla amena y profunda y con quien se podía discutir una hora sobre la diferencia entre el Chino Recoba y Francescoli, o algún otro tema de fútbol, que era una de sus grandes pasiones.
*Editor.