En los doce días que estuvo adentro, Mauricio Macri no perdió la noción del tiempo. Por el agujero a través del que le bajaban la comida, también le alcanzaban un papel y grabador. El texto siempre contenía otro mensaje para su papá. A la 1 de la mañana del miércoles 4 de septiembre, Franco dormía pegado al teléfono. Pero era Gianfranco quien hacía la guardia de esa madrugada.
—Tenés que retirar el Peugeot alquilado, está al costado de la cancha de San Telmo.
Gianfranco despertó a Franco. Y el pánico los devoró cuando alguien del clan sugirió que había que ir a buscar el auto y que adentro del auto estaba el cadáver de Mauricio. Franco no debe ir. No hay que dejarlo. Eso es demasiado. Para entonces, la sensación de la familia era que habían agotado todas las posibilidades. Todas las alternativas. No les quedaba ni una bala. Estaban desarmados. Habían entregado el dinero, todo lo que pedían, y Mauricio seguía siendo de ellos.
Fue Mike quien acompañó a Gianfranco. Mariano Macri era chico y no le habían dado participación alguna. La escena era un tanto bizarra: Gianfranco manejaba un Alfa Romeo con el ex agente del gobierno de los Estados Unidos. No iban a lucir el vehículo por Recoleta y Zona Norte, sino por Dock Sud y San Telmo. Gianfranco encontró el Peugeot con las puertas abiertas y el baúl vacío. Mauricio definitivamente no estaba muerto, al menos no habían tirado ahí su cuerpo. Mike revisó con una linterna el vehículo, tomó unos papeles que habían quedado de las postas que recorrieron Pascual y Caputo y lo condujo de regreso a Eduardo Costa. La marcha se reanudó con el Alfa Romeo adelante y el Peugeot con Mike siguiéndolo. Pero sería Ponzo, el jefe de Seguridad de Sevel, quien lo devolviera a Rentacar durante la mañana del 5. (...)
Por la noche Franco creyó morir. Había pagado el rescate pero le pedían más. Lo contó él: “Recibimos un llamado con la rutina acostumbrada. Mauricio leyó algunos titulares del diario de ese día. Pero su voz había cambiado. Pude percibir que había perdido toda esperanza, que pensaba que lo iban a matar. No lo pude tolerar. Cuando cortaron, bajé y se lo conté a Eva. Fue la primera vez que me quebré. En aquel llamado los secuestradores me hicieron saber que no estaban del todo satisfechos, y que fuera a buscar un nuevo mensaje con instrucciones. Lo encontramos, y esta vez era de tono político”. (...)
* * *
Fue Avalos quien, a su manera, contó los detalles de la liberación de Macri ante el juez Bonifati:
“—Avalos, si usted y Zanone estaban en condiciones de dejar en libertad a Macri. ¿Por qué no lo hicieron?
—Y… porque no… y porque no… y que después me maten… tenía familia yo, pensé un poco… yo… como él me decía… este muchacho… ya terminaba, y prefería no largarlo yo. Ahora yo le dije en una oportunidad que si el lunes después de las votaciones… discutimos mucho, yo le dije: ‘Si el lunes no se va yo lo largo’, lo largo igual… y me dijo: ‘No va a pasar nada, quedate tranquilo, lo vamos a largar’, y después me dijo que lo largábamos ese día, el 6 o unos días antes. Al final lo largamos el 5. Camilo vino con un Falcon, de culata… cerramos la cortina y al rato se fue. Tenía que esperarlo a las 10 y media que él iba a avisarme que me iba a esperar a la vuelta un coche. Y me iba a avisar para salir con Macri.
—Usted dijo que había venido con un equipo de gimnasia.
—Sí, un equipo de gimnasia para ponerle a Macri.
—¿Se lo dieron al equipo de gimnasia?
—Sí, sí, yo se lo di a Macri. Bajé yo y se lo puse también yo. Le di algo para que se corte la cadena, por el caño. Le dije que se preparara, que se lavara bien. Contento se puso, y agarré y le tiré el equipo, le puse unas zapatillas, le puse una camiseta por abajo.
Se puso, se preparó y le dije: ‘Esperame que ya va a venir enseguida’. Yo creí que eran las 9 y se hizo como las 10 y media, las 11, para largarlo. Camilo me avisó que dentro de diez minutos pasaba y salíamos con el coche. Y saqué a Macri, estaba preparado.
—¿Cómo lo saca a Macri?
—Por el hueco.
—¿Lo vio a Macri?
—No, no, yo en ninguna oportunidad.
—¿Entonces cómo fue que lo sacó? ¿No estaba con los ojos sin venda ya?
—No, estaba vendado.
—Ah, ah, lo vendaron de nuevo.
—Claro, ahí lo vendamos de vuelta.
—¿Quién lo venda?
—Zanone y yo lo vendamos.
—¿Le avisan que van a bajar para que no mire?
—Claro, yo bajo y le digo: ‘Mario, te vas para tu casa. Quedate tranquilo que ya bajo’. ‘Bueno, Mario, está bien, está bien’, me respondió. ‘Quedate tranquilo’, le dije. Entonces agarro y boca para abajo abro la puerta y le digo: ‘Mirá para otro lado que te voy a poner la toalla y te voy a vendar’. Ya estaba vestido completo, se había vestido solo.
—¿Cómo estaba Macri cuando usted entra?
—Estaba parado, pero después le dije que se ponga de costadito al lado de la cama, que yo lo voy a vendar. Que se ponga las manos… Estaba todo suelto.
—¿Las manos dónde?
—Que ponga las manos arriba de la pierna, o así, que se quede tranquilo. Y después se paró porque no lo podía vendar, entonces yo le dije: ‘Quedate tranquilo que te vas, Mario, no hagas nada que te vas, porque estás suelto’, le dije. ‘Vendame, haceme lo que quieras, yo quiero irme’, me dijo. Y Camilo me dijo ‘Vos vendalo que yo vengo y lo saco en el coche’. Entonces yo le dije a Macri: ‘Mario, te van a llevar, no voy a ir yo’, y ahí empezó a llorar. Y él me dijo: ‘Quiero ir con vos, Mario, no quiero ir con otro, llevame vos, te pido por favor’. Otra discusión con Camilo… le dije: ‘Camilo, no quiere ir con nadie más que conmigo’, entonces se fue
a hablar Camilo, volvió a la hora y me dijo que estaba bien. Que subiera yo, que manejaba Zanone, y yo después lo puse en el baúl, lo había subido por el hueco.
—Perdóneme, ¿le venda los ojos?
—Sí, sí, le vendo los ojos, lo preparo, subimos arriba y yo lo hago caminar hasta el coche y le puse una frazada en el coche.
—¿Por dónde lo sacan?
—Por el hueco, siempre por el hueco.
—¿El mismo agujero?
—Sí, siempre, para que no se avive que había camino o algo. Siempre por el hueco, lo sacamos. Lo hago caminar, le puse una frazada en el coche y le dije: ‘Acostate acá que te llevamos’, lo alcé con las manos y lo puse en el baúl.
—¿Por qué lo coloca en el baúl?
—Y… porque tenía que ir en el baúl.
—¿Quién dijo eso?
—Camilo. Todo venía de órdenes de Camilo. Cerré el baúl y me gritó: ‘¿Mario, me llevás vos?’, y yo le dije que sí, que se quedara tranquilo que lo llevaba yo. Le puse una radio prendida al lado del oído para que no escuchara nada. Y viene Camilo y me dice que hacíamos cinco cuadras así, que él iba a estar con un coche.
—Hacían cinco cuadras ¿cómo?
—Por Garay. Agarrábamos Pichincha, cinco cuadras, me iba a esperar…
—¿Por Pichincha?
—No, por Chiclana me iba a esperar Camilo Ahmed y después iba a estar otro coche. Y cuando llegué veo que estaba Camilo con su hermano en el coche.
—¿En qué coche?
—Creo que fue un Dodge 1500.
—¿El Falcon que ingresa Ahmed y el Dodge en alguna oportunidad los había visto?
—No, nunca.
—¿Se acuerda el dominio? ¿El color?
—El dominio no, el color… el Falcon era gris.
—¿Le hizo referencia a quién pertenecía?
—No, no me dijo nada.
—¿No preguntó usted?
—No puedo preguntar, no le pregunto nada. El trajo ese coche, no puedo preguntar.
—¿Manejaba Zanone?
—Sí, Zanone manejaba y yo iba de acompañante.
—Bueno, entonces hacen Garay, Pichincha…
—No, Chiclana. Me encuentro a cinco cuadras a Camilo y me dijo: ‘Pará, seguime acá nomás, cuando yo te haga una seña lo bajamos’.
Entonces seguimos derecho, derecho. Cruz derecho e iba otro coche, después otro coche Falcon se puso adelante, me dijo que también otro Falcon iba adelante.
—Entonces iba un Falcon, el Dodge, ustedes, ¿y alguien más iba?
—No, no. Yo creo que no.
—Y el otro Falcon ¿de qué color era? ¿Cuántos conducían?
—Verde. Había dos tipos nada más, dos personas.
—Dos personas.
—Sí, pero no vi a nadie.
—¿Un conductor y un acompañante?
—Si no se dejaban ver tampoco... Porque ellos cruzaron ligero y se fueron para adelante. Camilo me dijo que eran ellos.
—¿A José Ahmed lo vio usted?
—Lo vi ahí, a las cinco cuadras cuando paré yo con la camione… con el coche, con el Falcon, y me dijo: ‘Seguime a mí, cuando yo te haga la seña con la luz, lo bajás’.
—¿Qué tipo de seña le iba a hacer?
—Una luz… tac, tac, tac, intermitente, paraba, y hacía intermitente.
—¿Una luz de baliza?
—Sí, de baliza. Entonces agarramos Chiclana derecho, Cruz derecho, pasamos por la cancha de San Lorenzo y nos fuimos derecho, derecho para allá para el lado del autódromo, por ahí se metió en una calle así, una calle que no sé cómo se llama. Era por ahí por donde está la Escuela de Policía. Bueno, ahí hicimos así y salimos para la cancha de Deportivo Español, y ahí era oscuro y me hizo las luces a veinte metros. Entonces paramos.
—¿En Capital o provincia?
—Capital, Capital. Entonces paramos, me bajo y abro despacito a ver si me estaba mirando. Le digo: ‘No mires, Mario, mirá que te voy a bajar’, Mario estaba todo atado y todo vendado. Estaba atado de manos porque yo lo dejé sentado, lo saco y lo pongo en un cordón. Así sentado.
—¿Lo bajó solo?
—Sí, solo. Lo alcé y lo bajé solo.
—¿Zanone quedó en el volante?
— Sí, y los otros coches adelante.
—¿No bajó ninguno?
—No, nadie, nadie. Había a cien metros un coche y a cincuenta metros otro. Entonces lo dejo sentado en el cordón y le digo: ‘Chau Mario’, y me dice: ‘Chau chau’, y cuando hago dos metros, porque el coche estaba retirado, me dice: ‘Mario, vení por favor y abrazame y dame un beso’. Puede preguntárselo a Macri. (...)